martes, 23 de marzo de 2010
Comunicado Frente Nacional de Resistencia Popular
El Frente Nacional de Resistencia Popular comunica a la población hondureña y la comunidad internacional:
La oligarquía hondureña desarrolla una activa campaña para denigrar a dirigentes populares que integran la Conducción del FNRP. En las últimas semanas los medios de comunicación que formaron parte del golpe de Estado y que hoy apoyan el régimen de facto de Pepe Lobo han aumentado su agresividad y se recurren a todo tipo de mentiras para ensuciar la imagen de la Resistencia.
Hacemos énfasis en el caso del Compañero Rafael Alegría, Coordinador de Vía Campesina y destacado miembro coordinador del FNRP, contra quién se ha emprendido una sería de ataques, llevados a cabo por medios golpistas. Advertimos que la campaña podría ser el preámbulo de la persecución política por vía jurídica.
Exigimos que se detenga la campaña mediática y reiteramos que ni las mentiras, ni la represión podrán detener nuestra lucha por la refundación de Honduras.
¡Resistimos y Venceremos!
Tegucigalpa, M.D.C. 18 de marzo 2010
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El segundo posible retorno de Zelaya
En la pasada reunión de presidentes centroamericanos, realizada en Guatemala, la Secretaria de Estado de los Estados Unidos, señora Hilary Clinton, firmó un compromiso con el ilegitimo presidente Porfirio Lobo, en el sentido de que permitiría el retorno del ex presidente Manuel Zelaya a Honduras.
La persona que se encargó de filtrar el acuerdo secreto a los medios de comunicación fue, nada más y nada menos, que el “good boy”: el presidente Mauricio Funes de El Salvador. Algunos funcionarios de bajo nivel, como el abogado Rigoberto Espinal, asesor del Ministerio Público de Honduras, han declarado que Zelaya debe presentarse ante los tribunales de justicia, controlado por los golpistas.
Independientemente de quienes han tomado la decisión, todo indica que hay un acuerdo político para permitir el segundo retorno de Manuel Zelaya a Honduras, quien, sin lugar a dudas, tiene todo el derecho de regresar a su país. A decir verdad, no nos interesa la persona del político Manuel Zelaya, pues durante la lucha contra el golpe de Estado demostró ser un político torpe, al privilegiar las negociaciones políticas por encima de la movilización de masas, la fuente cualquier poder político.
Nos interesan los miles de partidarios del zelayismo, corriente nacionalista burguesa dentro del Partido Liberal de Honduras. Cada día que pasa, la conducción del Frente Nacional de Resistencia (FNR) se encadena al ex presidente Zelaya. Lo más preocupante es que la dirigencia obrera y del movimiento popular, que durante muchos años debieron enfrentarse a los gobiernos de turno, soportar acosamiento y represiones, no da muestras de salirse de la trampa del zelayismo. La actual conducción del FNR aboga por la formación de un Frente Amplio, es decir, que los organismos obreros y populares, en especial la Coordinadora Nacional de Resistencia Popular (CNRP), se disuelvan en un frente político que a todas luces será controlado por el zelayismo. No aprenden nada de las duras lecciones de la lucha contra el golpe de Estado.
A muchos se les olvida que Cesar Ham, actual ministro del partido Unificación Democrática (UD) en el gobierno de Pepe Lobo, es un puente que éste ha tendido hacia el zelayismo y sus aliados, con el objetivo de recuperar un poco de legitimidad democrática.
El peligro más inminente para el movimiento obrero y popular de Honduras es que el posible retorno de Manuel Zelaya, o la posible amnistía que pueda aprobar el Congreso Nacional, seas pintado como otro triunfo popular cuando en realidad es producto de un pacto entre Pepe Lobo y el gobierno de los Estados Unidos.
Actualmente hay desmoralización y desesperanza entre la izquierda hondureña. No es para menos. Después de semejantes movilizaciones, el movimiento de resistencia fue conducido a la impotencia, a la derrota pacifica.
Debemos sacudirnos el polvo, realizar un balance político de todo lo ocurrido, pero sobre todo impedir que el zelayismo remolque nuevamente a las organizaciones obreras, campesinas y populares, y evitar que estas sean la escalera para que el zelayismo recupere una cuota de poder político. Hoy, más que nunca, debemos pelear por la independencia política de la izquierda y de las organizaciones obreras, campesinas y populares.
Fuente: elsoca.org
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Honduras, el país con más homicidios en América Central (informe)
Con un promedio de 58 muertes violentas por cada 100.000 habitantes, Honduras se ha encaramado al primer lugar en la cifras de homicidios en América Central, por encima de Guatemala y El Salvador que le superaban en años anteriores, según un informe del estatal Comisionado Nacional de Derechos Humanos difundido este martes.
"Los hechos violentos contra la vida en Honduras alcanzan niveles alarmantes, se estima que entre el 2005 y el 2009, al menos 18.435 personas fueron víctimas de homicidios", anotó el extenso informe de 123 páginas.
Según un cuadro estadístico comparativo del informe, Honduras pasó de un índice de 40 en 2007 a 58 en 2008, mientras El Salvador bajó de 57 a 52; Guatemala subió de 45 a 48; Belice pasó de 30 a 32; Panamá de 13 a 19; Nicaragua se mantuvo en 13 y Costa Rica subió de 8 a 11.
Hacia 2006 Honduras ocupaba "el tercer lugar en la tasa de homicidios en la región al registrar 46 homicidios por cada 100.000 habitantes, cantidad inferior a los 47 de Guatemala y 65 de El Salvador", detalló el informe.
Comentó que hacia 1995 Honduras tenía un promedio de 6 homicidios diarios, cantidad que se incrementó a 9 en el año 2000.
"La Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló que en el año 2000, el continente americano tenía una tasa de homicidios de 19 por cada 100.000 habitantes, cantidad ampliamente superada por Honduras" que registró ese mismo año 50 homicidios por 100.000 habitantes, advirtió.
Entre las causas de homicidios en Honduras, el informe menciona "enemistad personal, el robo, las discusiones en estado de ebriedad, ajuste de cuentas, las drogas, problemas pasionales, problemas entre miembros de maras, enfrentamientos con la policía e intento de robo", entre otros.
Explicó que "la modalidad que causa un alto porcentaje de muertes en el país es el sicariato" y "se estima que en el 2008 el 33% de los 4.473 homicidios habrían sido cometidos por sicarios, que operan bajo diferentes modalidades ya sea a bordo de motocicletas, automóviles, incluso a pie".
En 2009 "es casi similar a la situación del 2008, ya que se estima que en el 35,7% de los homicidios estaría de por medio la mano de los sicarios, crímenes que por lo general quedan en la impunidad".
De las víctimas del 2009, el 83% estaba en el rango de 15 a 44 años de edad.
El informe sostiene que "en Centroamérica circulan alrededor de tres millones de armas de fuego y que dos de cada tres serían portadas ilegalmente".
"Honduras es uno de los tres países de la región donde estaría circulando gran parte de ese armamento. Se estima que en el país hay más de 800.000 armas en poder de diversos sectores de la ciudadanía, de las cuales el 81% estarían siendo portadas en forma ilegal", señaló.
Fuente: Univision - nl/fj/rpl
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PROPUESTA ESTRATEGICA EN APOYO A LOS CAMPESINOS DE MUCA
Estrategia general
Acompañamiento permanente a los campesinos del Movimiento Campesino unificado del aguan MUCA en su lucha por recuperar
Lineamientos generales para operativizar la estrategia
1. Solicitar al INA se Haga un estudio de las hojas cartográficas y de los títulos de propiedad de las tierras en disputa del Aguan para determinar su legalidad, así como la tenencias de tierras de diferentes propietarios del aguan, ordenándoles que en un espacio de tiempo no mayor de 30 días presenten la declaración juradas sobre sus propiedades para determinar si existen tierras nacionales en la región.
2. Nombrar una comisión jurídica integrada por Benedicto Santos, Rasel Tome y Rodil Rivera, para que hagan un análisis jurídico del conflicto y asesoren a la comisión campesina de MUCA sobre las acciones a seguir.
3. Aprovechar las movilizaciones del 25 de marzo, el 15 y el 20 de abril para denunciar de manera especifica el problema de los campesinos de MUCA. Asimismo programar una movilización nacional en Tocoa para dar un respaldo directo a los campesinos.
4. Establecer centros de acopio en la sede del STIBYS de Tegucigalpa en RADIO UNO en San Pedro y otras regiones del país para recoger víveres, ropa y medicina para las 3 mil 500 familias campesinas que están incorporadas a la recuperación de las tierras del Aguàn.
5. Realizar una campaña permanente de denuncia a nivel nacional e internacional que contrarreste la campaña mediática de los medios de comunicación de la oligarquía y neutralice las acciones represivas de las autoridades militares, policiales o paramilitares en contra de los campesinos/as del Aguan.
6. Exigir en todos los comunicado y pronunciamientos del frente así como en las acciones de movilización y que se defina como estrategia la derogación de la ley de modernizacion agrícola con énfasis en la figura del sobre techo porque es a través de esta que Miguel Facusse, Rene Morales Reynaldo Canales y otros empresarios se apropiaron de manera irregular de la tierra de de los campesinos del Aguan y .otras regiones del país.
7. Que se establezca un observatorio por parte de la plataforma de Derechos Humanos y que delegaciones del frente visiten de manera sistemática la región para dar apoyo a los compañeros campesinos y sus familias que están en esta lucha.
