A pesar de los esfuerzos internacionales por reponer el dialogo, por acercar a las partes, por promover una negociación, el golpismo de Micheletti da claras señales de no estar interesado en ninguno de estos puntos. El aislamiento es total, un fenómeno poco conocido en la historia política de la Humanidad siendo evidente que el golpismo latinoamericano es ampliamente rechazado y la postura uniforme de las democracias sudamericanas ha sido sumamente relevante al respecto. Tras el regreso de Zelaya, apareció la posibilidad de normalizar la situación y la comunidad internacional reaccionó positivamente. Para apoyar el momento y dar una señal de acercamiento, Estados Unidos planteó que la conducta de Zelaya fue arriesgada, inapropiada, etc. con el interés de favorecer una postura intermedia y respaldar el Acuerdo de San José. Sin embargo, el régimen de facto tiene una conducta que en la práctica, es la de kamikaze.
Lo anterior llama enormemente la atención. Lo más racional políticamente habría sido entrar en un periodo de negociaciones e imponer ciertas condiciones desde un inicio. Estados Unidos no manifestó una oposición al principio y en estas situaciones, la política del Departamento del Estado influye en el devenir de los acontecimientos. Esa oportunidad no fue un instante sino que duró varios días. Por otro lado, el proyecto político en juego en Honduras no es una disyuntiva entre ricos y pobres o capitalismo y socialismo. No se trata de una disyuntiva histórica y ni siquiera era segura la victoria de la posición política de Zelaya con anterioridad al Golpe. Teniendo todo eso en cuenta, la virulencia mostrada tras el regreso de Zelaya y la amenaza explicita de vulnerar las relaciones con Brasil, que evidentemente constituye el paso previo a la intervención en la Embajada, se inserta en una lógica de creciente acorralamiento, de la que no se hace nada para salir de ella sino todo lo contrario.
Hasta la fecha, la política seguida por el golpismo hondureño ha dicho en todos los tonos que rechaza una salida política negociada, rechaza la opinión internacional mientras aumenta la oposición interna y ni siquiera se dejan espacios entreabiertos. Esta política, a pesar de lo que pudiera pensarse, no constituye una política de acumulación de fuerzas para mejorar una posición de negociación sino un cometido de aliento testimonial. Da la impresión que se avanza en construir un desenlace violento a sabiendas que no hay camino atrás porque se parte, como premisa inicial, con la idea establecida de permanecer en el poder al costo que sea, no interesándole al golpismo ni la coyuntura sino dejar, en el caso de derrota, un testimonio de apego a una forma de sociedad, un legado para el golpismo mas cercano a lo épico que a las típicas purgas de militares golpistas.
Este razonamiento implica aceptar por tanto que el dialogo como alternativa está cerrado y que una salida negociada no se impondrá sino con la derrota de los golpistas por la fuerza. Esta fuerza, que aparecen altamente dispuestos a utilizar, puede conducir a una masacre si la sociedad hondureña decide tomar esta decisión. Lo que corresponde entonces es que la comunidad internacional dé mayores señales de apercibimiento a las fuerzas armadas hondureñas. El uso de la fuerza está regulado por Naciones Unidas y la democracia aquí está en juego. De haber dependido del unilateralismo tradicional de los Estados Unidos, como ellos hicieron ver en Panamá, Libia, Serbia, etc. los norteamericanos habrían resuelto este asunto con su estilo intervencionista habitual y considerando sus propios intereses geopolíticos. Aquí en cambio, se presenta una oportunidad para la comunidad internacional de dar un ejemplo de defensa de la democracia con reglas multilaterales y en función de los intereses superiores de la Humanidad. De lo contrario, quedará un legado de un puñado de golpistas que hicieron de las suyas por perder unos muy pocos privilegios. ¿Ese es el mensaje que queremos legar a las futuras generaciones pavimentando con ello, el camino a incursiones cada vez mas violentas’
Es cierto que la violencia no se combate con violencia, pero la comunidad internacional tiene el derecho de rebelarse ante la usurpación de la cual es victima un pueblo y el sistema democrático en su conjunto.
Carlos Arrue
Cientista político ICAL
Fuente: www.elciudadano.cl
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