Guillermo Alvarado
Contra las advertencias de muchos especialistas, el rechazo de organizaciones sociales, sindicales y populares, y aún la oposición de sectores oligárquicos que sienten “pasos de animal grande” en su contra, los gobiernos centroamericanos firmaron un polémico Acuerdo de Asociación con la Unión Europea.
Es polémico por el marcado contraste entre los ahora “socios”. Mientras el mecanismo integrador del viejo continente rebasó ya los estadios de la unión aduanera, arancelaria y monetaria y está en los umbrales de una Constitución común, en el istmo esto es incipiente, en ocasiones incoherente y casi siempre vacilante.
En el otro lado del Atlántico se negoció como un bloque por medio del Consejo Europeo, sin embargo los centroamericanos llegaron a veces peleando entre ellos, con propuestas dispares o contradictorias, y eso se reflejó en el resultado del reparto de las cuotas, que satisface a unos y disgusta notablemente a otros.
Llevado por el entusiasmo, más que por el realismo, el presidente de Guatemala, Álvaro Colom, llegó a decir que se abría a las pequeñas naciones de la llamada “cintura de América” un mercado potencial de 500 millones de consumidores.
Olvidó mencionar, por si acaso, que a los atrasados y atomizados productores centroamericanos se les exigirán las mismas normas de calidad que a la avanzada agro industria europea, cuyos granjeros reciben jugosos estipendios de sus gobiernos para mantener elevados índices de productividad.
Para poner un ejemplo, un lechero hondureño o nicaragüense, para colocar su producto en los estantes de un supermercado europeo, tendrá que cumplir con idénticos requisitos fitosanitarios, tecnológicos y condiciones nutritivas, que un colega suyo de Francia u Holanda, pero además debe convencer al comprador de que su leche, o su queso, es mejor que aquel que ha consumido toda la vida.
En la práctica, son los de allá quienes conquistaron, sin mayores esfuerzos, un mercado de 40 millones de consumidores, que NO es una cifra desdeñable.
Los mismos empresarios centroamericanos de los sectores lácteo, ganadero, azucarero, textil, bananero y arrocero comenzaron ya a rasgar sus vestiduras, y si ellos, que son las vacas gordas de esta empobrecida región están muy asustados, ¿qué queda para la mini y micro empresa, y para el pueblo común y corriente?.
Pero el acuerdo de marras es polémico por otras razones, tanto o más preocupantes que las económicas.
El referido pacto consta de tres elementos: el comercial, que de suyo es injusto y desproporcionado, más uno de cooperación y otro de temas políticos. Si el primero se negoció en las penumbras, los otros dos son totalmente desconocidos. Se trataron en el más absoluto secreto, de tal manera que difícilmente un ciudadano conozca hoy día cuáles son los compromisos que en esta materia obligarán a su país cuando el tratado cobre vigencia.
En su excelente crónica sobre la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América, celebrada en Nueva York en 1891, José Martí advirtió: “A lo que se ha de estar, no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve”.
Y agregó, permítasenos repetirlo, como si estuviese aconsejando a los negociadores centroamericanos que aceptaron las condiciones europeas que “Los pueblos menores, que están aún en los vuelcos de la gestación, no pueden unirse sin peligro con los que buscan un remedio al exceso de productos de una población compacta y agresiva, y un desagüe a sus turbas inquietas”. A buen entendedor, pocas palabras.
Fuente: Radio Habana Cuba
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