8. Que se incluya en las demandas y las campañas de comunicación, la exigencia de la libertad de los compañeros Carlos Maradiaga e Isabel Morales miembros de la comunidad Guadalupe Carney y lideres del movimiento campesino del Aguan que guardan prisión en el centro penal de
9. Que se haga una Marathon nacional por Departamento en apoyo al aguan
10. Que se haga presión nacional con toma de las oficinas del INA a nivel nacional para la que se le entreguen las
11. Que la comisión de estrategia integrada por: Dagoberto Suazo, Rafael Alegría, Tomas Andino, Daniel Durón y Renán Valdez en coordinación con la dirigencia de MUCA y del COCOCH monitoreen el cumplimiento de estas líneas estratégicas.
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LOS FARISEOS EN EL PODER
En su página he podido leer un articulo publicado por el Diario de noticias de alava el pasado día 12 de marzo, con el título: "Los Fariseos en el poder" Como autor del artículo me permito enviarles el texto completo que se envió al periodico y que por razones que desconozco no se publicó enteramente. Agradeciendoles la publicación y expresandoles mi solidaridad con Honduras, reciban un cordial saludo: Tomás García Díaz *********************************************** |
Es curioso constatar la existencia de varias “varas de medir” por parte de algunos medios de comunicación así como de diferentes políticos: los que nos han gobernado, los que nos gobiernan y aquellos que les hacen el caldo gordo a los dos.
Todos ellos se rasgan las vestiduras y claman por la libertad, la democracia, y el derecho a la vida en algunos casos y en otros de igual o mayor magnitud miran hacia otro lado, siendo sordos y ciegos ante la injusticia, la falta de libertades y el desprecio a la vida, ¿Cómo es posible tanta indignidad, tanta falta de moral y de principios?
La lamentable muerte del preso cubano el pasado día 23, ha generado ríos de tinta y declaraciones políticas, es normal que ante la pérdida de una vida humana, las personas de buena voluntad expresemos un sentimiento de rechazo a este tipo de hechos, lo que ya no es tan normal es que ante hechos similares algunos guarden silencio o simplemente se limiten a ignorarlos y justificarlos.
En los 55 días que llevamos de este año 2010 se cuentan por cientos las personas, (mujeres, ancianos y niños) que han perdido la vida victimas de la injusticia gubernamental en algunos países, de las matanzas indiscriminadas en actos de guerra, golpes de estado e invasión en otros, parece como si estas vidas fuesen de segunda categoría.
La invasión de Irak, ¿Cuántas vidas se está cobrando?, algunos responsables con nombres, apellidos y filiación política, siguen teniendo en partes del estado español responsabilidades de gobierno, viven de los impuestos ciudadanos y nuestro “estado de derecho” no les exige arrepentimiento ni califica sus actuaciones como “apología del terrorismo”.
EEUU, paladín del terrorismo internacional, se permite mantener un campo de concentración en Cuba, en una parte de la Isla ocupada desde 1903, ha paseado y retenido ilegalmente en Europa a una cantidad indeterminada de personas con el beneplácito de diferentes gobiernos europeos, ¿Cuántas exigencias ha recibido de los gobernantes españoles de respeto a la legalidad internacional y de respeto a los derechos humanos?
Mantiene encarcelados a 5 ciudadanos cubanos por el único “delito” de desenmascarar a las bandas terroristas anticubanas radicadas en Miami, la presión política y mediática de nuestros poderes para la liberación de estos ciudadanos cubanos ¿Cuándo la hemos percibido los ciudadanos?
En Afganistán, ¿Cuántos muertos y por qué? ¿Por la democracia, por la libertad?
En Honduras, ¿porqué se permitió el golpe de estado? ¿ cuantas personas han perdido la vida durante el gobierno de facto a manos de la policía, el ejercito y los paramilitares? En Colombia, uno de los países donde más personas son asesinadas diariamente por organizaciones paramilitares, ¿Qué denuncias han realizado o realizan nuestros gobernantes, en su gran sensibilidad por la vida humana?
En la franja de Gaza ¿Cuántos niños han sido victimas del ejercito de Israel?.
Estos son algunos, no todos, de los países donde se sigue asesinando a personas, que parece ser, no merecen ninguna exigencia por parte de los gobernantes españoles ni de los editoriales de nuestros medios de comunicación, ¿por qué será?.
En cuanto a los presos, llama la atención como los medios de comunicación y los políticos mencionados enseguida se prestan a clasificarlos como “presos políticos”, no está mal, siempre y cuando esa clasificación la hiciesen para aquellas personas que dentro de nuestro país también se manifiestan en contra del poder establecido y que por Ley tienen prohibido participar de la acción política, recuérdese que en Cuba, con la misma soberanía que España, también lo tienen prohibido, ¿porqué allí son presos políticos y aquí no?.
Amnistía Internacional, es la organización que en este caso es utilizada para beneficio propio en contra de Cuba, no saben o no quieren saber nuestros editorialistas y los políticamente correctos de nuestros gobernantes que con respecto a España, también existen informes sobre la existencia de torturas por parte de las fuerzas de seguridad del estado.
No es baladí la afirmación de la existencia de las dos varas de medir, quizás nos quede la afirmación y la esperanza, de que cada día que pasa, es un día menos que queda para que los fariseos sean expulsados del templo.
Vitoria-Gasteiz, 2010.
Sindicalistas, docentes y alumnos consideran que el problema podría agravarse ante las advertencias de la rectora
Una nueva semana de huelga arranca hoy en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), en medio de amenazas de que en las próximas horas se emitirán órdenes de captura contra el personal que tiene tomada las instalaciones del Alma Máter.
Las decisiones que podrían tomar las autoridades en relación a la reducción de salarios a trabajadores en paro o los tribunales capitalinos de enjuiciar a los huelguistas, podría agravarse más según empleados y alumnos universitarios consultados, porque esto no abona en nada a la solución del conflicto.
Las autoridades universitarias, maestros, un grupo de alumnos y sindicalistas, cumplirán mañana un mes de conflicto sin que hasta la fecha hayan indicios de solventar el mismo ante las posiciones antagónicas de las partes, sobre una serie de demandas formuladas contra los que dirigen la UNAH.
UN MES DE HUELGA
Desde el pasado 23 de febrero, el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (Sitraunah) decretó un paro de labores de forma gradual, el cual, el martes de la semana anterior se decretó indefinido y con la suspensión total de clases y actividades administrativas.
El Sitraunah, que dirige René Andino, exige a las autoridades universitarias --que encabezan la rectora Julieta Castellanos y el presidente de la Junta de Dirección, Olvin Rodríguez-- negociar lo más pronto posible el décimo cuarto contrato colectivo, decisión que no se ha tomado “porque los sindicalistas persiguen mejoras salariales por encima de la realidad de la Universidad”, según la rectora.
En respuesta, Andino afirmó que sí hay dinero para cumplir con las exigencias de los trabajadores, prueba de ello es que en los últimos meses han contratado personas de forma irregular, con salarios arriba de los 50 mil lempiras mensuales.
A las exigencias del Sitraunah también se sumó la Asociación de Docentes de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (Adunah), ya que también son sindicalistas y exigen solución al conflicto.
PLAN DE ARBITRIOS
Dentro del Campus Universitario, cuyo problema inicial ya tocó las puertas del Congreso Nacional y el Poder Ejecutivo, desde donde algunos sectores han propuesto un cierre temporal de la UNAH, también los alumnos mantienen su propia huelga, ante las pretensiones de las máximas autoridades de reformar al plan de arbitrios.
Con estas reformas los alumnos tendrían que pagar más por matrículas, cambio de carreras, adiciones y retiro de clases, así como gastos de graduación, lo que “sería un inminente golpe al bolsillo de los alumnos y padres de familia al pagar más, lo cual no se permitirá porque la educación es gratuita según la Constitución de de la República”, expresó el alumno Franklin Ordóñez.
El entrevistado agregó que tampoco permitirán el cierre de la máxima casa de estudios, “porque esta es la universidad de los pobres y los que promueven de alguna manera un cierre temporal es porque quieren favorecer a las universidades privadas”.
“Si las autoridades no tienen la capacidad de solventar estos conflictos, entonces vamos a exigir que las cambien, porque los más afectados son los alumnos y no podemos seguir perdiendo otro mes de clases”, dijo Ordóñez.
CIFRA
2,500 millones de lempiras es el presupuesto de la UNAH, según la rectora Julieta Castellanos.
67 mil son los estudiantes del Alma Máter.
DEMANDAS
Aprobar nuevo Contrato Colectivo
No modificar plan de arbitrios
No contratar más personal con sueldos elevados.
No cerrar la UNAH
Destituir a las autoridades superiores de la UNAH
OSMIN GARCÍA
Foto: TIEMPO
Fuente: Diario Tiempo - Honduras laboral
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Así matamos a monseñor Romero
Por Carlos Dada
El mayor D´Aubuisson fue parte de la conspiración para asesinar a monseñor Romero, aunque el tirador lo puso un hijo del ex presidente Molina, dice el capitán Álvaro Saravia. 30 años después, él y otros de los involucrados reconstruyen aquellos días de tráfico de armas, de cocaína y de secuestros. Caído en desgracia, Saravia ha sido repartidor de pizzas, vendedor de carros usados y lavador de narcodinero. Ahora arde en el infierno que ayudó a prender aquellos días cuando matar "comunistas" era un deporte.
Rafael Saravia. Foto Edu Ponces |
Comienza a leer despacio, en voz alta: “Algunos años después de asesinar a monseñor Romero, el capitán Álvaro Rafael Saravia se quitó el rango militar, abandonó a su familia y se mudó a California”. En la mano sostiene varias páginas con la impresión de una nota periodística publicada hace cinco años. Se reacomoda los lentes -dos grandes vidrios sostenidos por un alambre-. Tiene las uñas rotas y sucias, y los ojos muy abiertos y agitados. Alertas. Vuelve a leer el primer párrafo. “Algunos años después de asesinar a monseñor Romero, el capitán Álvaro Rafael Saravia…” Hace una pausa y repite ese nombre, que no ha dicho en mucho tiempo: “El capitán Álvaro Rafael Saravia”.
