
Anarella Vélez
Árbol de tanta esperanza, naciste en medio del sol. Tu fruto madura y canta.
VÍCTOR JARA
Los daños reales que ha sufrido la sociedad hondureña tras el golpe de Estado del 28 de junio son muchos y muy difíciles de relatar. Sin embargo, la prueba más contundente de la vileza, la brutalidad e irracionalidad con la que se ha cometido este crimen contra la débil democracia hondureña y el modo cómo se ha consolidado la dictadura, a costa de la vida de sus mejores hijos.
Renán Fajardo Argueta, (1987-2009), asesinado brutalmente el 22 de noviembre pasado, estudió arte en la ENBA y arquitectura en el CEDAC. Ahí le conocí, en las aulas; fue mi estudiante en la clase de Historia del Arte. Destacaba por su disposición permanente a la búsqueda de un lenguaje artístico propio, siempre en permanente experimentación y en esa vital exploración no temía a los conflictos. El riesgo se reflejaba en sus propuestas de proyectos de diseño arquitectónico, en su pintura y la fotografía.
El crimen cometido –muerte todos vinculan a su lucha en la Resistencia- contra este creador al que sólo se le podía acusar por su formidable talento y sensibilidad, es inexcusable. Joven artista que no buscó más que volver coherente su obra con la vida. Su visión del mundo con el arte. Su percepción de la injusticia, del desequilibrio social, de las desigualdades, los privilegios de los poderosos y las inequidades que vive el pueblo lo arrastró a su lucha en contra de la ruptura del orden constitucional que –él lo entendió muy bien- busca detener los progresos sociales de nuestra nación.
Fajardo Argueta se identificó con la propuesta política del Presidente Zelaya. Lo decía abiertamente, con la fuerza de su juventud: se hermanó con la democracia, con la verdadera, con la democracia de éste tiempo, con la democracia participativa. Su compromiso pleno con la lucha de su pueblo por el retorno al orden de derecho le costó la vida. Su muerte es el espejo vivo del desafecto de la dictadura contra la inteligencia y la pasión por la estética.
Pero existen, pese a todo, algunas lecciones que convendría extraer de este brutal asesinato. La primera es que el régimen de facto ha creado un ambiente propicio para que las fuerzas más obscuras que operan al interior de las instituciones de “seguridad” y el Ejército junto a organismos paramilitares, pongan en ejecución un plan para destruir el espíritu de oposición que anida entre los jóvenes organizados en la Resistencia. Desde ya se escuchan las voces de los resistentes, que les gritan al unísono que no tendrán éxito y es irreprimible.
La segunda lección tiene que ver con el grado de implicación que corresponde a los poderes públicos en la investigación y castigo de los culpables de este hecho. Sean quienes sean, la Fiscalía de Derechos Humanos, La DGIC o los tribunales devienen obligados a poner fin a la impunidad. Cabe decir, establecer, remarcar, que la sociedad hondureña demanda justicia. Se entiende que estas instituciones deben actuar de conformidad con su esencia institucional, responder al mandato constitucional de velar por el derecho de las/os hondureños a la verdad y el respeto a los derechos humanos.
La vida de este artista representa de manera irrebatible a los mejores hondureñas/os inmersos en la construcción de una Honduras en la que impere el bien común sobre el egoísmo de unos pocos. Renán le apostó con su propia vida a una sociedad más justa, y se encuentre y castigue o no alguna vez a sus asesinos, lo cierto es que Fajardo seguirá siendo, para siempre, un símbolo para nuestro pueblo en lucha contra la barbarie.
gloriaavelos@gmail.com
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Fuente: tiempo.hn - Vos el soberano
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Editorial Nuestra Palabra, Radio Progreso, 15 de enero de 2010
Todavía no acabamos de saber todas las consecuencias trágicas que ha dejado en la población haitiana ese terremoto con una intensidad muy similar a la del sismo que nos estremeció a los hondureños el 28 de mayo del año 2009. Sin embargo, ya podemos advertir la huella y la amarga lección que sin duda son muy similares a las que nos dejan los fenómenos naturales en nuestra Honduras.
Honduras y Haití van siempre de la mano en esos asuntos de calamidades y de empobrecimiento. Siempre que se habla de Honduras como el país más pobre del continente, se dice a renglón seguido, “después de Haití”. Tanto en Honduras como en Haití la vulnerabilidad es tan honda y tan vinculada a las realidades humanas, sociales y políticas que cada fenómeno natural ordinario es ocasión para nuevos desastres socio-ambientales, y los mismos, en definitiva, no tienen que ver siempre con las manifestaciones espectaculares de la naturaleza, sino con las condiciones y capacidad de las sociedades para resistir y hacer frente a los fenómenos naturales.
