Alberto Cruz
Una vez más jugando el juego de la burguesía: que si Gadafi es bueno, que si es malo, que si ya no controla el país, que si hay que ocupar el país, que si se le apoya desde América Latina, que si hay que criticarle… Con una habilidad pasmosa, la burguesía ha desenfocado las revueltas que se están produciendo en el mundo árabe: en Egipto y Túnez la clase media que impulsó las revueltas, con el apoyo del Ejército, no duda en atacar a quienes quieren ir más allá de meras reformas cosméticas para que todo siga igual y ellos tengan su parcelita de poder para evitar su progresivo empobrecimiento; en Marruecos y Jordania siguen las movilizaciones, ya con críticas a las respectivas monarquías (algo novedoso) pero se han vuelto inexistentes. Apenas algún suelto entre la maraña de crónicas desde las “zonas liberadas” de los “enviados especiales” a Libia. Pero no es aquí donde se está jugando el futuro del mundo árabe tal y como hoy le conocemos, sino en Bahrein, la mecha que puede prender las revueltas en todo el Golfo Pérsico.
La importancia geoestratégica de lo que sucede en este pequeño país es de tal calado que si triunfa la revuelta en marcha afectará a Kuwait y a Arabia Saudita. En el primer país ya ha comenzado a haber manifestaciones. En los tres países hay shiíes, mayoría absoluta de la población (70%) de Bahrein y minorías significativas en los otros dos (con alrededor de un 30% en Kuwait y algo menos del 20% en Arabia, pero en este país asentados en la zona más rica de petróleo –de ahí sale el 10% del petróleo que consume diariamente en mundo- que está, además, muy cercana a Bahrein). A lo largo de los tiempos, han sido los shiíes marginados política, económicamente y vistos como una especie de “quinta columna” de la revolución islámica que se inició en Irán en 1979. Ni siquiera con la tímida reforma constitucional de 2001 y la reactivación del Parlamento los shííes bahriníes salieron de la exclusión y se les impidió con argucias legales establecer una mayoría política, por lo que el control se mantuvo en anos suníes. Fue, en realidad, una farsa que consolidaba constitucionalmente el poder en manos de las élites suníes puesto que quedaba en manos de la monarquía nombrar un consejo consultivo que puede bloquear a los candidatos electorales y se manipularon los distritos electorales hasta reducir al mínimo la representación shií en el Parlamento. Los partidos no son legales, sólo pueden presentarse a las elecciones como “sociedades políticas”.
Si hay preocupación en Occidente por el petróleo, imaginemos lo que sucedería con un cambio en la correlación de fuerzas en el “granero negro” del Golfo. Por no hablar de dos cosas: la primera, del penoso lugar en que quedará el despliegue militar estadounidense en la zona, donde tiene no solo la sede central de la V Flota (Bahrein), desde la que salieron los bombarderos y misiles que asolaron Bagdad antes de la invasión de 2003, sino prácticamente el mando militar (en Kuwait) de las tropas de ocupación de Irak y en Afganistán; la segunda, del reforzamiento de la influencia de Irán en la zona y, por extensión, en todo Oriente Próximo.
Este es el talón de Aquiles de la estrategia que está adoptando la Administración Obama con las revueltas en el mundo árabe: apoyarlas para que no se le vayan de las manos y puedan ser utilizadas, como lo han venido siendo los presidentes depuestos, en su campaña contra Irán. De ahí esos llamados a la “moderación” en la respuesta a los manifestantes, al “evitar la violencia” , lo cual, en caso de Bahrein, se tradujo en que de inmediato las fuerzas militares (Ejército y Policía) de la monarquía dejaron de masacrar a los que poco antes había desalojado a sangre y fuego de la Plaza de la Perla (llamada por los manifestantes “Plaza de los Mártires” en homenaje a los muertos causados por la represión). No hace falta recordar la bravucona intervención del jefe del Ejército en televisión asegurando que se utilizaría toda la fuerza necesaria para evitar “los desórdenes” tras sacar los tanques a la calle para reprimir la revuelta a los tres días de iniciada. Bahrein es el único país árabe en crisis que ha sido visitado dos veces por altos responsables, políticos y militares, estadounidenses en estos días (1). El último, por ahora, el Secretario de Estado para Asuntos del Cercano Oriente, Jeffrey Feltman.