Levanta la cabeza y me mira fijamente.
-Usted escribió esto, ¿verdad?
-Sí.
-Pues está mal.
-¿Por qué?
-Aquí dice “Algunos años después de asesinar a monseñor Romero”. Y yo no lo maté.
-¿Y quién lo mató?
-Un fulano.
-¿Un extranjero?
-No. Un indio, de los de nosotros. Por ahí anda ese.
-Usted no disparó, pero participó.
-30 años y me voy a morir perseguido por eso. Sí, claro que participé. Por eso estamos hablando.
Tiene las manos gastadas por la miseria y el trabajo del campo. Unas manos que nada tienen que ver con las de aquel piloto de la Fuerza Aérea convertido en lugarteniente del líder anticomunista salvadoreño Roberto d´Aubuisson, y después en repartidor de pizzas, lavador de dinero para la mafia colombiana y finalmente en vendedor de autos usados en California. Ahora ya no es nada de eso. Perdió un juicio al que no asistió, en el que fue encontrado culpable del asesinato de monseñor Romero.
-Cuénteme cómo fue.
-Se lo voy a contar todo, pero despacio. Esto es largo.
***
En 1979, Saravia, un indisciplinado capitán de aviación, querido por todos sus compañeros pero demasiado inclinado por el alcohol y las reyertas, terminó convencido por el mayor Roberto d´Aubuisson de trabajar con él en la formación de un frente anticomunista. Lo convenció en las visitas que D´Aubuisson, un mayor del ejército experto en inteligencia contrainsurgente, hacía a los cuarteles de la Guardia Nacional para reclutar a los oficiales para su lucha.
El mayor D´Aubuisson fundó un par de años más tarde el partido Arena y se convirtió en el máximo líder de la derecha política salvadoreña. Fue también el presidente de la Asamblea Constituyente de 1985 y prominente miembro de la Liga Anticomunista Mundial.
El capitán Saravia aún recuerda cómo, sentados en la arena de una playa salvadoreña y con una botella de ron entre ambos, D´Aubuisson lo terminó incorporando a su movimiento. Se perdió 15 días con él, se fueron a Guatemala, y le pusieron sueldo, un carro y lo demás que necesitara para cumplir el encargo del mayor: “Me vas a llevar unas cosas a mí, particulares”.
D´Aubuisson murió en 1992 de cáncer en la lengua, tras haber llevado a su partido a la presidencia de El Salvador y poco después de la firma de los Acuerdos de Paz que pusieron fin a la guerra civil. Para entonces, el capitán Saravia ya vivía en Estados Unidos, se había librado de un juicio en El Salvador por el asesinato de monseñor Romero y de otro en Estados Unidos por lavado de dinero. Se mudó a Modesto, una pequeña ciudad en el centro de California, y ahí vendió carros usados hasta 2004.
En octubre de ese año comenzó a huir de sí mismo, cuando el Centro para la Justicia y la Rendición de Cuentas (CJA), una organización no gubernamental con sede en San Francisco, California, le metió un juicio civil que lo encontró culpable del asesinato de monseñor Romero y lo condenó a pagar 10 millones de dólares a los familiares. Saravia desapareció poco antes del juicio y ahora vive oculto. Ha vuelto a un país en el que se habla español.
De él me dijo alguna vez un viejo arenero con fama de duro: “Saravia estaba loco. Te veía con un dolor de muelas y te preguntaba qué te pasó. Le decías que un dentista te jodió y al siguiente día el dentista estaba muerto”.
El capitán Álvaro Rafael Saravia fue un activo miembro de un grupo señalado como responsable de asesinatos y torturas, un escuadrón de la muerte. “Un sicópata”, lo llama Ricardo Valdivieso, uno de los fundadores de Arena.
El Archivo Nacional de Seguridad de Estados Unidos consigna información de la embajada de ese país en San Salvador, notificando a Washington el secuestro y asesinato de Carlos Humberto Guerra Campos en 1985. Su familia pago el rescate, pero él nunca apareció. Según la embajada estadounidense, los secuestradores fueron el Capitán Álvaro Saravia y “Tito” Regalado, el hombre que posteriormente sería jefe de seguridad de la Asamblea cuando D’aubuisson asumió la presidencia del Órgano Legislativo.
Saravia vivió rodeado de secuestradores y asesinos, pero niega su participación en este u otro asesinato. “Yo no dirigí nunca una operación para ir a matar a nadie. Se lo digo francamente”. Se le olvida que estamos sentados aquí precisamente porque participó en el asesinato más trascendente de la historia de El Salvador.
No niega la participación de su jefe, el mayor Roberto d’Aubuisson, en operativos clandestinos para matar a seres humanos, pero alega que esto lo hacía mediante contactos en otros cuerpos de seguridad.
En su agenda, que le fue capturada en la finca San Luis pocos días después del asesinato de monseñor Romero, están consignadas varias listas de armas y el teléfono de un hombre llamado Andy. Andy del Caribe. Un traficante de armas estadounidense que traía desde su país, por tierra, camionetas llenas de armamento que disfrazaba bajo revistas Playboy que regalaba gustosamente a los agentes de aduanas en todas las fronteras. Esas armas, dice Saravia, eran para su uso personal y para armar a los miembros del Frente Amplio Nacional, el FAN, que lideraba D’Aubuisson antes de fundar ARENA.
De su rompimiento con el mayor al que servía hay dos versiones. Una es la suya, según la cual se cansó de esa vida agitada y no sentía ya la confianza de D’Aubuisson, por lo que partió a Estados Unidos. Otra es de Ricardo Valdivieso, fundador de Arena y ahora director del Instituto Roberto d’Aubuisson: un día, durante las largas temporadas que pasaban en Guatemala conspirando, les llamaron de una cantina en Izabal para decirles que el capitán Álvaro Rafael Saravia estaba peleándose con varios hombres. Cuando lo fueron a traer, Saravia golpeó también a D’Aubuisson, y ahí acabó la relación.
Del asesinato de monseñor Romero, Saravia alega que él no participó en la planificación, y pretende probarlo asegurando que el día del crimen él no llevaba más armas que las dos que portaba siempre. “Si usted mata es porque va a tener… anda con un machete aunque sea en la mano, un cuchillo, una gillette, un tenedor, cualquier cosa, lo que le vaya a meter, un lapicero, pero usted no me viene a mí a decir fijate que necesito un carro… “.
No hay órdenes de captura en contra del capitán Saravia, salvo en Estados Unidos, donde lo buscan para deportación. Pero no importa porque no está ahí. Hace algunos años habló con el periódico estadounidense The Miami Herald para adelantar que había pedido perdón a la Iglesia y que contaría todo en un libro. No dijo que donde vive ni siquiera hay papel y que el vecino más cercano que sabe leer y escribir vive a 20 minutos de su casa. A falta de libro, quiere contar todo en una entrevista.
Nos citamos la primera vez en un pequeño hotel, de un pequeño pueblo, al que llegó después de cinco horas en las que combinó la caminata a campo traviesa, el aventón en pick ups y dos buses. Yo lo recordaba como aquel hombre gordo, con relieves en la papada, el bigote y el cabello rubio que aparece en el cartel de “Se Busca” que publicó el Departamento de Migración y Aduanas de Estados Unidos en 2004, “por sospechas de violaciones de derechos humanos”. Esa foto, en la que el cuello y el torso se confunden adentro de una camisa hawaiana, adornó mi refrigerador durante más de un año, mientras lo buscaba en California. Así esperaba encontrar a uno de los asesinos de monseñor Romero. Gordo, bronceado y con una camisa hawaiana. Me topo en cambio con un anciano demacrado, flaco, con la piel marchita y lacerada; el rostro oculto detrás de una barba canosa y silvestre, y con un profundo olor a rancio. Qué pequeño se ve.
-¿Y por qué quiere hablar ahora?
-Por mis hijos. Es que hasta ellos me ven como Hitler.
Por primera vez desde que empezamos a conversar, Saravia agacha la cabeza. Aprieta la boca. Está solo en esta mesa en la que también estoy yo. Y soy yo quien rompe el silencio.
-¿Hace cuánto no habla con ellos?
-¡Uffff! ¡Ufff! ¡10 años! Me recuerdo de ellos todos los días. Aunque hasta miedo tengo de hablarles yo.
Durante las siguientes jornadas el capitán Saravia confesará también otros motivos para hablar: de todos los involucrados, es el único juzgado y el único que vive escondido. Amado Garay, el chofer, también vive oculto, pero en condición de testigo protegido de Estados Unidos. Pero es preciso subrayar algo: la primera condición para vivir escondido es estar vivo. Otras cinco personas involucradas en este crimen, o en su ocultamiento, no pudieron esconderse. Una murió decapitada, otra se suicidó, otra desapareció, a otra la mataron en un retén en la carretera. Otra terminó en pedacitos. En Guatemala. Eso dicen. Pero de esta última no hay nombre ni certificado de defunción.
Es cierto, Saravia es el único que vive escondido. Ha intentado, en reiteradas ocasiones, comunicarse con algunos de sus antiguos compañeros de lucha, pero nadie le ha respondido. “30 años han pasado y sigue la misma mierda. Ya no tengo nada que ocultar. ¿Para qué? Ya más hecho mierda de lo que estoy, cómo voy a estar. ¡Nada! A mí se me hace que hay una conspiración de que no quieren saber quién putas mató a Romero”.
