Por Edgar Soriano Ortiz
Haciendo una breve retrospectiva nos encontramos con una Honduras que evolucionó durante el siglo XIX en medio de distintos conflictos intestinos, donde el localismo regional configuró el espacio de dominio sociopolítico. Las máximas figuras surgidas en este escenario histórico fueron los caudillos, que con herencia colonial se consolidaron con el establecimiento y fortificación de milicias. Los caudillos o caciques pasarían a cubrir los vacios de poder y las incapacidades de centralización política en el naciente país, convirtiendo la sociedad hondureña en protagonista de odios y sangre ante las sistemáticas confrontaciones armadas. Hacia la segunda mitad del siglo XIX el panorama era poco esperanzador frente a las interminables montoneras armadas, que deponían y hacían retroceder presidentes; a tal grado que el despacho presidencial, muchas veces, dependía de las “alforjas a lomo” de mulas y caballos, que emitía decretos de diferentes lugares (de La Paz o Pespire, por ejemplo). Al presidente José María Medina le tocó afrontar la inestabilidad y este obró de forma radical con el objetivo de aplacar las constantes insurrecciones, y Marco Aurelio Soto tendría con ayuda del Guatemala que someter a las comandancias de armas para poder continuar el proceso de Reforma Liberal, estabilidad ligeramente mantenida por Luis Bográn. Sin embargo la breve quietud de la década de 1880 se vería sacudida con las guerras intestinas de los 1890, donde tendrían el nacimiento político los tres caudillos aliados (Policarpo Bonilla, Manuel Bonilla y Terencio Sierra) que lograron derrocar a Domingo Vásquez. Pero al entrar el siglo XX llegarían las elecciones de 1902 que tendría el fatal rompimiento de los tres caudillos. Por lo que Manuel Bonilla lanzó su candidatura (fundando el denominado “manuelismo” que llegaría a convertirse en el partido Nacional posteriormente) y logró derrocar a Arias, pero los otros dos grandes caudillos no estaban dispuestos a entregarle el poder. De esa manera a principios de 1903 el país vivió una cruenta guerra civil que tendría funestas consecuencia de muerte y odio, a tal grado que a Manuel Bonilla no le basto controlar el gobierno, pues dio un golpe de estado de palacio al disolver el congreso, apresando a Policarpo Bonilla y demás diputados opositores.
En dicho contexto las primeras décadas del siglo XX estuvieron marcadas por una serie de revueltas armadas que bañarían de sangre la nación. La intransigencia y la sed de poder sectario de los distintos caudillos conllevaría a fuertes diferencias entre caciques al interior de cada movimiento, tal fue el caso de Bertrand y su compañero del partido Nacional Alberto Membreño en 1919; así mismo el general Rafael López Gutiérrez tendría rupturas en el partido Liberal con Vicente Tosta y Gregorio Ferrera en 1924. Hasta este momento el bipartidismo no se había consolidado pese a las sistemáticas injerencias de Washington. Pues Estados Unidos venía entrometiéndose en los asuntos del istmo centroamericano de forma consistente desde 1907, pasando por las exigencias diplomáticas en la Primera Guerra Mundial y en 1923 impuso los tratados de Washington. Sería después de la montonera armada de 1924 en que se fortalecería potentemente el sistema bipartidista, primero los nacionalistas se unieron en el entorno de Tiburcio Carías Andino. Este último mantendría el control del partido Nacional y del gobierno nacional, estructurando el monopolio partidista que se extendió hasta la década de 1950. Mientras tanto el partido Liberal tardaría un poco más frente a la incapacidad de unificar con la muerte de Tosta en 1930 y la rebeldía de Ferrera.
