lunes, 8 de marzo de 2010

¿ES IMPORTANTE DISCUTIR SOBRE ÉTICA?

Por Gustavo Zelaya

A raíz de los conflictos que parecen emerger en el Consejo Nacional Anticorrupción por divergencias entre jerarcas religiosos, por las mociones en el congrezoo que buscan echar pie atrás en decretos que muchos de sus integrantes aprobaron durante los siete meses de Saavedra, por los apurados intentos del gobierno de Lobo por mostrarse distante de cabeza de ajo y las sospechosas denuncias de corrupción de los golpistas; todos esos eventos encubriendo el golpe de estado provocan una serie de dilemas éticos Hay varias preguntas que podrían ayudar a generar discusión sobre la importancia de la ética y la moral en situaciones de ese tipo, por ejemplo: ¿realmente estarán interesados en mostrarse honestos cuando hablan de corrupción? ¿Deben existir elementos éticos en la respuesta y en la organización popular? ¿Existe alguna línea clara de pensamiento ético en los programas de los partidos políticos? ¿Será suficiente que los componentes éticos estén enunciados en los objetivos de las instituciones sociales, políticas y religiosas? ¿Poseemos claridad acerca de la ética y la moral? Uno de los elementos centrales en las luchas sociales requiere la participación de mujeres y hombres con formación política y cultura universal ¿se manifiesta tal necesidad en la práctica y la teoría los grupos políticos aglutinados en la Resistencia Popular?

Si las respuestas a esas y a otras preguntas similares no son satisfactorias, ¿hay que incorporar la ética en la formación individual y colectiva?

Pueden incorporarse en todos los componentes de los manifiestos políticos ciertos temas deontológicos pero esto conduce a otro problema: existen asuntos que podemos no enseñar o ignorar, pero hay otros que son imprescindibles: es el conocer qué es lo conveniente y qué cosas provocan sufrimiento. Es decir, podemos dejar de lado la enseñanza de las lenguas clásicas, de la física cuántica, la epistemología de Feyerabend o la práctica del judo y su carencia no disminuye ni pone en riesgo la existencia social ni los vínculos efectivos con otras personas o la comunicación sincera con Dios, en el caso de los religiosos Pero es necesario saber vivir, edificar mejores condiciones de vida para todos y dignificar la vida humana. Y este es uno de los temas fundamentales de la ética que implica, además, a la responsabilidad y la libertad individual.

La práctica social nos muestra que todos estamos de acuerdo en que debemos ser formados en ciertas costumbres, normas, hábitos, creencias y tradiciones. Esto lo arrastramos durante todo el proceso educativo y es internalizado de distinto modo, gracias a nuestra individualidad. Esos momentos formales y no formales los interpretamos y manifestamos con alguna libertad. Así, encontramos que algunos podemos trasmitir expresiones públicas que se contradicen con nuestra vida particular o enseñar asignaturas alejadas de nuestra capacidad. Podemos ser profesores de ética sin que exista ninguna relación entre ese tema con nuestra práctica individual. También podemos enseñar matemáticas o dibujo lineal y mantener elevados compromisos solidarios y fraternos con las personas.

Es decir, los problemas éticos y morales no son asuntos exclusivos de los especialistas de la filosofía y que sólo pueden trasmitirse en los centros de estudios filosóficos, sino que deben estar presentes en todas las fases de la formación individual. La intención es formar individuos concientes, libres, responsables de sus actos, que sean capaces de dar cuenta acerca de sus actuaciones, que las expliquen, justifiquen y que concedan satisfacción. Que sean libres de acatar normas o de cuestionarlas; de someter a juicio la realidad y de proponer opciones de cambio; que se indignen frente a las injusticias y que sean capaces de organizarse para intentar cambiar tal situación.

Aquí tenemos la oportunidad de tratar con ciudadanos, con hombres y mujeres que no son simples particulares o clientes, a quienes las leyes nacionales les permiten ejercer el sufragio, escoger su comida o comer a veces, utilizar taxis colectivos cuando se pueda y vestirse adecuadamente. Capaces de reconocer derechos, de su cumplimiento y darse cuenta de sus obligaciones. En el ejercicio de su profesión algunos serán responsables de lo que administren, diseñen, controlen, asesoren y ejecuten. Esto los hace ser dignos de alabanza y de crítica, en especial por el sentido deliberado de sus acciones. Pero, además, darse cuenta que cumplir con la ley significa también cuestionar su limitación y poder superarla con mejores opciones.