Él mismo ha sido parte de esa conspiración, pero ahora está solo. Su único amigo es un hombre que tiene un viejo pick up y una pequeña propiedad rural. Ahí hay una cabañita de madera, parecida a la del Unabomber, compuesta por cuatro paredes con una ventana que protegen un piso de tierra y nada más. Ahí vivió Saravia más de un año, hasta que se metieron los ladrones y le robaron un cincho y una camiseta y un machete, que era lo único que tenía.
La segunda vez que nos vemos, en el mismo hotel, baja de su cuarto 15 minutos después de la hora convenida. Viene pálido.
-¿Qué le pasa, capitán?
-Acabo de verme en el espejo. Tenía cinco meses de no verme en un espejo.
***
Ahora comienza a hablar. Me deja sacar una grabadora y dice: “Dele, Carlitos, que esto se va a poner bueno”. Quiere mencionar nombres. Solo hace una solicitud: “Que los capturen. ¡Que les peguen una apretada de huevos como hacían antes, a ver si no cantan!”
El juicio en su contra se basó principalmente en dos elementos: uno, el testimonio de Amado Garay, el chofer que condujo al asesino hasta la iglesia en la que monseñor Romero daba misa el 24 de marzo de 1980; y dos, la agenda que el ejército le capturó en marzo de ese mismo año, en la que se consignaba un operativo llamado Operación Piña cuyas características coinciden con las del asesinato. “No he visto esa agenda desde que me la quitaron”, admite Saravia. “Yo no podía andar en la cabeza todas mis cosas, así que las anotaba en una agendita, era natural que las anotara. Ahí estaba la Operación Piña, que la habíamos llevado desde hace tiempo, que recogíamos unas granadas en la frontera con Guatemala”.
Le enseño una fotocopia de su agenda y el capitán recibe un golpe del pasado. La observa detenidamente. La Operación Piña incluye un tirador. Extraño porque no se necesita un tirador para ir a recoger granadas a la frontera. “Sí, eso es cierto”, admite. Sigue observando esa paginita, con el título Operación Piña y, de pronto, el capitán Álvaro Rafael Saravia tiene una epifanía. “Esa no es mi letra. Esa es la letra de Roberto”.
La letra, efectivamente, es distinta a la que aparece en las demás páginas de la agenda. ¿Por qué habría consignado Roberto d'Aubuisson la Operación Piña en la agenda de su lugarteniente? Saravia no lo sabe, pero hay alguien que sí.
En 1980 el coronel Adolfo Arnoldo Majano era miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno y uno de los últimos militares que aún creían en una salida negociada al conflicto. Fue él quien ordenó la captura de D´Aubuisson y sus seguidores en la finca San Luis, de Santa Tecla, y quien primero tuvo acceso a la agenda Saravia y a su contenido.
“La Operación Piña coincide con los datos de lo que pasó”, dice Majano, “pero no estaba en la agenda de Saravia. Eso es un papel capturado a D´Aubuisson. El oficial del Estado Mayor que me ayudó a sacar las fotocopias lo juntó con las páginas de la agenda para que no se perdiera”.
La Operación Piña aparece escrita en un papel en blanco, sin impresiones de la agenda, y con un sello al borde de la página que corresponde a Mariscos Tazumal, una empresa pesquera fundada por D´Aubuisson y Fernando “El Negro” Sagrera.
Fue D´Aubuisson, y no Saravia, el autor de esa lista que, de acuerdo con la Comisión de la Verdad y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, corresponde al homicidio de monseñor Romero. Esta es la lista:
Operación Piña
1. Starlight
1. 257 Robert*s
4. Automáticos
Granadas
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1. Motorista
1. Tirador
4. Seguridad
El Starlight es una mira telescópica para rifles de precisión, necesarios para una operación de este tipo. De la calle al altar de la Iglesia de la Divina Providencia hay unos 35 metros, y el tirador necesitaba una mira telescópica.
El 257 Roberts es un rifle calibre 25 fabricado por la casa Remington, muy utilizado para tiro de precisión con mira telescópica. Es dudoso que haya sido el rifle con el que fue asesinado monseñor Romero. La autopsia revela que recibió un proyectil calibre 22 en el corazón. Pero el tirador no salió del equipo de D´Aubuisson, sino del otro conspirador: Mario Molina, hijo del ex presidente Arturo Armando Molina. Mario Molina aportó el asesino, el arma y el equipo de seguridad.
Los cuatro automáticos y granadas estaban en la lista como parte del armamento de los cuatro elementos de seguridad que acompañarían el operativo.
El motorista salió del equipo de D´Aubuisson, bajo la supervisión de Saravia. Amado Garay, un ex soldado oriundo de Quezaltepeque, condujo al asesino frente a la puerta de la iglesia y después lo llevó a un lugar seguro. Garay -hasta hoy el único de los participantes en la operación que había dado su testimonio- vive en Estados Unidos bajo el programa de protección de testigos.
El tirador es salvadoreño, ex guardia nacional y era miembro del equipo de seguridad de Mario Molina. El 24 de marzo, de un disparo certero, acabó con la vida del arzobispo de San Salvador.
Saravia solicita que los capturen. Hace una segunda solicitud al día siguiente. Me pide que lo lleve a la ciudad más cercana que tenga un Burger King. Cuando vivía en Modesto, California, cerraba la venta de autos y camino de su casa pasaba todos los días comprando una Whopper doble. Esta vez, aquí, me pide un favor especial:
-¿Me podría comprar dos?
-Tiene usted hambre, capitán.
-La otra es para mañana. Me la quiero llevar a la montaña.
-Pero de aquí a mañana se le va a podrir.
-Si yo todo lo que como está podrido, no se preocupe.
***
Saravia en su domicilio actual. |
Para encontrar a Saravia hay que bajar al infierno. Hace varios kilómetros que se terminó el mundo y en este paraje solo habitan gentes con deseos de despedazarse a machetazos y emborracharse para engrosar el número de viudas o al menos mitigar el dolor de las gusaneras. La hombría, aquí, se mide por muertos. Allá va Danilo, que ya mató a tres; Tomás acaba de regresar, andaba huyendo porque mató a su hermano.
El paisaje parece copiado de un cuadro naturalista del siglo XIX. Bosques de pino apenas interrumpidos por pequeños páramos en los que se alzan aldeas, verdes y hermosas si no fuera porque han sido levantadas por la miseria y el garrote. Los niños deambulan desnudos y las mujeres a los 30 años parecen ancianas, sin dientes, con las manos curtidas y los pechos caídos de tanto amamantar criaturas.
Una niña de cinco años se acurruca para defecar en el monte. El microcosmos que se apoderó hace tiempo de su sistema digestivo desecha los alimentos en forma de una diarrea verde, apestosa. No ha terminado cuando ya algunas moscas comienzan a invadir la escena. Al acecho, un perro espera a que la niña termine para alimentarse de esa plasta verde. Esta es la cadena alimenticia de la miseria. Aquí no se desperdicia nada.
Solo las moscas tienen la nutrición adecuada. Enormes y ruidosas, se aparean para después desovar en la espalda de las vacas, de los perros, de los niños. A los pocos días, la picadita se va abultando y adquiere vida propia. Es un tórsalo que comienza a moverse solo en la espalda de la vaca, del perro, del niño. Y pica, pica, pica con desesperación hasta que duele de tanto rasparse la espalda. Son gusanos que solo salen a pedazos, exprimiéndolos como una espinilla gigante, morada.
En esta tierra de morenos curtidos por el sol y disminuidos por el hambre y el trabajo del campo, vive El Gringo, un hombre blanco curtido por el sol y disminuido por el hambre y el trabajo del campo. Cuando llegó aquí, hace tres años, pesaba 282 libras. Ahora pesa 165, come de lo que le regala una vecina y aprovecha las pocas monedas que gana cuando le sale trabajo para comprar alcohol trasegado que le permita recordar su nombre y olvidar de dónde viene y por qué está aquí. La única persona que le ha tendido la mano en este macondo recuerda cuando apareció por aquí: “Cuando vino ni siquiera sabía usar el machete”, dice, burlándose.
El Gringo vive en una pequeña casa de bahareque, con ventanas de madera sin vidrio y con apenas tres prendas de vestir colgadas de una pita que atraviesa el cuarto. Una colchoneta roída y sucia le sirve de cama. Vive aquí de prestado. La dueña de la vivienda barre, mientras le cuenta que alguien le quiere quemar la casa. “Le estuvieron tirando piedras pero ninguna cayó en la ventana, yo pensé que se la iban a destruir”, dice. Los atacantes son algunos de los 10 hijos que ella trajo al mundo y que amamantó y crio hasta cuando tuvieron edad suficiente para asesinar a su propio padre. “De los 10, cinco me salieron buenos”, cuenta. Una noche, hace tres meses, dos de los otros cinco se sentaron a beber en familia con su padre. La conversa terminó en reyerta, hubo gritos y amenazas. “Lo salieron a perseguir y le pegaron con un palo. ¡Ay no!, les dije, ya me lo mataron. Pero no me hicieron caso. Ahí quedó el viejo. Muerto”. Ella misma los fue a denunciar a la policía, que los capturó días después pero que los dejó libres hace dos semanas. Han jurado volver para matar a su mamá.
“Tenga cuidado”, le dice la anciana al Gringo. “Una de mis hijas le va a quemar la casa para quitármela”. Esta mujer no sabe que El Gringo es salvadoreño. Ni que se llama Álvaro Rafael Saravia. Tampoco sabe que es piloto de aviones. Ella nunca ha visto un avión. Tampoco sabe que El Gringo participó en el asesinato de un arzobispo. Pegada a su falda camina su nieta, huérfana de padre, que tiene una hermosa sonrisa y una infección en un ojo.