Pero el bipartidismo tendría una nueva faceta a partir de la década de 1950, pues las política de injerencia estadounidense llevaría a dos posiciones claras para mantener el statu quo en el subcontinente iberoamericano, la primera el de evitar que continuaran las dictaduras que ellos mismo había apoyado en las décadas atrás para remplazarlas por nuevos presidentes afines (sin importar que pertenecieran al mismo movimiento de los dictadores) y la otra fue la tecnificación de los ejércitos nacionales. En el caso hondureño tenemos como Carías Andino le entregó a Juan Manuel Gálvez perteneciente a su mismo partido, y luego se hizo del poder otro funcionario nacionalista, Julio Lozano Díaz. Pero la situación era insostenible y los liberales que para entonces habían logrado avanzar negociaron cuotas de poder con el recién modernizado ejército y llegaron a la presidencia mediante elecciones, después del golpe de Estado de 1956. Pese a las rivalidades sectarias al interior de Honduras los Estados Unidos estaban decididos a apoyar a los militares que alcanzaron un poder sin precedentes desde la década de 1960, deponiendo Presidentes en golpes de Estado, golpes de “barraca” y elecciones fraudulentas. Así mismo, lograr la fidelidad en beneficio de los intereses del capital extranjero y de la política de “seguridad nacional” impulsada por Washington.
Al iniciar la década de 1980 la situación en Centroamérica se incendió tras el triunfo sandinista, la dura guerra civil en El Salvador y la guerrilla guatemalteca. Por lo que en Honduras la política estadounidense logró que las FFAA y los grupos políticos tradicionales convocaran a una constituyente que garantizara el control del bipartidismo y el servilismo militar. Fue así que se estructuraría de forma más solida el bipartidismo que bajo el estandarte de “paz y democracia” serviría de escalón para consolidar los grupos económicos que pasarían a ser la oligarquía actual. Aunque la constitución plantea una serie de posibilidades democráticas no ha sido respetada por políticos que trabajan en beneficio de una clase empresarial que tiene como objetivo destruir las empresas estales para convertirlas en patrimonio privado (políticas neoliberales); así mismo el tener un total monopolio de la producción, las exportaciones e importaciones del país. Con un sistemático control mediático (el control de los medios de comunicación esta manos de pocas familias: Ferrari, Canaguati Larach, Rosenthal, Flores Facuse, Asfura entre otros) se violenta la constitución y se ultrajan los derechos más fundamentales de los hondureños y hondureñas. Un ejemplo claro de lo anterior es truncar las posibilidades de desarrollo productivo de los pequeños productores, crecimiento cooperativista, el derecho a las tierras de campesinos y grupos étnicos, pequeños comerciantes, el acceso a los servicios públicos fundamentales, la casi inexistente libertad de expresión y todas aquellas violaciones y asesinatos impunes a través de los años.
Pero cuando parecía ser que el bipartidismo continuaría, según algunos analistas por 50 años más, Manuel Zelaya electo presidente para el periodo 2006-2010 iniciaría una serie de alianzas con diversos sectores de la sociedad para tratar de plantear reformas que llevarían a la convocatoria de una nueva asamblea nacional constituyente que garantizará mejores posibilidades de participación ciudadana. Pero la lucha de poder se inició desde los primeros días de Zelaya en la presidencia nacional, cuando este último decidió no obedecer las directrices de los grupos fácticos; a tal grado que desde el 2007 varios empresarios y políticos maquiavélicamente instigaban y conspiraban para derrocar a Zelaya. Cuando el Presidente Zelaya lanzó el proyecto para instalar una cuarta urna en las elecciones de noviembre de 2009, la oligarquía en complicidad de políticos y militares ambiciosos realizaron, lo que muchos no creían posible, dar un golpe de estado al mejor estilo de los ejecutados en la segunda mitad del siglo XX.
Lo que los actores intelectuales y materiales del golpe de Estado del 28 de junio de año pasado no imaginaron fue la reacción de la mayoría de la población. La célebre frase del impuesto presidente de facto R. Michelletti: “Mañana todos a trabajar que aquí no ha pasado nada” pronunciada ese 28 de junio de 2009 en horas de la tarde al ser juramentado por el Congreso Nacional tras leer inmoralmente una carta con la rúbrica falsa del Presidente Zelaya, no tendría resonancia, aún teniendo la dictatorial medida de cerrar medios y manipular la información por los medios de comunicación tradicionales, pues muchas personas de diferentes sectores sociales salieron a las calles a repudiar el retrogrado acto; así mismo la comunidad internacional al unisonó condenaron y rechazaron las relaciones diplomáticas y de cooperación con Honduras mientras estuviera gobernada por los usurpadores(pero si hay que hacer énfasis, en que Estados Unidos jugo, como siempre, sucio en este lamentable suceso). De tal manera que grupos campesinos, grupos étnicos, estudiantes, profesores, obreros, académicos, artistas, intelectuales y diversos grupos de la sociedad hondureñas condenaron y se aglutinaron en el Frente Nacional de Resistencia contra el Golpe de Estado, actualmente conocida como Resistencia. La Resistencia creció en militantes en vez de disminuir como pensaban los analistas de régimen, los empresarios y los sistemas de inteligencia militar (pagados por los impuestos del pueblo para cometer la traición de amenazar, torturar y asesinar).