Debido a lo anterior el que voluntariamente altere el entorno, provoque agresiones a la calidad de vida, el que estafe a los demás, el que utilice procedimientos para manipular a otros y que suponga que su práctica profesional está separada de las normas morales y de los códigos éticos, merece ser llamado delincuente. Todos estos temas deben estar comprendidos en los códigos de honor de las profesiones y ser estudiados por la deontología. Y no sólo ser parte de reglamentos o decretos ejecutivos sino que sean práctica efectiva en la acción pública. Pueden servir, también, para proporcionar más fundamento a las posibles repuestas de estas otras cuestiones: ¿es necesaria la ética en la enseñanza?, ¿para qué sirve tener claridad sobre la moral y la ética? Y si todo esto es importante, ¿cómo discutir acerca de estos contenidos?

Si la ética es importante en la formación personal y en la vida del profesional o del que vende mangos, nos hará enfrentarnos a lo principal, como ser, descubrir el fundamento de nuestros actos, el sentido de la libertad y la justicia en la sociedad actual; preguntarnos por las consecuencias del desarrollo de la ciencia y la tecnología; por la discusión sobre el carácter absoluto y relativo de las normas; sobre la complejidad implicada en la bioética y los retos éticos de los problemas ambientales. Por ejemplo, se sobreentiende que a la jerarquía católica la norma que los regula en principio es la doctrina católica. Y que lo mismo ocurre en las instituciones educativas bajo su influencia. Esto significa que aceptan el sentido trascendente e inmanente de la vida humana, que es tema de estudio de la medicina, el derecho, la psicología y de las llamadas “ciencias de la administración” y otras disciplinas. Hay preocupaciones en ellas acerca del sentido de la justicia, de la salud y la muerte. Se ha creído también que el prestigio de las ciencias radica en sus bases científicas y tecnológicas y ello ha contribuido a generar concepciones del ser humano como algo reducido a unas funciones jurídicas, psíquicas y biológicas. Tales concepciones dejan de lado los aspectos individuales que no sólo se vinculan con el “intelecto”, sino que también lo relacionado con la esfera de la afectividad y las aflicciones humanas, con lo vinculado con las injusticias sociales y con la explotación del trabajo humano.

Esas concepciones, con apariencia racionalista o científica, interesadas en los procesos de trabajo y en su gestión eficiente, ponen su acento en las relaciones impersonales ya que no tratan con personas sino con clientes transformados en un componente del sistema, en una etapa del proceso, en fin, en objetos. Los individuos desaparecen y se convierten en productos. En consecuencia, las personas son estandarizadas y se les trata, se les cura, se les atiende, reciben un “no conforme”, una audiencia de descargo y pasan a ser parte de un expediente, de una estadística o de un archivo digital, sin ver que tras de ellos existe un ser que debe ser tratado en su totalidad. Estas formas de relación también deben ser un momento de discusión por las evidentes implicaciones morales.

Los encargados de hacer saber estos tipos de conocimiento deben darse cuenta que la enseñanza de la ética no se limita a trasmitir, ni siquiera comprender el significado de los códigos de ética de las profesiones. Sobre todo, se trata de comprender la acción moral como un proceso complejo de toma de decisiones responsables. Proceso que puede someterse a evaluaciones de tipo formal pero no solo revisiones de criterios formales, también materiales, es decir, de ideales de vida, tradiciones y creencias. Dicho de otro modo: intentar enseñar ética de las profesiones, una ética aplicada, como quien enseña una receta para la acción o un catecismo, puede provocar más daño que bien. Aunque se busque la comprensión de los principios morales, enseñarlos como las verdades que hay que realizar puede llevar a simplificar y a no comprender el sentido ético de las acciones buenas y de las obligaciones. La ética no puede olvidar su exigencia de crítica, ya que no solo indaga sobre determinados principios, debe interrogar de acuerdo con la idea de principio o ley moral, acerca de la justicia, la legitimidad de la autoridad, de la ideología, la libertad, de las instituciones, el derecho, la sociedad, etc. Además, examinar qué es la intencionalidad ética de una vida buena y no aceptar sin argumentación ningún valor establecido. Todo esto significa que no se puede enseñar una ética aplicada sin los fundamentos de una ética general.