30 años después de asesinar a monseñor Romero, el capitán Álvaro Rafael Saravia está en el infierno.
-Claro, es un castigo. Todo donde estaba metido yo era una podredumbre, todos andaban detrás del dinero como sea. Los medios no importaban, pero querían dinero. Enriquecerse.
-Usted también.
-Yo también. ¡Claro! Vaya a verme ahora. He aprendido a vivir con lo que tengo. He vivido con la gente que realmente sufre. Pero sufre una calamidad espantosa. ¡La peor desgracia del mundo! ¡La pobreza! ¿Cómo no iba a ser guerrillero el hombre si estaba viendo que sus hijos se estaban muriendo de hambre? Y cuando iban a cagar cagaban lombrices. Yo agarro mi fusil y me voy a la verga. No lo espero dos veces. Ni tres. Ni necesitan convencerme mucho.
-Hoy la está viviendo.
-La estoy viviendo. En carne propia. Si algún día yo pudiera hacer algo por esa gente lo hago. Aún tomar las armas.
-Cómo da vueltas la vida.
-Ha dado vuelta mi vida. Terriblemente. Y he sufrido a la par de esa gente: que no hay maíz. Vayan a cortar guineos pues. En veces hay maíz y no hay con qué. Entonces a la tortilla hay que echarle sal. Entonces se come con sal. Y en veces no hay. Yo tengo una familia enfrente. A veces me dejan unas cuatro tortillas. Y si eso es ser comunista… Es comunista. En aquel tiempo para todos los que estaban es comunista. Que lo saca, lo trompea de la casa y decirle hijueputa vos andás con la guerrilla. Cambia la vida. Esto no es vida.
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Debajo de la cama de Álex “El Ñoño” Cáceres hay dos botellas de whisky y tres de champán. Las esconde cada vez que se va de viaje, pero sus inquilinos saben perfectamente dónde encontrarlas. En esta casa de la colonia San Benito, los hombres que conforman el equipo de seguridad de Roberto d´Aubuisson pasan algunas noches aprovechando que el propietario vive en Miami.
Fernando “el Negro” Sagrera y el capitán Saravia destapan una botella de whisky y comienzan su propia fiesta. Su jefe se ha ido a San Miguel todo el fin de semana, a la casa de unos amigos. Aún no ha vuelto.
Afuera, en el parqueo y la caseta de seguridad de la casa, hay al menos 12 hombres esperando instrucciones. Es domingo, un día tranquilo para la fiesta pero agitado para la política porque es el día en que el arzobispo de San Salvador, monseñor Óscar Arnulfo Romero, celebra misa en catedral y aprovecha la homilía para hablar sobre la situación del país. “Se hablaba de que la homilía de Romero, que era un hombre que estaba alebrestando a la gente… Eso era comidilla del día en todos lados, la homilía de Romero”, recordará después el capitán Saravia.
Este domingo, 23 de marzo de 1980, monseñor Romero ha dicho unas cosas tremendas. Le habló a los soldados, a los guardias nacionales, a los policías… a todos los cuerpos de seguridad, para decirles que no deben matar a sus hermanos campesinos. Les dijo que la ley de Dios prohÍbe matar y que esa ley prevalece sobre cualquier otra. Que no deben obedecer ninguna orden de matar a nadie. “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno, en nombre de Dios: cese la represión!”.
Para el grupo al que pertenecen los dos que ahora beben whisky escocés, estas palabras solo pueden provenir de un comunista. Y el comunista es el enemigo. Es hora de matarlo. Pronto. Aún hay whisky para rato, cortesía de Álex Cáceres.
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Temprano en la mañana del 24 de marzo de 1980, el capitán Eduardo Ávila Ávila entra a la casa de Álex “El Ñoño” Cáceres y despierta a Fernando Sagrera y al capitán Saravia. Lleva en la mano un ejemplar de La Prensa Gráfica, abierto en la página 20, como prueba de que hoy es un buen día para matar al arzobispo. Esa página repite varias veces los dos apellidos del capitán Ávila Ávila. El periódico anuncia una misa conmemorando el primer aniversario de la muerte de la señora Sara Meardi de Pinto. Su hijo, Jorge Pinto; sus nietos y las familias Kriete-Ávila, Quiñónez-Ávila, González-Ávila, Ávila-Meardi, Aguilar-Ávila y Ávila-Ávila, entre otras, invitan “a la santa misa que oficiará el Arzobispo de San Salvador, en la Iglesia del Hospital de la Divina Providencia, a las 18 horas de este día”.
El capitán Eduardo Ávila Ávila les informa el plan: en esa misa será asesinado monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez. Ya todo ha sido coordinado con Mario Molina y Roberto d´Aubuisson.
D’Aubuisson no está en esa casa. Se ha ido el fin de semana para San Miguel, a descansar a la casa de la familia García Prieto. Les dará las órdenes por teléfono. Ávila les notifica primero que ya tiene al tirador: un miembro del equipo de seguridad de Mario Molina; sólo necesita un vehículo. Eso les toca a ellos. “Mario Molina nos mandaba a pedir un carro… que había que contactar a Roberto (d´Aubuisson). El Negro Sagrera se puso a hacer unas llamadas y averiguó dónde se encontraba. Le hablamos por teléfono. El Negro Sagrera me dijo: ‘Quiere hablar contigo’ . Le dije ‘mire, mayor, ¿y de qué se trata esto? A mí me parece raro que nos vengan a pedir un carro’. Las palabras de él fueron: ‘¡Hacete cargo!’. Bueno, está bien, mayor, lo vamos a hacer. Pah. ‘Sí, ahí te lo voy a llevar, ¿a qué horas nos podemos juntar para darte el carro, pues?’, le dije (a Ávila). ‘Mirá -me dijo-, si con seguridad nos vemos unos... pongámosle una hora antes de la muerte de Romero’”. A las 5 de la tarde, en el estacionamiento del hotel Camino Real.
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Mario Ernesto Molina Contreras nació en cuna de oro. Así se refieren a él y su familia oficiales activos y retirados del ejército. Hijo del coronel Arturo Armando Molina, uno de los militares más poderosos en El Salvador del siglo XX y que presidió el país entre 1972 y 1977, Mario Molina creció con las comodidades con las que crece el hijo de un presidente militar salvadoreño del siglo XX: con seguridad, impunidad y dinero asegurado; con el sello de nobleza militar; con viajes al extranjero; con los beneficios de ser la parte más alta de la escala social de los uniformados.
Hijo del coronel Molina y hermano del general Jorge Molina Contreras, que fue ministro de Defensa del presidente Antonio Saca, Mario llevó una vida privada y apartada de la disciplina militar.
En la Casa Presidencial de su papá conoció a dos hombres con los que pocos años después coincidió en los movimientos ultraderechistas y que terminaron también involucrados en el asesinato de monseñor Romero: Roberto d´Aubuisson revisaba y ordenaba los archivos de inteligencia y Álvaro Rafael Saravia formaba parte del equipo de seguridad de avanzada del presidente Molina.
En esa Casa Presidencial, según Saravia, se reunió un grupo de guardias nacionales que posteriormente conformaron el equipo de seguridad privado de Mario Molina y de donde salió el hombre que terminó con la vida de monseñor Romero. “Eran miembros numerarios de la Guardia Nacional que le daba protección al presidente de la República. Ahí estaba gente civil. No andaban uniformados. Acompañaban al presidente en las giras. Entonces Mario Molina era el hijo menor de ellos. Ya le quedaron específicamente a él de seguridad porque ya los conocía”.
Molina, mencionado en el informe de la Comisión de la Verdad y en el de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ha logrado mantener un bajo perfil durante todos estos años, alejado de la vida pública.
Su hermano Jorge, el ex ministro de Defensa, ni siquiera está seguro de que el hombre mencionado en el informe de la Comisión de la Verdad sea su hermano: “¿No será otro Mario Molina? Hay muchos que se llaman así”. El general informa que su hermano Mario se encuentra fuera del país.
Pocos de los involucrados han dado alguna vez su versión de los hechos. El capitán Ávila Ávila se pegó un balazo pocos años después; el mayor D´Aubuisson murió de cáncer y Mario Molina nunca ha contado su historia. Ahora habla Saravia, el lugarteniente de Roberto d´Aubuisson, quien confiesa su participación en el crimen y el involucramiento de su jefe.
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La casa del empresario Roberto Daglio es, como varias de las casas de seguridad, un centro de diversión para algunos de los hombres que rodean al mayor D´Aubuisson. Aquí se realizan entregas de drogas, por las noches llegan camionetas con prostitutas y corren el alcohol y la cocaína. La seguridad hecha fiesta para treintañeros casados, armados y en plena fiebre anticomunista.
El dueño casi nunca está. Roberto “Bobby” Daglio, un hombre de negocios y piloto aviador, pasa la mayor parte del tiempo en Miami, Florida. Abrir su casa a los grupos ultraderechistas es solo una de sus muchas maneras de apoyar la lucha anticomunista desde la distancia.
Según documentos desclasificados del Departamento de Estado de Estados Unidos, Daglio pasó los primeros años de la década de los 80s reuniéndose en Miami con otros empresarios ultraderechistas en un grupo denominado “Miami Six”, que financiaba operaciones ilegales del grupo de D´Aubuisson. Ese grupo se dedicaba al terrorismo: ordenaba asesinatos, secuestros y la colocación de artefactos explosivos, financiaba a los escuadrones de la muerte y tenía como objetivo destruir cualquier intento de reforma en El Salvador y acabar con todos los comunistas.
