Donde cayeron los asesinados
bajaron las banderas a empaparse de
sangre
para alzarse de nuevo frente a los
asesinos.
Pablo Neruda
Los militares se
apoderaron del aeropuerto,
hasta allí llegó el
pueblo con sus banderas
de esperanza
enarboladas.
Los militares,
entonces, consumidos en la llama del odio, dispararon a diestra y siniestra
y las banderas se
empararon en la sangre
de Isis Obed Murillo
Mencía,
en su corazón y su
cerebro fusilado
por órdenes superiores.
Los militares se
apoderaron de las montañas
y persiguieron a los
valerosos que evadieron
sus escudos tras los
cuales se esconden cobardemente.
Ahí, en el humus de
las colinas, se esparció
el tuétano de los
huesos
de Pedro Magdiel
Muñoz y su sangre derramada fertilizó la resurrección del pueblo.
El cuerpo de este
muchacho de la patria martirizado con incontables puñaladas
y las manos que
levantaron la esperanza
con sus huesos
fracturados, con las huellas
de la criminalidad
militar, siguen enarbolando una bandera que no permite el silencio.
Los militares se
apoderaron de las casas
y subrepticiamente
entraron sin orden judicial,
derribando las
puertas a puntapiés y,
frente a los ojos
asombrados de los niños, cegaron la vida de Róger Bados,
quien no le debía
nada a nadie,
pero reclamaba la
patria como suya.
Los militares se
apoderaron de las calles.
En medio de las
calles repitieron el crimen,
apuntaron sus armas
contra quienes reclamaron ser dueños de las calles,
esparcieron la muerte que
sale de sus fusiles contra
Róger Abraham Vallejo
Soriano,
quien solo sabía
entregar el clavel
de la sabiduría a los
jóvenes.
Todo en cumplimiento
supremo del mandato
del supremo que se ha
comprometido a poner orden en el país y que sabe que ese orden
solo es posible tapando
el firmamento
para que no se vean
las estrellas de la patria,
atrapando el viento
del pueblo en las plazas,
domeñando la rebeldía
con la muerte
cortando de raíz los
brotes que surgen
de la sangre
derramada, convirtiendo al pueblo en perseguido, triturando y quemando a los
mártires desconocidos en lugares ignotos,
para que los guarde
el silencio.
Los militares se
tomaron la patria
dizque para salvarla
del pueblo,
de la chusma dirigida
por su presidente.
La asaltaron durante
el negro
de la noche para que
no presenciáramos
como pisoteaban
nuestra bandera y enviaron
a los verdugos para
castigar a quienes reclaman su patria, a repartir tolete y balas, para rendir
a los nombres que
están en la lucha.
Violaron a una frágil
flor, con un tolete
en su vagina, flor
ensangrentada,
corazón indomable,
niña virgen ejemplar,
porque tu virginidad
solo la puede
disfrutar un macho
y no un cobarde amparado en el uniforme verde olivo.
Se tomaron la patria,
los soldados del supremo,
y los soldados ya no
pueden cuidarle el sueño,
no pueden levantar
sus escudos para impedir
que los fantasmas de
los asesinados le impidan dormir tranquilamente,
porque donde abre
un grifo le mana
sangre y esa sangre le salpica
el rostro de traidor.
Los martirizados
dedos, los corazones traspasados por las balas,
las vidas segadas
tras los matorrales, insisto,
no les dejan dormir,
Jefes supremos de la
maldad.
Roberto Micheleti y
Romeo Velásquez.
No les dejarán dormir
porque estos compañeros
Ahora han vuelto,
cantando el himno
de la alegría, con
las banderas al viento
para reconquistar la vida,
del aeropuerto, de
las montañas, de las casas,
de las calles, de la
patria.
En medio de la patria
actuaron con sus fusiles
los criminales, en medio de la patria
que pretenden
robarnos.
Pero, repito, con orgullo
levantamos las manos de los mártires
desde la tierra, y no les lloramos en
vano, ni les enterramos en el olvido,
ni les dejamos en la
soledad de sus tumbas.
Ellos vienen con el
pueblo,
Isis Obed Murillo
Mencía, Róger Bados,
Pedro Magdiel Muñoz,
Róger Abraham Vallejo
Soriano,
porque a ellos
ya no les hacen nada
las balas,
pero siguen combatiendo
con sus rostros de sudor y valentía, porque
son invencibles, siguen en medio
de la plaza, en medio
de la patria, esculpiendo con sus corazones fusilados
el nuevo cuerpo de la
patria del pueblo.
No pretendan esconder
el crimen, criminales,
no pretendan
impunidad.
La lluvia volverá a
empapar las calles para limpiar la sangre,
las voces volverán a inundar las
plazas, l
os puños avanzarán levantados hacia la guarida de los tiranos, para
poner fin
a los días del
sufrimiento.
resurrección no dejarán
de flamear en manos
del pueblo liberado.
Isis Obed Murillo,
Róger Bados,
Pedo Magdiel Muñoz
y Róger Abraham
Vallejo Soriano
estarán con nosotros,
en ese grandioso día
del asalto a la
esperanza, en ese día
en que el pueblo con
sus héroes,
renacerán de nuevo,
para siempre será posible,
en ese amanecer, el castigo ejemplar,
en la plaza
que ahora nos han quitado los militares.