Es importante darse cuenta que la diferencia entre el bien y el mal puede convertirse en una simpleza, en un superficial recetario que no proporciona ningún sentido a la vida efectiva. Para que esa diferencia sea algo fundamental nos debemos sostener sobre unos criterios metafísicos que sólo pueden obtenerse a través del debate teórico, es decir, discutiendo desde la ética. La práctica moral se desarrolla a lo largo de diversas tonalidades que trascienden esa rígida división entre lo blanco y lo negro, entre lo bueno y lo malo; los momentos absolutamente puros son excepcionales. A la par y al frente aparecen innumerables tentaciones, lo imprevisto; en cualquier momento, tal y como lo establece la tradición cristiana, puede aparecer la caída y la salvación. Existen situaciones de armonía en donde la fuerza de eros y la fraternidad, la acción efectiva de los valores se manifiesta con alguna claridad. En otras ocasiones, el dogmatismo, el resentimiento, el odio y la muerte son tendencias presentes en la vida social e individual. Saber diferenciar, entonces, entre esos momentos de la realidad no solo es una actividad espontánea o instintiva, sino que puede ser esclarecida, explicada, racionalizada con ayuda de la ética. Esto último es indispensable especialmente en los momentos en que el conocimiento y la cultura light maquillan los asuntos que parecen fundamentales, sobre todo cuando da la impresión que no hay necesidad de sostener tesis profundas y fundantes, sino decir cosas ingeniosas y superficiales, al estilo de los “analistas” oficiosos y oficiales, cuando parece que no es importante debatir y decir la verdad, sino llamar la atención y convertir lo real en pura virtualidad tecnológica o en graciosa expresión.

Por otro lado, si se dejan de lado la necesidad crítica de la ética y el debate razonado y libre de las normas puede provocar que la enseñanza de la ética se convierta en una actividad inmoral, del mismo modo que la enseñanza de la catequesis al pie de la letra sin consideraciones críticas, puede liquidar las inquietudes genuinamente religiosas. Sucede que la capacidad y honestidad de los agentes morales nunca se pone en duda, se dan por aceptadas unas supuestas virtudes. Esto se ha notado con personajes como el cardemal Rodríguez o bala de goma, alguna vez considerados “reserva moral”, ahora defensores a ultranza de los golpistas. La ilusión convertida en realidad. En esta dirección surgen problemas como los siguientes:

- ¿Forma parte la ética del conjunto de tecnologías disponibles para hacer más eficientes los beneficios, mejorar la imagen pública y garantizar los procesos administrativos y académicos de las instituciones?

- ¿Se puede hablar de éxito en los negocios, en el trabajo y en el estudio cuando se ha realizado bajo un ejercicio inmoral?

- ¿Qué significado tiene triunfar en la vida?

La ética está muy vinculada con las formas amplias y profundas de plantear el éxito. Se trata de la realización de una vida plena dentro de una comunidad, con otros y para los otros y con instituciones justas. Para quien esté formado académicamente y desde el cristianismo o que sepa de la trayectoria de la filosofía clásica y de la ética, entenderá que la reflexión moral tiene que ver con estos asuntos y no solo con la realización plena de la felicidad sino también con la idea del deber.

Como puede notarse claramente, aquí no se han mencionado cosas mucho más graves y delicadas como la ligazón que debe haber entre nuestra actuación profesional y su vinculación coherente, honesta y consecuente, con la autoproclamada creencia religiosa. Particularmente, cuando alguien se declara católico. Así, la práctica cristiana podría estar separada de la praxis profesional; muchos realmente logran tal división y aparecen muy piadosos a la vista pública, pero en sus actos privados o en su interior se oponen a lo que dice la escritura sagrada. Incluso, su actividad pública aparenta respeto a los contenidos y lo que realmente se trasmite es cuestionable. De las relaciones interpersonales ni hablar. Y se mantienen en primera fila y puntuales en la liturgia. Sobre esto no voy a agregar nada más. Solo queda repetir que es necesario organizar, por lo menos, alguna discusión acerca de la importancia de la ética y la moral en los contenidos de la formación política, o si puede considerarse su impartición como elemento general de la práctica política.

8 de marzo de 2010

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