Los otros integrantes de este grupo eran, según los documentos del Departamento de Estado que datan de 1981, el propietario de El Diario de Hoy (al que identifica en algunos documentos como “Viera Altamirano”, en otros como “Enrique Viera Altamirano” y en otros más simplemente como Enrique Altamirano, quien aún es director de El Diario de Hoy, el periódico de la extrema derecha salvadoreña); Luis Escalante; Arturo Muyshondt y los hermanos Salaverría (Julio y Juan Ricardo).
En Miami, Daglio fundó con Enrique Altamirano la “Freedom Foundation”, o Fundación para la Libertad. Contrataron a la consultora Fraser para hacer lobby en Washington. Fraser se comprometió a cambiar la percepción estadounidense sobre El Salvador, influenciada por “periodistas amarillistas” que titulaban sus notas sobre El Salvador con “el asesinato de monjas estadounidenses y fotos de militares salvadoreños cometiendo excesos”, y no por el “significante esfuerzo del sector privado por responder a las legítimas aspiraciones y deseos del pueblo salvadoreño”.
El 24 de marzo de 1980, en la casa de Daglio, en San Salvador, Saravia coordina la entrega del automóvil desde el cual se disparará contra el arzobispo. Es un Volkswagen Passat, rojo, cuatro puertas, donado a D´Aubuisson meses atrás por Roberto Mathies Regalado, propietario de la agencia Volkswagen, como un apoyo a la lucha anticomunista. Nadie recuerda a nombre de quién estaba matriculado ese vehículo. Sarava también tiene que localizar a Amado Garay, su chofer, para que conduzca el carro.
“Tenía que localizar a Garay, tenía que localizar en qué carro iba a ir… Y desgraciadamente fue en ese carro rojo. O el carro que hubiera sido se hubiera sabido. No sabíamos la planificación. Íbamos a entregar un carro. Claro, sabíamos para qué se iba a ocupar el carro”, recuerda Saravia.
A las 4:30 de la tarde, en el estacionamiento de la casa de Daglio, Amado Garay espera paciente indicaciones de su jefe. Una empleada doméstica se asoma por una puerta de servicio para ofrecerle un pan y un refresco. Saravia y Sagrera están adentro de la casa.
Pocos minutos después, Saravia le ordena que conduzca el Passat hasta el estacionamiento del Hotel Camino Real. Pero antes de que Garay se suba al carro, entra a la casa un hombre fornido, bajo y con voz ronca. Es amigo de Sagrera, pero ha llegado a recoger un encargo. Este es, probablemente, el momento más estúpido en la vida de Gabriel Montenegro. El momento más equivocado, en el lugar más equivocado y con el vicio más equivocado. Una torpeza que va a lamentar el resto de su vida.
Aquí interviene, entonces, su amigo Fernando Sagrera. Le pide que los lleve a entregar el carro. Y se van, los tres, detrás de Garay, al estacionamiento del Camino Real.
No hay mucha vigilancia en el estacionamiento del Camino Real. Es un lugar movido, pero en el que a nadie le extraña ver a hombres armados en marzo de 1980. No hay restricciones de ingreso y está bien ubicado. A veces, algunos desconocidos pasan arrojando cadáveres a la entrada del hotel, pero los tiran afuera, en la calle. No entran.
Ambos carros se estacionan. Garay se queda en el Passat rojo y Montenegro en la Dodge Lancer blanca. El capitán Saravia y El Negro Sagrera se bajan a encontrarse con cinco hombres que ya están ahí, en una camioneta blanca. Un hombre alto, delgado, barbado, se sube en el asiento trasero del Passat rojo. Lleva un fusil.
-Lo metieron al carro y ahí les dije: ‘Bueno, sacate al motorista porque el motorista lo voy a llevar yo’. No, pero es que no tenemos, que tiene que manejar, porque el carro pidieron ustedes, no, que no sé qué. Entonces se metió el Negro Sagrera, como siempre, en esa mierda… ‘Mirá, hombre, dale, que no sé qué, que ya están en esto, que no puede fallar este asunto’. Por último, ¡otra vez vuelvo a meter las patas yo! Al ver que iba a fallar todo… ¡Andate, pues! Entonces viene Garay y se va. Se van para la iglesia.
-¿Y usted se queda ahí?
-No. Nosotros nos vamos a buscar la iglesia. Porque no conocía ni el Negro ni el Bibi ni yo dónde quedaba.
-¿Quiénes van a buscar la iglesia?
-Los tres que estábamos en el carro. Encontramos la iglesia después de un rato y nos parqueamos enfrente. No enfrente, aquí (a un costado de la entrada).
-Y no lo habían matado todavía.
-No. Ahí estábamos parqueados nosotros, no habíamos pasado ni cinco minutos cuando se oyó el disparo. Si es que esos fueron llegando y matándolo.
-¡O sea que usted estaba enfrente de la iglesia cuando lo mataron!
-Sí, estábamos nosotros. Ahí estaba el Negro Sagrera, Bibi Montenegro y yo en la parte de atrás del asiento del carro.
-¿Y veía?
-No, no, no. Solo la entrada se miraba. Y el carro estaba parqueado, ese Volkswagen. El carro salió para abajo y dobló a donde estábamos nosotros. De ahí se perdió y nosotros dijimos vámonos.
-¿Y por qué decidieron ir?
-Bueno, nosotros fuimos… hasta imbécil parece ser tal vez… Por saber, por curiosidad, por ir a ver. Ridículo, ¿verdad? Ridículo.
***
Se presenta como un fascista. Lleva una gorra que dice “KGB. We are still watching you”, jeans y una camisa de leñador. Porta un bigote blanco y tupido, cuyos extremos rozan la barbilla, en un estilo que los expertos llaman “camionero” o “trailero”. Gabriel Montenegro, un hombre que lleva casi 30 años viviendo en Norteamérica, acude a la entrevista sin saber exactamente de qué vamos a hablar. “No soy nazi, soy fascista, que es distinto”, dice, para abrir el encuentro. “Creo en las organizaciones de los gremios, y controladas desde arriba. Como en los tiempos de mi general Maximiliano Hernández, que no había mareros. A los ladrones la primera vez el primer dedo. La segunda vez el otro, y así hasta la mano. A los violadores los castraban y a los asesinos les aplicaban la ley fuga”.
Cuando le digo que sé dónde estuvo él el 24 de marzo de 1980, su primera reacción es negarlo. “Eso es falso”, dice. Después pide acogerse a “la Quinta Enmienda”, una provisión estadounidense que da derecho a guardar silencio para no autoincriminarse. Comienza a ver nerviosamente a su alrededor. Con una paranoia que se contagia. Yo también comienzo a ver alrededor, buscando entre las mesas de esta cafetería una mirada torva ocultándose detrás de un periódico o alguien hablando solo, con la boca torcida y un alambre discreto alrededor de su oreja. No encuentro nada. Sigo la mirada de Montenegro, como quien busca algo en el cielo sólo porque la persona de al lado dirige su mirada hacia arriba. En una mesa contigua hay dos chicas que recién estrenan la mayoría de edad. Una lleva falda escocesa a cuadros y una camisa manga corta, blanca. La otra parece recién bañada, lleva jeans y una camiseta amarilla. Toman café y conversan como conversan todas las chicas de esa edad, con una seguridad adulta, madura para sostener el cigarillo y darle una bocanada, pero con la sonrisa naïf que devela que aún no han terminado de desarrollarse. Montenegro les fija el reojo. Las observa, intentando que ellas no vean que él las está viendo. A mí no me parecen agentes de nada, pero él sabe más que yo de estas cosas. Las colegialas se han convertido ya en sospechosas.
Montenegro enciende su tercer cigarro en 15 minutos, y yo comienzo a leerle el testimonio de Saravia. Da un trago a su botella de agua, observa con dureza a las agentes de la mesa contigua y fuma con intensidad. Le tiembla la quijada. Cuando termino, la sangre se le ha subido a la cabeza y parece que va a estallar en cualquier momento. “Llevo 30 años huyendo de ese día”, dice. En eso se parece al Capitán Saravia. “Ni siquiera mi familia sabe que yo estuve ahí. Pero no le voy a dar declaraciones”. Nos despedimos con su confesión sin narración. Al siguiente día, Bibi Montenegro llega al mismo café, pero dispuesto a contarme su 24 de marzo de 1980.
“Yo llegué a esa casa a recoger ciertas cosas que eran para mi consumo, ellos me pidieron un ride y yo se los di. Les dije hay que esperar a esta persona, me dijeron no te preocupés, aquí tenemos nosotros un poco, venite, danos el ride”.
Bibi Montenegro conduce su camioneta Dodge Lancer blanca hasta el estacionamiento del Camino Real. Anda armado con una Colt 45, y cargado con su medicina. A su lado, Fernando Sagrera. Ha traído un arma automática, una subametralladora Hechler & Koch MP 5. Atrás, un hombre del que Bibi Montenegro había escuchado muchas historias, pero al que mira por primera vez: Álvaro “el Chele” Saravia. Este lleva las dos pistolas que siempre carga: una en la cintura, 45 gold K, y otra en el tobillo, la 380. Cuando llegan al estacionamiento del hotel, Montenegro estaciona su camioneta muy cerca del Volkswagen Passat que conduce Amado Garay, y sus dos acompañantes se bajan a discutir con otros hombres. Bibi se queda en el carro, inspeccionando su medicina. Alcanza a ver a un hombre alto y barbado, con un rifle, meterse al Passat, y cuando Saravia y Sagrera regresan, el Passat arranca y se va. Montenegro y sus acompañantes deciden ir también a la Divina Providencia.