Tanto EEUU como Arabia Saudita sienten un frío que recorre su espina dorsal y ambos están en una posición difícil. No pueden alentar la represión ni tampoco invadir el país, como se está planteando con insistencia respecto a Libia. Esa simple idea desataría la furia entre los shiíes hasta extremos incontrolables. Desde luego, los bahriníes han tenido mucho cuidado en no hacer ostentación de su creencia religiosa en las protestas. Al igual que en Egipto, el uso de la bandera nacional evidencia un sentimiento de país y no de fe religiosa que reduce el margen de maniobra a los partidarios de “las fronteras de sangre” y del enfrentamiento interreligioso suní-shií. Nada más lejos de la realidad que un intento por parte de los manifestantes de crear algún tipo de wilayat al-faqih, Estado shií, puesto en Bahrein hay una importante organización de izquierda, Waad, integrada casi en su totalidad por shiíes. Por lo tanto, no tiene ningún sentido hacer caso de aseveraciones como la de Mike Mullen, Jefe del Estado Mayor Conjunto de las FFAA de EEUU cuando acusa, sin nombrarlo, a Irán de “incitar los disturbios en Bahrein” (2).
Arabia Saudita en jaque
Esa ha sido la gran justificación de la monarquía de Bahrein en los últimos años, hasta el extremo de pedir a EEUU el bombardeo de Irán como pusieron de manifiesto los documentos revelados por Wikileaks. La monarquía ha pretendido contraatacar la revuelta popular convocando a sus partidarios (21 de febrero) en la mezquita suní Al-Khalifa, con lo que vuelve a ponerse encima de la mesa el sectarismo que sustenta este régimen. Además, si en Libia se habla de mercenarios que apoyan a Gadafi, lo mismo hay que decir de Bahrein, con mercenarios salafistas –muchos de ellos saudíes- utilizados por el Ministerio del Interior para reprimir las protestas en los primeros días. Hay tribus que tienen la doble nacionalidad, bahriní-saudita y es en ellos en quienes se ha asentado la seguridad del régimen monárquico hasta la fecha.
Los intereses de los saudíes en Bahrein son históricos, hasta el extremo de haber construido un puente que une los dos países (Bahrein es una isla) y por el que cada fin se semana se trasladan miles de hombres de negocios saudíes para desfogarse en el “liberal” (respecto a Arabia Saudita) Bahrein. Pero ese puente –que se comenzó a construir en 1981, dos años después del triunfo de la revolución islámica de Irán- no tiene una función lúdica, sino de control militar. Tiene la suficiente anchura como para que pase en poco tiempo toda una división mecanizada con la que reforzar al Ejército de Bahrein cuando sea necesario. Ya se hizo en 1990, cuando una oleada de bombas afectó al centro comercial y financiero de Manama, la capital.
Por lo tanto, no es una hipótesis descabellada la intervención saudita si las manifestaciones adquieren un carácter más drástico. Si con las movilizaciones de Egipto la bolsa de valores saudita cayó una media del 6% diario (3), una crisis similar en Bahrein sería devastadora para la economía de un país que, rico, se encuentra en una parálisis política por la enfermedad de la gerontocracia, en pleno proceso de sucesión, y la falta de respuesta a lo que está sucediendo en la zona y que se traduce, sin concesiones, en una progresiva pérdida de su influencia. Y Arabia Saudita es la gran pieza en esta partida de ajedrez que se está jugando: el equivalente al jaque al rey. Con el alfil jordano anulado y la dama egipcia amenazada y con sus movimientos restringidos a las casillas cercanas, la pérdida de la torre bahriní implica el mate al rey saudita.
De momento, y a la espera de cómo evolucionan las protestas, tanto EEUU como Arabia Saudita han incentivado a la monarquía de Bahrein a hacer concesiones, modestas, pero concesiones a la mayoría de su población como la liberación de algunos presos políticos y el nombramiento de un príncipe heredero para negociar con los manifestantes, al tiempo que ha habido un cambio de cinco ministros (Vivienda, Trabajo, Salud, Electricidad y Agua y Presidencia, es decir, todos ministerios sociales, lo que pone de manifiesto la depauperización en que vive la mayoría de la población) y se reduce un 25% la tasa de interés en préstamos para la vivienda. Insuficiente para las demandas shiíes, que ya están pidiendo ni más ni menos que la desaparición de la monarquía.
No lo van a lograr si no incrementan y radicalizan sus acciones -y el domingo 27 de febrero se inició un camino en esa dirección con el bloqueo de la sede de Gobierno (4), en protesta por una reunión del Parlamento que consideran ilegal puesto que al haberse retirado el bloque parlamentario shíi no hay quórum suficiente para ningún debate ni reunión al tiempo que el gobierno reforzaba la seguridad policial de las embajadas de los países del Golfo-, pero sí conseguirán más concesiones políticas de lo que les gustaría tanto a la monarquía como a sus patrocinadores saudíes y estadounidenses. En cualquier caso, eso ya será visto como un triunfo que va a envalentonar a los shíies tanto en Kuwait como en Arabia, con la consiguiente merma de la influencia política de EEUU y del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán y Qatar).
