martes, 1 de diciembre de 2009

Un presidente desechable

Barack Obama, Afganistán

El poder real de los Estados Unidos, el que ejercen las esferas superiores del complejo militar industrial y de la banca, promovió o consintió el ascenso a la Casa Blanca de Barack Obama en busca de una salida para el país y el sistema capitalista en medio de una crítica situación interna e internacional que extremó un desastroso gobierno del inepto George W. Bush.

En las entrañas del poder real no debe haber resultado fácil consensuar el apoyo a la decisión de permitir la elección de un Presidente que rompía tantos esquemas de tradición en esa nación, no solo por su condición racial y su origen de clase, sino por su discurso populista de líder comunitario.

Supongo que algunos verían en Obama apenas el chivo expiatorio que cargaría las culpas de la debacle generada por Bush, mientras otros cifrarían en él esperanzas de que propiciaría, como el “traidor a su clase” Franklyn D. Roosevelt, el milagro de salvar al capitalismo coqueteando con medidas socializantes.

Pienso que han de haber entrado en juego un sinnúmero de garantías de que el nuevo mandatario actuaría dentro de límites que le dejarían una escasa, si bien inevitable, capacidad de maniobra para mantener una imagen compatible con la popularidad que le propiciaría su carisma y su oratoria populista.

Pero el hecho cierto es que el margen de maniobra de que ha podido disfrutar hasta ahora Barack Obama ha sido muy reducido, prácticamente nulo, y su imagen como político atento y cercano a los intereses del pueblo se deteriora con rapidez tan vertiginosa que ya hay vaticinios de que será un “presidente de un solo término”. Ha comenzado a discutirse en qué momento empezará a desmarcarse de Obama el partido demócrata para generar otros candidatos a la sucesión.

Ya se pronostica que en noviembre de 2010 -en las elecciones de medio término- los republicanos podrían recuperar las mayorías en el Congreso y varias gobernaciones, para revertir la derrota de 2008 y estar en condiciones para sacar de la Casa Blanca a Obama en 2012.

En cuestiones de política interior casi todas las promesas del actual presidente, como las reformas laboral, de salud y energética han sido frenadas u olvidadas. Solo se ha visto al mandatario actuar con energía y decisión en el multibillonario rescate para fortalecer los grandes bancos y entidades financieras aseguradoras, acción que promovió la absorción de los más débiles y creó condiciones para la reproducción en poco tiempo de la crisis actual.

En asuntos de política internacional, el gobierno real ha hecho aparecer al inquilino de la Casa Blanca como una marioneta sin criterio ni autoridad.

Las promesas presidenciales de respetar el multilateralismo, promover la paz en el Medio Oriente, acabar con el centro de tortura de Guantánamo, regresar a casa a los soldados estadounidenses ocupantes de Irak, proyectar una salida decorosa en Afganistán y construir una nueva relación con Latinoamérica, entre otras, han cedido a la voluntad del poder efectivo que ejercen Wall Street y el complejo militar industrial; apenas se han cumplido en la medida que ha convenido a los intereses imperiales.

Pero ha sido en la pequeña y pobre nación centroamericana de Honduras donde más evidente se ha hecho la impotencia, simulada o real, de Barack Obama en el ejercicio de las funciones de jefe de Estado de la superpotencia.

Cuando, a poco de producirse la asonada oligárquico-militar en Honduras con el arresto del jefe de Estado constitucionalmente electo, Manuel Zelaya, en el dormitorio de su casa por un grupo de militares, el presidente Obama condenó de manera explícita el golpe de Estado y se pronunció por que el mandatario fuera restituido en su cargo inmediatamente, coincidiendo en ello con todos los demás mandatarios del hemisferio.

Se inició entonces un tortuoso camino de manipulaciones de todo tipo a cargo de la ultraderecha estadounidense que culminó con la pretendida legitimación del golpe con una espuria comedia electoral protagonizada por algunos candidatos derechistas de la oligarquía, una escasa participación ciudadana no obstante las amenazas y la represión, y un número incalculable de fraudes.

Ninguna organización internacional o regional concedió validez a los comicios y solo Washington y dos o tres de sus satélites más infamados del momento han reconocido el evento que, al no contar con observadores reconocidos, solo fue avalado por algunos ricos empresarios extranjeros convocados por sus símiles de Honduras, promotores del golpe, así como por una fuerte representación de las mafias terroristas cubanas de Estados Unidos.

Así de hondo se ha hecho caer la imagen de Barack Obama, identificado con el delito político militar que tanta sangre y represión ha significado para los latinoamericanos como método tradicional del imperialismo para imponer su hegemonía en estas tierras.

A menos de un año de haber asumido el sitio presidencial, parece cercano el día en que el poder real le tire al cesto como a un pañuelo desechable que hubiera servido para sobrellevar un resfrío.

Fuente: Cuba Debate


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