-Yo creí que se iban a dar verga con algún militar o algún hijueputa que lo cuidaban. Yo andaba preocupado por mi asunto que fui a traer y nada más -dice Montenegro.
Partieron a la colonia Miramonte y se detuvieron dos veces en el camino para preguntar dónde quedaba la iglesia. Cuando la encontraron, se estacionaron a unos 50 metros de la entrada, sobre la calle.
-Me miraban a mí bastante nervioso y yo les decía: ¡Puta, miren, aquí nos puede agarrar la policía con estas cosas y va a ser un problema!
Saravia y Sagrera volvieron a bajarse del carro. No llegaron hasta la puerta de la iglesia. A casi una cuadra de distancia, esperaron apenas unos segundos hasta que se escuchó el disparo que mató a monseñor Romero. Uno solo. Un estruendo que algunos de los presentes en la misa recuerdan como un bombazo. Una explosión potente, sin silenciador. Un estallido que Gabriel “Bibi” Montenegro no alcanzó a escuchar. Él seguía adentro del carro, concentrado en su medicina.
Saravia y Sagrera se subieron y la Dodge Lancer blanca, con Gabriel Montenegro al timón, partió de regreso a la casa de Roberto Daglio. El conductor no recuerda la conversación en el carro. “Yo iba tan fuera de mí, porque yo había estado tomando mi medicina, que yo no iba poniéndole atención a eso. Yo iba poniéndole atención a que no hubiera un retén. Y yo todavía pregunté: ‘¿Qué pasó?’ ‘No, nada, dale. Andá a dejarnos’. ‘¿Y ahí va a estar la persona?’ ‘Sí, hombre, no te preocupés, quedate con lo que te dimos.’ ‘Ah, vaya, vergón pues’”.
Tres décadas y ocho operaciones de corazón después, Gabriel Montenegro enciende otro cigarillo. Suspira y los ojos se le humedecen. Le tiemblan la quijada y el bigote. Aprieta los dientes. El cigarro parece sostenido por una mano con Parkinson. Tiene cólera, dice, contra los que le cambiaron la vida ese día. “Si yo hubiera sabido a qué íbamos, quizás no hubiera pasado. Hubieran sido otros los dos muertos”. Otros dos, en un carro en el que iban tres. “Hubiera hecho lo imposible por evitarlo. Sin embargo, como me tuvieron a mi de pendejo ahí, a un pobre adicto dándole su droga. Pero ahora tengo 27 años de estar limpio, gracias a Dios y de los amigos que están allá arriba”.
Según él, hasta el siguiente día se enteró de dónde había estado la tarde anterior. Supo que había ido a matar a monseñor Romero y se alejó para siempre de aquel círculo de salvadores de la patria, de drogas y prostitutas.
Le pregunto si alguna vez le reclamó a D´Aubuisson y a su gente por el crimen. “Sí. Se los reclamé. Y me recordaron que todos los días aparecía gente en las calles. Después en las noticias salió de un carro blanco. Entonces yo le hablé a una amistad y le dije ‘¡Puta, mi carro es blanco, cabrón!’… ‘Deshacete de ese carro y te damos otro’, me dijo. Y ahí cambió mi vida, pues”.
***
Fernando Sagrera y Álvaro Rafael Saravia eran inseparables. Así los recuerda Marissa d’Aubuisson, hermana de Roberto y creadora de la Fundación Romero. “A todos lados iban juntos, siempre los veía con Roberto”, dice. Saravia en el asiento de adelante, junto al mayor. Sagrera en el de atrás.
Una vez, coincidió con su hermano en la casa de su mamá. Afuera, en una camioneta Cherokee, Saravia vigilaba. Marissa se acercó a hablar con él. “Le dije que si estaba blindada y me dijo que sí, pero que la mayor protección era la pintura. ¿Por qué?, le pregunté. ¿Es antibalas? No, me dijo. Pero tiene tantas capas de pintura que ya resiste todo. Un día es gris y al otro día negra”.
Otro día, su hermano insistió en llevarla a su casa. Ella se negó, porque no creyó muy conveniente para su seguridad personal que los vecinos se enteraran del parentesco con el mayor. Pero ante la insistencia de su hermano, se subió a la camioneta. “No se podían poner bien los pies, porque venía forrada de armas”, dice.
Estacionaron el carro a varias cuadras. Sagrera y Saravia se bajaron, y caminaron con ella hasta su casa. En esos días los dos estaban gordos. El Chele y el Negro. “Es que Roberto no podía dar un paso sin que anduvieran estos dos atrás. Para todos lados iban juntos”.
***
Fernando Sagrera siempre ha sido hombre de llegar temprano a casa. A las 7 u 8 de la noche. No sabe qué hacían sus amigos después de esa hora, pero él, dice, jamás se metió en nada. Por eso le extraña que tres personas distintas -Amado Garay; el capitán Saravia y Bibi Montenegro- lo involucren con los hechos. “Yo no tengo nada que ver”.
Le extraña más aún el hecho de que estas tres personas no tienen comunicación entre sí, y que dos de ellas coincidan en su versión “difamatoria” justo 30 años después. Le extraña tanto, dice, como cuando lo interrogaron de la Comisión de la Verdad por este mismo crimen, y él les aclaró que no había tenido nada que ver, y aún así lo mencionaron en su informe. O enterarse, justo ahora, de que también es señalado en el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Pero todas estas acusaciones son falsas. ¿Dónde estaba, entonces, Fernando Sagrera, el 24 de marzo de 1980? “No me acuerdo. Si para mí es un día común y corriente. ¿Cómo me voy a estar fijando qué pasó?”
De Saravia nunca fue amigo, “porque estaba loco. Ese es un alcohólico demente”. Fue, eso sí, amigo de Roberto d´Aubuisson. Muy amigo. “Ese es mi pecado. A Saravia solo lo veía cuando me daban ride a algún lado”.
Tampoco ha matado a nadie, ni participó en operaciones clandestinas. “Fui borracho y pendenciero, eso sí. Pendenciero de esos de darse verga. Pero nada más”.
Sagrera tiene un rostro que no debió haber parecido inocente ni siquiera cuando era un bebé. El ceño fruncido, dos bolsas oscuras debajo de los ojos y un bigote cano componen la fachada de un hombre que durante toda su vida fue conocido como rudo, malencarado y poco sofisticado. “Siempre fue rústico”, dice un amigo suyo.
En 1979, cuando abrieron la pista de carreras de El Jabalí, Fernando Sagrera se asoció con Elías Hasbún y juntos formaron un equipo de autoracing que competía con un Aston Martin propiedad del terrateniente Juan Wright. El carro era ligero, y para llevarlo a la meta de salida Sagrera lo halaba con una cuerda y se paseaba frente a los pits de los demás corredores, amedrentándolos con el Aston Martin a cuestas. A su equipo de carreras, los demás competidores lo bautizaron como los “Really Rotten”, los verdaderamente podridos.
Tiene el cuerpo marcado por las huellas de una quemada. Cuando Napoleón Duarte ganó la presidencia sobre el candidato de Arena, que era Roberto d´Aubuisson, en 1984, Sagrera intentó hacer una barbacoa de documentos de la campaña, y el fuego se le vino encima. Tuvieron que llevarlo a Estados Unidos, a un hospital militar, a curarlo, a pesar de que él no era estadounidense y de que ni siquiera tenía visa de ese país. Lo metieron por el sistema militar.
Mientras estaba postrado, recuperándose, lo vinieron a interrogar hombres que, cree él, eran de la CIA. “Más que todo andaban detrás de las armas que entraban aquí a El Salvador, (creían) que yo las traía y yo las financiaba”. Ante la presión de los interrogatorios, dice, se fugó del hospital. “Para salirme del hospital me hice chero de un gringo, me fui a las 9 de la mañana y él me tuvo en su casa. Y me obligaron a venirme clandestinamente”.
Sagrera fue, según el capitán Saravia, “la única baja que tuvimos durante toda la guerra”. Además de la quemadura, Sagrera recibió un balazo que él mismo se pegó, sentado en una camioneta.
Sobre el asesinato de monseñor, Sagrera no recuerda mucho. A pesar de que antes ya ha dicho que le extraña haber visto su nombre en el informe de la Comisión de la Verdad, ahora dice que ni siquiera sabía que su nombre aparece en el informe de la Comisión de la Verdad. Porque no lo ha visto. “¿A usted no le sucede que cuando usted no tiene en algo que ver, usted no ocupa la palabra 'a mí me vale verga porque yo no tengo nada que ver en eso?'”
De Bibi Montenegro tampoco fue amigo. Le digo que yo sé que el 24 de marzo él iba en una Dodge Lancer blanca, rumbo a la iglesia de la Divina Providencia.
-Fíjese que no me cuadra. No me acuerdo, no tengo... no sé.
-Había una tercera persona en ese carro, un amigo suyo. ¿Lo recuerda?
-No.
-Bibi Montenegro.
-¿Este Montenegro de cuáles Montenegros?
-Bibi Montenegro, su amigo.
-Vaya le negaría que no... hoy ya me hizo clic, ¿veá? Sí lo conozco, pero no somos ni amigos ni nada. Yo lo he visto cinco veces en mi vida... tal vez, cuatro.
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Elías Hasbún recuerda con mucho entusiasmo los días de los “Really Rotten” en El Jabalí. Él y Sagrera, corriendo juntos, y el tercer amigo en el apoyo: Gabriel “Bibi” Montenegro. “Siempre llegaba, como éramos muy amigos, llegaba con su esposa a todas las carreras. El Bibi era como el fan del equipo, después nos íbamos juntos todos”.
