Selvin Aguilar
Soy un ciudadano hondureño. Desafortunadamente pertenezco a esa generación de niños que crecieron llorando por la selección nacional de Honduras. En junio de 1982, todos los escolares fuimos despachados de nuestras aulas para ver el debut mundial de Honduras frente a la selección de España: Gol, gol, gol, gol, gol del defensor hondureño, Héctor Pecho de Águila Zelaya del Club Motagua y abrazos y alegrías; G…O…L del extremo izquierdo español, el Diablo Roberto López Ufarte del Club La Real Sociedad, y lagrimas y ofuscación. Años después este partido sería una intrascendente ficha literaria en la pluma del fallecido escritor español, Miguel Delibes quien se derritió en elogios a favor del entrenador hondureño y miembro de la resistencia popular, José de la Paz Herrera.
Empatamos con Irlanda del Norte y ante Yugoslavia perdimos el último partido. Los mismos comentaristas hondureños que en el pasado habían azuzado con un marcado chauvinismo, la guerra del futbol contra El Salvador en 1969, en el mundial de España atribuyeron la derrota al árbitro chileno Gastón Castro, y desde ese momento todos los problemas que le pasaban al paisito eran responsabilidad del árbitro de ese país austral.
En la euforia del patriotismo futbolero, ni mis amigos, ni la radio, ni los medios escritos hablaban de gentes que salían en las mañanas de sus casas y nunca más se les volvía ver, si no como nombres en las mantas de las solitarias madres que exigían en las calles, los cuerpos de sus hijos desaparecidos. En las estaciones radiales y en los radares, la contrarrevolución nicaragüense no aparecía en nuestras líneas fronterizas, ni Oliver North hacía sus mañas de trasiego de armas con la complicidad de Ronald Reagan.
Al margen de ese mundo casi espectral que sólo existía en las calles y era negado en los medios, Honduras se convirtió en un proyecto para volver a un mundial. Los planes de desarrollo se hilvanaban en canchas de futbol en forma de maquetas virtuales. La memoria histórica forjada por las clases dominantes registra el tiempo con referencia a las tentativas fallidas para retornar a un mundial.
Hoy, 28 años después volvemos a un mundial, y pareciera que esa tesis filosófica del Eterno Retorno, del que tanto hablaban los filósofos Schopenhauer, Nietzsche y Mircea Eliade no es una de tantas teorías que dormitan en bibliotecas de tomos de olores rancios, porque hoy como ayer, esta industria del futbol trata de volver intrascendente el dolor de muchos familiares que perdieron sus seres queridos en el reciente golpe de Estado en Honduras, y al mismo tiempo convertir en datos insignificantes la muerte de periodistas y de miembros de la resistencia popular. Paradójicamente la canción oficial de la selección era el himno de la Unión Cívica Democrática, brazo extremo derecho y paramilitar de la paleolítica derecha hondureña que compuesta por gentes de clase alta y de otras gentes de tacones altos para tocar las alturas se confabularon con la conspiración política.
Pareciera que lo lúdico tuviera un emparentamiento indisoluble con la muerte, como una reminiscencia de aquellos juegos de pelota en el mundo Maya de nuestra ciudad Copan, y también como movidas del resabido control social, en los que se decidía el destino de recibir la bendición de los dioses con la victoria y la muerte, o en su caso perder los partidos y vagar por ese mundo secular como simples súbditos sin gloria.
Ese viejo teatro del pasado se encarna en las tramoyas escénicas y en los telones de fondo del presente, y en los reiterados personajes que se repiten sin los penachos de plumas y sin la exuberante pedrería en orejas, narices y brazos, y hoy como ayer estos personajes de la institución son los dueños del carnaval y del rito y de la fiesta futbolera de nuestro país en Sudáfrica:
Rafael Ferrari hijo del colesterol, los buenos jamones de Westfalia y los carbohidratos, al contrario de los esbeltos cuerpos de nuestros tatarabuelos los mayas, es también el célebre Presidente de la Comisión de Selecciones. Este gordito bonachón debe al Estado de Honduras por un fraude que fraguó en contubernio con una compañía de seguros de Bélgica, más de 50 millones de Dólares. Además de ello, cada año se vuelve más millonario con las Teletones que organiza para los discapacitados, y es el que siendo el magnate de los medios televisivos, con motivo del Golpe de Estado en Honduras, despertó el odio político y el consiguiente genocidio contra los miembros de la Resistencia Popular. Por esa razón, fue acusado en la Corte Penal Internacional. El Fiscal de ese tribunal si quiere darle un pequeño susto legal con alguna medida cautelar de arresto, con las precauciones de los consabidos ataques al miocardio, puede ubicarlo en un lujoso hotel en Johannesburgo en el que junto a algunos miembros de su familia, se hospeda para seguir de cerca los ridículos pasos de nuestra selección, y al mismo tiempo aparecer de héroe nacional en las trasmisiones por televisión.
Rafael Leonardo Callejas, ex presidente de Honduras, Presidente de la Federación de Futbol hondureña, campeón de las olimpiadas de la corrupción en nuestro país, agenciándose más 150 millones de dólares en medallas de pura plata con un fondo de petróleo nacional, delantero ofensivo de las privatizaciones de empresas estatales a favor de sus amigos. Cultivador de un lenguaje sofista en el que dice nada y roba siempre. Es Dueño del partido nacional y es un perfecto equilibrista profesional que mueve impunemente los hilos de su marioneta de sonrisa taimada, el presidente militar Porfirio Lobo Sosa, quien también anda paseándose en Sudáfrica, pero su sola mención como de los otros fantoches desprestigia este artículo. El señor Callejas ofició las misas negras del Golpe de Estado contra el Presidente Manuel Zelaya Rosales, y se muestra ante el pueblo de Honduras como un héroe mesiánico al llevarnos de nuevo a un mundial. Para guardar las formas pasea del brazo de su lujosa esposa con portes de un macho heterosexual por los campos de entrenamiento de Sudáfrica, merodeando las movidas de los morenazos jugadores hondureños.
Con estos sacos de sal y mala suerte, nuestra selección recibirá como siempre derrota tras derrota. Me imagino que España no carece de esta defraudación lúdica, con el mundo de las ganancias líquidas del Grupo Prisa subastando transmisiones del campeonato mundial para alejarse del fantasma de la quiebra vcirtual, y los zapateros entronizados en el poder, intentando utilizar políticamente un posible éxito de la selección española en el Mundial, para eclipsar las reales angustias económicas de España y la tan polémica reforma laboral. Mientras esto pasa los golpes de balón seguirán asolando los campos de Sudáfrica y del mundo, y los golpes de Estado intentarán seguir golpeando las democracias sociales en las ciudades, y en los campos del sur de nuestra América, pero siempre habrán Maradonas que los sabrán sortear y jugando el papel de los Davids modernos meterán con piernas mágicas y manos de Dios, las anotaciones que nos ayudaran a construir la patria grande de América.
Hoy nuevamente juegan la Selección de España y La Selección de Honduras ¡Ojalá que pierda el futbol y que ganen los pueblos!
Escritor hondureño.
Fuente: Vos el soberano