El terremoto en Haití viene a confirmar que los desastres son todavía más grandes cuando se combinan casi de manera perversa fenómenos naturales con la falta de previsión de los seres humanos. Haití es un país que se encuentra física, social, económica y políticamente predispuesto a sufrir daños o pérdidas mucho mayores que en otras sociedades en el momento de materializarse un fenómeno natural como el que acaba de ocurrir.
En Haití existe una polarización económica y social tan profunda que la miseria de millones de haitianos subsiste en relación dialéctica a un reducidísimo puñado de gente adinerada. Y esto ocurre desde hace varios siglos, y se ha sustentado en la depredación de los recursos naturales, de manera que el territorio haitiano contaba hace apenas dos siglos con la riqueza forestall seguramente más rica de todo el Caribe, y ahora todo lo que en su tiempo fue bosque quedó convertido en un verdadero desierto.
Los “desastres” naturales representan una señal que deja al descubierto las inequidades que predominan en las sociedades. Pero como muy bien dice el dicho, no hay mal que por bien no venga. Así como desastres como el que acaba de ocurrir en Haití nos obligan a preguntarnos cómo transformar las condiciones sociales de nuestros países para que los fenómenos naturales nos encuentren con mayor capacidad de prevención, también nos llevan a despertar la solidaridad entre los pueblos.
Y hoy, al pueblo hondureño le toca abrir su corazón para estrechar su abrazo solidario con el herido pueblo haitiano, frente al cual hoy nos toca dejar el camino que vamos andando para convertirnos en el buen samaritano.
Fuente: Vos el soberano
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Editorial Diario Tiempo, 16 de enero de 2010
Micheletti se irá del gobierno de facto cargado de honores y “pisto”. La hazaña del golpe de Estado militar del 28 de junio/09 le ha redituado, como nunca en Honduras a un usurpador del poder público. Posiblemente en América Latina no se ha dado un caso igual.
En castellano, pisto es el jugo que se le saca a la carne de ave para darle sustancioso y suculento nutriente al enfermo. En catracho, “pisto” es dinero. En cierto modo, la analogía es válida, sobre todo si el “pisto” se consigue sacándole el jugo a la política. Aquí entendemos muy bien la metáfora del “cargado de pisto”.
Explicaciones aparte, Micheletti puede exhibir su gran sello personal en cualquier parte del mundo, y de seguro no queda menos ante reyes, mariscales y prelados: Libertador de las Américas, Vicepresidente de la Internacional Liberal, Primer Héroe Nacional del Siglo XXI, Padre de la Patria Vitalicio y Caballero de la Orden Gran Cruz Extraordinaria, Placa de Oro, del Congreso Nacional, con sueldo de por vida y seguridad vitalicia para sí y para su familia, con opción a contratar seguridad privada en cualquier caso pagada por el Estado.
¡Es una lástima que no pueda exhibir el título de Presidente Constitucional de la República de Honduras porque no consiguió ni siquiera ser candidato a la Presidencia de la República, y, por lo tanto, no ha sido acreedor al voto directo, libre y secreto, de la ciudadanía! Puede alegar, sin embargo, que el voto popular en la “democracia” hondureña no tiene la menor importancia porque los políticos, una vez elegidos, no son parte del pueblo sino sirvientes de la élite del poder.
La procedencia de los títulos de Micheletti es, asimismo, impresionante. Los de Vicepresidente de la Internacional y Libertador de las Américas se lo dio la Internacional Liberal por medio de su presidente, el eurodiputado (holandés) Van Baalen. El de Primer Héroe Nacional del Siglo XXI se lo otorgó la Asociación Nacional de Industriales, a través de su presidente Adolfo Facussé, de generales conocidas.
La Diputación Vitalicia –figura que no existe en la organización política hondureña, y, por lo tanto, es inconstitucional– se la adjudicó el Soberano Congreso Nacional, en régimen de facto, lo mismo que la condecoración Gran Cruz Extraordinaria del Congreso Nacional, con lo cual, se supone, este perfecto “demócrata” entra por la puerta grande en la Historia de Honduras y del continente americano.
Toda esa construcción honorífica tiene un inmenso significado político y un incalculable sentido apologético respecto a la realidad hondureña. La crema y nata de la política y de la empresa privada de nuestro país, respaldada por la plutocracia y sus advenedizos, definen así su ideal de sociedad y la encarnación de los valores que la sustentan. O sea, que han encontrado su ídolo y a la vez expresan inequívocamente su visión de país.
Naturalmente, este conjunto de homenajes y privilegios tiene igualmente otra función: la de demostrarle al pueblo hondureño quiénes son los que mandan, los que deciden, los que hacen y deshacen, por encima de las leyes, en este país. Y, en esa perspectiva, tales homenajes y privilegios son, más que burla, abiertas provocaciones. Olvidando, por supuesto, que los que siembran vientos cosechan tempestades.
http://190.92.6.203/editoriales
Fuente: Vos el soberano
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Walter Farfán
DiarioCoLatino.com