Hasbún, conocido como “Urly” en el mundo de los automóviles, todavía corre y todavía, también, mantiene un tallercito especializado en autos de carrera. En 1980 el taller Voglione ocupaba un local alquilado en la colonia La Rábida de San Salvador, a una cuadra de la embotelladora Canada Dry. Ahí varios talleres operaban en el mismo espacio, abierto. Hoy ese edificio es la ampliación de la fábrica de plásticos Mondini. Ahí, asegura el capitán Saravia, llevaron el Passat rojo cuatro puertas desde el que fue asesinado monseñor Romero: “Se le dio la misión al Negro Sagrera, de decirle mirá que ese carro hijueputa que no… Que se bote, que se queme. Detrás de la Canada Dry hay una calle. En esa calle hay un taller. El Negro Sagrera dice que a ese se lo llevó. Que a esta persona de aquí se lo llevó para que lo destruyera”.
Hasbún dice que no recuerda quién llevó ese carro. “Sí me acuerdo que lo vi ahí, un Passat rojo. Nuevito. Un día llegó y después me enteré que estaba metido en lo de monseñor Romero, pero ya no pregunté más porque en esos días era peligroso andar averiguando. Me quedé calladito”. El carro, dice Hasbún, permaneció casi un mes en ese taller, hasta que un día desapareció y no supo nada más.
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Dos o tres días después del asesinato de monseñor Romero, el grupo de D´Aubuisson sostiene una reunión en la casa de Eduardo Lemus O´byrne. Saravia conoce de esta reunión, porque él mismo, saliendo de ahí, fue a pagarle al hombre que disparó contra monseñor Romero. Fue a pagarle por sus servicios.
“Yo no conocía al tirador. Ese día lo vi yo en el carro, meterse al carro de barba. Y después le fui a entregar yo personalmente los mil colones que le entregó, que los pidió prestados D´Aubuisson a Eduardo Lemus O´byrne. En la casa de él estábamos nosotros cuando llegaron a decirle que… ¡A cobrar! Y Roberto d´Aubuisson jamás manejaba dinero. Le prestó mil colones a este para entregárselos.”
Eduardo Lemus O´byrne es un conocido empresario salvadoreño. Ha sido presidente de la Asociación Nacional de la Empresa Privada, propietario de granjas avícolas y un hombre muy conocido en los círculos empresariales centroamericanos.
Fue un acérrimo enemigo de la reforma agraria, desde los tiempos del coronel Molina, y se acercó, casi de manera natural, al grupo de D´Aubuisson. De Saravia y Sagrera dice: “Esos eran unos matarifes. Yo con ellos nunca tuve nada que ver. Yo defiendo principios, pero estos se habían vuelto guerreros y mafiosos”. Asegura que nunca, nunca le dio dinero a D´Aubuisson y que, si le hubiera pedido mil colones para dárselos al asesino de Romero, sin duda lo recordaría. “Y no, no recuerdo esa reunión. Esa reunión nunca pasó”.
Lemus O´byrne se separó de D´Aubuisson y los fundadores de Arena poco después. El 14 de septiembre de 1982, su cuñado, Julio Vega, piloto aviador, desapareció en una pista aérea en Guatemala. “Creo que lo eliminaron porque andaba traficando armas para el FAN”, dice Lemus. El FAN era el Frente Amplio Nacional, un movimiento paramilitar dirigido por D´Aubuisson que sentó las bases de Arena.
La viuda de Vega se casó poco después con D´Aubuisson, y Eduardo Lemus O´byrne aún no descarta que haya alguna relación entre el homicidio y la relación amorosa. Solo eso explica que, cuando uno de sus amigos comenzó a investigar el crimen, pronto fue amenazada su vida: “Lo trató de matar el grupo de D´Aubuisson, Sagrera y Saravia. Entonces yo le dije a Roberto: conmigo no estés jodiendo, que yo sí te voy a quebrar el culo”.
El capitán Saravia insiste en que el dinero lo puso Lemus O´byrne. “Dio los mil pesitos. Yo mismo se lo fui a entregar. Llegué donde él y le dije, mirá, dice Roberto d´Aubuisson que no quiere saber ni mierda de vos, que te arreglés con tu jefe”.
El dinero se lo fue a entregar al estacionamiento de un pequeño centro comercial en el oeste de San Salvador, llamado Balam Quitzé. Ahí lo esperaba el tirador, ya sin barba, acompañado de Walter “Musa” Álvarez, un extraño hombre que murió asesinado poco después.
“Dio el pisto. Dio los mil pesitos, se los fui a dejar yo y le dije lo siguiente. ¡De ahí yo jamás! De ahí lo empecé a ver a este, a cómo se llama, al, al… llegaba a las oficinas de Daglio, así pasaba. Y (Jorge) “el Chivo” Velado ya era un hombre de edad, andaba con él exhibiéndose. El tipo en la calle y él manejando. Y no sólo lo vi yo, pues. Y le ha de haber dicho a la gente “este fue el que lo mató”. Él sabe los movimientos correctos de él”.
Jorge Velado es ya un hombre mayor. Fue fundador de Arena y trabajó al lado de D´Aubuisson durante muchos años. Pero eso, dice Velado, nada tiene que ver con el asesinato de monseñor Romero. Solo después de varias semanas de intentos de hablar con él, Velado acepta hacerlo brevemente y por teléfono. “Yo no conocí a ese Saravia, y no me anduve paseando con nadie nunca. Yo de eso no tengo nada que decir”.
***
Marissa d´Aubuisson recuerda otra escena: pocos días después de la muerte de monseñor Romero, comenzaron a circular los rumores de que Roberto d´Aubuisson había ordenado el asesinato.
Su hermana mayor decidió averiguarlo y confrontó al hermano paramilitar. “Roberto, dicen por ahí que vos tuviste algo que ver con la muerte de Romero”. El mayor D´Aubuisson respondió: “Mirá, mejor callate si no sabés, porque al que mató a ese hijueputa le van a hacer un monumento”.
El asesinato, y los rumores del involucramiento de D´Aubuisson en los escuadrones de la muerte, ayudaron a consolidar su liderazgo entre las filas de la extrema derecha salvadoreña, y lo convirtieron en ícono de la lucha anticomunista.
Algunos años después de participar en el asesinato de monseñor Romero, el mayor Roberto d´Aubuisson se convirtió en candidato presidencial, presidente de la Asamblea Constituyente de 1985 y figura mítica, padre y guía de la derecha salvadoreña. El partido que fundó, Arena, gobernó El Salvador durante 20 años, hasta que en marzo de 2009 fue derrotado en las urnas por la ex guerrilla, el FMLN.
Saravia, trastornado por el giro que ha dado su vida y su contacto directo con la pobreza y la marginalidad, ha cambiado ya también su manera de ver el mundo. Ahora quisiera fusilar al mismo hombre al que él le entregó mil colones. “¡Que lo fusilen!… Porque no hay pena de muerte en El Salvador, pero merece la muerte. Quisiera creerlo así y quisiera confrontarlo. Porque él sabe. Y si está vivo, ¿qué mejor que agarrarlo?”
Sobre la participación de Roberto d´Aubuisson: “Me dijo: ‘Hacete cargo’. Hacete cargo de entregar el carro, pues. ¿verdad? Ahora, que a la larga, ¿sabe qué pensé yo? Esa fue una orden de matar, pues. ¿Verdad? Yo lo pensé. Yo lo pensé. Yo no sé ciertamente si D´Aubuisson se metió en ese asunto y el pendejo fui yo, que en todo estoy yo, sabiendo lo que sé y lo que le estoy contando quiero saberlo también, y si no me cago en la madre de D´Aubuisson yo. ¿Ah? Por lo menos tengo más…”.
El padre Jesús Delgado, biógrafo de monseñor Romero y quien desde hace años promete que algún día, en un libro, revelará quiénes ordenaron el asesinato del arzobispos, asegura que el mayor Roberto d’Aubuisson fue solo una pieza operativa, no el autor intelectual del asesinato. “A Duarte se le hizo muy fácil descargar toda la responsabilidad en una sola persona. D’Aubuisson sí participó, pero no lo ordenó”, dice.
Con el capitán Saravia pactamos un nuevo encuentro en una cafetería de pueblo. Cuando él llegó, me encontró sentado a una mesa justo debajo de un cuadro que representaba la última cena. Se detuvo a verla.
-¿Por qué se vino a sentar aquí?
-Era la única mesa que quedaba libre, capitán.
-¿Ya vio? Se vino a sentar debajo de la última cena. Eso tiene que ser una señal.
Me dijo que quería una foto bajo la última cena, y se la tomé con un celular. Abusé y le pedí que posara frente al cartel de Se Busca en el que aparecía su foto, y aceptó. Ya en esas, le dije que la próxima vez vendría con un fotógrafo, y aceptó también.
La última vez que nos reunimos, recién había terminado una labor agrícola que le dejó unos cuantos reales machete en mano. Lo encontramos rasurado, con el cabello recién cortado y unas gafas nuevas. “Ahora sí, tómenme las fotos que quieran”.
Aprovecho para ponerle la grabación de la última misa de monseñor Romero. El capitán frunce el ceño, y escucha atento. Monseñor dice sus últimas palabras: “Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos pues, íntimamente en fe y esperanza, a este momento de oración por doña Sarita y por nosotros”.
Se escucha una explosión y el capitán Saravia se estremece. Da un pequeño brinco en la silla. Una corriente eléctrica recorre su cuerpo y se detiene en sus ojos, que ahora sí se abren completamente detrás de sus gafas nuevas y se humedecen. Me mira fijamente sin decir nada por un par de segundos. Respira profundamente.
-¿Ese es el disparo?
-Sí, capitán. Ese es el disparo.
Fuente: Elfarno.net - Vos el soberano
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