lunes, 8 de marzo de 2010

Palabra de los lectores

Cuando uno escribe para un medio público, es lógico que encontremos, entre nuestros lectores, algunos, quizás la mayoría, indiferentes a lo que decimos, otros están a favor de nuestras argumentaciones y otros en contra, y no solo están en contra, aprovechan la oportunidad para insultarnos. Si quitamos lo de los insultos, que son propios de gente sin ningún nivel intelectual, las demás reacciones son normales. Por otra parte es indudable que no siempre tenemos la razón en lo que escribimos y sostenemos y quienes no coinciden con nuestras posturas tienen perfecto derecho a disentir de nuestros argumentos, tengan o no, ellos o nosotros, la razón. Esa es la gran oportunidad para el debate amplio, sin torceduras y en camaradería.

Juan Ramón Martínez, quien no me sitúa en la lista de sus amigos, insinúa que yo quiero ser su enemigo, por el solo hecho de que he refutado sus aseveraciones desde su Mirador… No veo la razón para su disgusto, porque, en primer lugar, no le he ofendido, y porque, en segundo lugar, no confundo las relaciones personales con las divergencias políticas o ideológicas. No coincido con sus posturas y tengo igual derecho que él a expresar lo que pienso. Es más, como considero que sus aseveraciones tuercen la realidad, creo, además, que es una obligación aclarar las cosas para que sus verdades no queden como dogmas a los que nadie debe osar refutar. Yo no he atacado en forma gratuita a Juan Ramón Martínez, a su persona. Yo he respondido a su pensamiento, a sus posiciones políticas, a sus planteamientos, sencillamente porque no coincido con ellos. Por lo demás, Juan Ramón es mi compañero en la Academia Hondureña de la Lengua y en la Academia Hondureña de Geografía e Historia.

Él se defiende apoyándose en un escribidor anónimo. El defensor anónimo de Juan Ramón Martínez me atribuye frustración, al mismo tiempo que reflexiona gastando tinta y tratándome grosera y cobardemente, tras el anonimato. Pues verá: yo no ignoro nada, ni a nadie que quiera sentarnos cátedra en base a argumentaciones traídas de los cabellos porque, creo es mi deber poner mi raciocinio al servicio del conocimiento basado en el criterio de la verdad.

Aceptemos que Juan Ramón está en la Grandes ligas, pues esa es precisamente la razón por la cual no debe dormirse en sus laureles y pensar que nadie más que él puede llegar hasta ese podio desde donde se puede sermonear con carácter de infalibilidad y dogma.

Yo escribo mi columna Estafeta, palabra que quiere decir Correo y no estafa, como apunta el sabio anónimo que además sabe de Psiquiatría, pero que esconde su nombre (tiene esta patología su designación en Psiquiatría, precisamente), desde los 16 baños, y no son pocos los que no coincides con mis posturas, pero los hay también que se suman a mis argumentos. Álvarez Martínez, por ejemplo, pretendió callarme durante el negro período en que presidió el más oprobioso régimen de asesinatos y persecución que haya vivido Honduras. El General de marras me envió cartas amenazantes e hizo que algunos colegas lame fondillo y antiguos izquierdistas universitarios, me destituyeran de mi cargo en el Ministerio de Salud. La persecución no paró ahí: ha sido imposible obtener una plaza como anestesiólogo en el Hospital Escuela a pesar de haber ganado con amplio margen numerosos concursos; y, en la Universidad, igualmente, se me ha puesto miles de zancadillas para que no ascienda a puestos de dirección, a pesar de mis calificaciones y mis propuestas. Todo por lo que he dicho y escrito.

Y por supuesto voy ha aprovechar para refutar las últimas aseveraciones de Juan Ramón en relación con Zelaya Rosales. A nuestro amigo escritor le aterroriza la sola idea de que Manuel Zelaya Rosales pueda regresar al poder en Honduras. Y acude a su bien elaborada trama argumental que lo lleva a la conclusión de que eso es materialmente imposible. A menos que Pepe Lobo, convertido en un cachorro de pequinés inofensivo, le allane el camino y le coloque la alfombra roja.

Juan Ramón no concibe, ni siquiera en sueños, la posibilidad de que Manuel Zelaya Rosales regrese a la Presidencia por un mandato mayoritario del pueblo, porque en su esquema de democracia -su paradigma parece ser Alemania, aunque en ese país el Canciller puede ser reelecto indefinidas veces-, el pueblo no es el que cuenta, ni es el soberano, ni el que debe decidir cual es el destino de Honduras. De paso ya nos están imponiendo una doctrina que está a contrapelo con el fundamento laico de nuestro Estado, fundamento puesto como base esencial de nuestro quehacer político, nada menos que por Francisco Morazán, y que ahora se quiere tirar al cesto de la basura. Esa doctrina es el “humanismo cristiano”, que no es más que el franquismo “ensotanado” trasladado a nuestras tierras, en base a la falsa percepción de que el pueblo sigue siendo bruto. Tiempo habrá para que releamos la argumentación de Bertrand Russel, Premio Nóbel de Literatura, quien sufrió persecución, de parte de los fundamentalistas cristianos, en la Universidad de Nueva York, por pensar diferente a ellos. Persecución que ahora sufre la Rectora de la UNAH.

La receta de la “economía social de mercado” está gastada. Es un plato que ya nadie apetece, ni es capaz de digerir. Y el pueblo ya no cree en cantos de sirena, ni quiere seguir en el mercantilismo en el que los héroes, como Micheleti, resultan ser unos vulgares ladronzuelos (Bueno nos han robado muchos millones).

Zelaya podrá regresar o no al poder. Y si regresa con el respaldo de las mayorías, su retorno será legítimo, a pesar de la constitución que ha sido hecha a la medida de la oligarquía para burlar las aspiraciones del pueblo y violada cuantas veces les ha sido necesario. ¿Por qué sólo el pueblo no puede violarla? Por ahora, claro está que Zelaya Rosales tiene un prestigio bien ganado a nivel nacional y continental, por su valiente actuación a favor de los cambios, a pesar de sus advertencias y consejos, Juan Ramón. Los hechos lo están diciendo tosudamente. Quizás Pepe, si le escucha, halle el camino de la salvación.

Fuente: Vos el soberano

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