Ahora cuando Porfirio Lobo gobierna con una minoría de apenas un 26% del padrón electoral, electo en una de las elecciones más cuestionadas de la historia de Honduras por ser elecciones impuestas frente a la ilegalidad contextual, comienzan la campaña de desprestigio contra los sectores que se oponen a seguir gobernados por dos partidos que nunca dieron el paso para democratizar el país en los diversos sentidos (económica, política y socialmente). Posteriormente el embajador estadounidense convoca a los liberales a una reunión con el voraz deseo de “ayudarlos a unificarse” o mejor dicho mantener los intereses en el bipartidismo, de donde algunos liberales tradicionales salieron diciendo que hay que unir el partido liberal; mientras tanto los cachurecos comienzan con menos de dos meses de gobierno a realizar asambleas políticas. ¿Qué se denota de lo antes señalado?, pues la respuesta, sin duda, esta clara, el sistema bipartidista esta quebrantado ante el descontento popular. En las últimas dos elecciones presidenciales el abstencionismo ha sido contundente, en el 2005 un 46% no fue a las urnas y en 2009 más del 50% del padrón electoral no fue a ejercer el sufragio (hay que entender las manipulaciones a través de funcionarios y medios de comunicación para ocultar estas cifras, puesto que el conocido corrupto Arturo Corrales es el cerebro de estas acciones). La desigualdad social ocasionada por la corrupción en las insipientes instituciones gubernamentales y municipales, que generan año con año el enriquecimiento ilícito, la politización inmoral del acceso a la población de los servicios públicos, la evasión al fisco (principalmente por los grupos empresariales), entre otros males son el causal del descontento social en Honduras. El golpe de Estado del pasado 28 de junio ha sido un detonante de una bomba que estaba a punto de estallar. Por ello la oligarquía y los dirigentes de los partidos políticos tradicionales están sumamente preocupados; pero ¿hay algo que les da cierta confianza?, indudablemente sí, es la fe en su poder y dinero para sobornar, intimidar y comprar al mejor postor. Sin embargo la sonada a resistir ante los abusos sistemáticos resuena en las aldeas, cantones, pueblos y ciudades; a tal grado que los militantes del frente de Resistencia superan al de los partidos tradicionales. Las preguntas serían entonces: ¿qué es la Resistencia frente al bipartidismo? y ¿qué hace la Resistencia frente a la actual coyuntura?, las respuestas pueden ser difíciles pero fáciles a vez, a la primera contestaría, que la Resistencia se convierte en una alternativa de cambio frente al tradicional antidemocrático monopolio bipartidista para abrir caminos hacia el mejoramiento de la equidad social mediante mecanismos productivos, políticos y socio-culturales de desarrollo nacional. La otra la contestaría así: la Resistencia es el primer gran movimiento político de pluralidad social (conformado por hondureños y hondureñas de diferentes ideologías, condición de género y otras diferencias sociales) que surgió y actualmente evoluciona tras los abusos de poder de los grupos que actualmente gobiernan el país; dicho movimiento de Resistencia popular trabaja en todo el país frente a las adversidades del poder sectario y sus vicios (engaño, clientelismo, proyectos sociales politizados y corrupción cotidiana).
En conclusión, estamos ante una coyuntura histórica que ha generado polarización, pero a la vez centra esperanzas en poder llevar a Honduras al desarrollo socio-económico en mejores condiciones democráticas. Sin embargo las adversidades están en cada esquina producto de una moral corroída de la mano un sistema judicial injusto, de políticos neo caudillistas y de la ignorancia centenaria que apuesta por seguir hundiendo en las “onduras” a nuestra Honduras. En cada ciudadano y ciudadana esta la decisión de conducir a Honduras a un nuevo horizonte de desarrollo en igualdad de oportunidades…
Fuente: Vos el soberano
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