El que el 17 de febrero, un día después de la matanza de manifestantes, los ministros de Asuntos Exteriores del CCG se reuniesen en Manama deja bien claro que no se va a dejar caer al régimen de Bahrein, con tal alto porcentaje de población shií. Para ellos, eso sería como dar por perdido el golfo y dejarlo en manos de Irán en unos momentos en los que este país festeja lo que considera “un nuevo despertar islámico y un Nuevo Oriente Medio” con la aparición de nuevos actores menos serviles a los intereses occidentales. Desde ese momento, la cadena Al Jazeera ha comenzado a ofrecer una cobertura más sectaria de lo que ocurre en Bahrein, en contraposición a su abierta postura de simpatía con las revueltas en los otros países árabes. Eso parece haber abierto unan fisura entre los manifestantes bahriníes, con los más moderados del Al-Wefaq (Movimiento para el Acuerdo Nacional) apostando ahora por una “monarquía constitucional” al estilo británico.
Sin embargo, dentro del CCG hay un país, Qatar, que desde el triunfo de Hizbulá contra Israel en la guerra del verano de 2006 está jugando fuerte para convertirse en un puente entre ellos e Irán. Qatar puede jugar un papel geoestratégico importante: buscar un acercamiento a Irán y ejercer una influencia moderadora entre los shíies del Golfo.
Las fuerzas del “cambio” en Libia
En esta convulsa situación el imperialismo sólo respira en Libia. Aquí sí se puede afirmar de manera abierta que están triunfando las huestes pro-imperialistas. El denominado Frente Nacional para la Salvación de Libia, a quien se considera el protagonista de la rebelión (siendo muy significativo que se exhiba la bandera monárquica) es una creación de la CIA y de Arabia Saudita en los años 70 del siglo pasado (5) y la Unión Constitucional Libia es una organización monárquica. Ambas forman parte de la denominada Conferencia Nacional de Oposición Libia.
¿Quiere decir eso que Gadafi es “bueno” y un referente anti-imperialista? En absoluto. Sus histrionismos y devaneos prooccidentales son suficientemente conocidos aunque ahora haya sido abandonado por Occidente y tratado como un paria. Ya había sido denunciado hace tiempo dentro del mundo árabe por el Frente de la Resistencia (especialmente Hizbulá) por estos hechos y por su papel en la desaparición de uno de los principales dirigentes shiíes, Musa Sadr, hace treinta años y del que ahora se cuenta que podría estar vivo y en una cárcel libia.
Es entendible el apoyo que recibe desde América Latina, más con el corazón que con la cabeza. Pero si se defiende el derecho a la autodeterminación de los pueblos habrá que ser consecuentes, entendiendo que la postura es apoyar el derecho del pueblo libio a gestionar sus propios asuntos, sin injerencias de la OTAN o cualquier otra potencia imperialista-.
El hecho que el Consejo de Seguridad de la ONU haya votado por unanimidad una serie de sanciones a personalidades y haya abierto la puerta de la Corte Penal Internacional (sobre la que habría mucho que hablar) no quiere decir gran cosa: la resistencia de Turquía, Rusia y China ha impedido que se aprobase la declaración de unas “zonas de exclusión aérea” como las que sirvieron de premisa para la invasión de Irak y que habían sido reclamadas por la Conferencia Nacional de Oposición Libia. Habrá un derrumbe del régimen pero no tan pronto como los imperialistas desearían y, por ahora, no será posible una intervención extranjera al menos de forma abierta.
Sí habrá un reconocimiento a un “gobierno provisional” al estilo de Túnez y Egipto, es decir, formado por personalidades hasta ahora del régimen y en el que tendrá cabida la CNOL. Y si en estos dos países se mantienen intactas las líneas económicas neoliberales desarrolladas tanto por Ben Ali como por Mubarak, en Libia, que también existen con Gadafi, se acelerarán. La CNOL ya hablaba en 1994 de una privatización completa de la economía libia (6).
Notas:
(1) Al-Quds Al-Arabi, 25 de febrero de 2011.
(2) Asia Times, 24 de febrero de 2011.
(3) Alberto Cruz, “Egipto: la revuelta de la clase media (y el comienzo de una nueva lucha)”, http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1079
(4) Al Jazeera, 27 de febrero de 2011.
(5) Jeffrey Richelson, “The US intelligence community”, Westview Press, 2008.
(6) “Libyans Debate Post-Qaddafi Era”, http://www.wrmea.com/backissues/0194/9401050.htm
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor.
albercruz@eresmas.com
Fuente: CEPRID