Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez |
Introducción
Las sociedades y los Estados occidentales avanzan de forma inexorable hacia unas condiciones que recuerdan a las de la barbarie; los cambios estructurales están invirtiendo el curso de décadas de bienestar social y sometiendo al trabajo, los recursos naturales y la riqueza de las naciones a la explotación, el pillaje y el saqueo descarnados, además de hacer descender los niveles de vida y provocando unos niveles de insatisfacción sin precedentes.
Comenzaremos por esbozar los procesos económicos y militares que impulsan este proceso de degradación y descomposición para, acto seguido, ofrecer una explicación de las respuestas populares masivas a este deterioro de las condiciones. Los cambios estructurales profundos que acompañan el auge de la barbarie se han convertido en el fundamento para reflexionar sobre las perspectivas para el socialismo del siglo XXI.
La marea creciente de barbarie
En las sociedades antiguas, la «barbarie» y sus portadores, los «bárbaros», se percibían como una amenaza de invasores procedentes del exterior , venidos de ciudades remotas que se abalanzaban sobre Roma o Atenas. En las sociedades occidentales actuales, los bárbaros provienen del interior, de las élites de la sociedad, decididas a imponer un nuevo orden que destruye el tejido social y la base productiva de la sociedad convirtiendo unos medios de vida estables en condiciones para la vida cotidiana inseguras y que no dejan de empeorar.
Las claves de la barbarie contemporánea se encuentra en las estructuras profundas del Estado y la economía imperiales. Son las siguientes:
El ascenso de una élite financiera especulativa que ha saqueado billones de dólares de ahorradores, inversores, titulares de hipotecas, consumidores y del propio Estado, desviando cantidades ingentes de recursos de la economía productiva a manos de élites parasitarias insertas en la economía estatal y especulativa.
La élite política militarista ocupada en mantener una sitaución de guerra permanente desde mediados del siglo pasado. Las guerras incesantes, los asesinatos transfronterizos, el terrorismo de Estado y la suspensión de garantías constitucionales tradicionales han desembocado en la concentración de poderes dictatoriales, el encarcelamiento arbitrario, la tortura y la negación del hábeas corpus.
En medio de una recesión y estancamiento económicos profundos, los elevados niveles de gasto en la construcción de un imperio económico y militar a expensas de la economía nacional y del nivel de vida reflejan la subordinación de la economía local a las actividades del Estado imperial.
La corrupción en las altas esferas en todas las facetas del Estado y la actividad empresarial, desde en las adquisiciones públicas hasta en la privatización o las subvenciones a los millonarios, favorecen el crecimiento del delito internacional de arriba a abajo, la lumpenización de la clase capitalista y la existencia de un Estado en el que la ley y el orden han pasado a estar mal vistas.
Como consecuencia de los elevados costes de construcción del imperio y del pillaje impuesto por la oligarquía económica, la carga socioeconómica ha sido depositada directamente sobre los hombros de los salarios y los asalariados, los pensionistas y los trabajadores autónomos, lo que se ha traducido en una reducción de la movilidad a gran escala y a largo plazo. Con la pérdida de puestos de trabajo y la desaparición de empleos bien remunerados, los desahucios en viviendas se han disparado y las clases trabajadoras y medias estabilizadas retroceden y se ven obligadas a aumentar el número de horas y años de trabajo.
A medida que las guerras imperiales se propagan por todo el mundo hasta alcanzar a poblaciones enteras a través de bombardeos reiterados y actividades terroristas clandestinas, generan la oposición de redes terroristas, cuyo blanco también son los civiles presentes en mercados, medios de transporte y espacios públicos. El mundo parece el universo hobbesiano del «todos contra todos» .
El aumento del extremismo étnico y religioso vinculado al militarismo se aprecia entre cristianos, judíos, musulmanes e hinduistas, y ha sustituido a la solidaridad internacional de clase con doctrinas de supremacía racial y penetrado en las estructuras profundas de Estados y sociedades.
La desaparición del colectivismo europeo y asiático en aras del bienestar (en la antigua Unión Soviética y China) ha aumentado la presión competitiva sobre el capitalismo occidental, y le ha animado a renunciar a todas las concesiones al bienestar otorgadas al trabajo en el periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial.
La desaparición del «comunismo» y la integración de la socialdemocracia en el sistema capitalista ha supuesto un grave debilitamiento de la izquierda, a la que las protestas esporádicas de los movimientos sociales no han logrado reemplazar.
Ante la actual arremetida a gran escala contra el nivel de vida de las clases medias y trabajadoras sólo hay, en el mejor de los casos, protestas esporádicas y, en el peor, impotencia política.
La explotación masiva de la mano de obra en las sociedades capitalistas post-revolucionarias, como China o Vietnam, va acompañada de la exclusión de centenares de millones de trabajadores emigrantes de los servicios públicos educativos y sanitarios más elementales. El saqueo sin precedentes y la toma por parte de las oligarquías nacionales y las multinacionales extranjeras de miles de empresas públicas estratégicas lucrativas en Rusia, las antiguas repúblicas soviéticas, Europa del Este, los Balcanes y los países bálticos han supuesto la mayor transferencia de riqueza pública a manos privadas en el periodo más corto de la historia.
En resumen, la «barbarie» ha aflorado como realidad definitoria, fruto del ascenso de una clase dominante financiera parasitaria y militarista. Los bárbaros ya han llegado, están dentro de las fronteras de las sociedades y Estados occidentales. Tienen preponderancia y buscan de forma agresiva imponer un plan que reduce sin cesar el nivel de vida, transfiere riqueza pública a sus arcas particulares, esquilma recursos públicos, ataca salvajemente derechos constitucionales en su afán de librar guerras imperiales, segrega y persigue a millones de trabajadores inmigrantes y fomenta la desintegración y disminución de las clases medias y trabajadoras estabilizadas. Más que en cualquier otro periodo de la historia reciente, el 1 por ciento de la población más rica controla una cuota de riqueza y renta nacional cada vez mayor.
Mitos y realidades del capitalismo histórico
El retroceso sostenido y generalizado de los derechos sociales y los recursos para el bienestar, los salarios, la seguridad laboral, las pensiones y los salarios demuestran que la idea de progreso lineal del capitalismo es falsa . La inversión del curso de los acontecimientos, fruto del poder reforzado de la clase capitalista, demuestra la validez de la afirmación marxista de que la lucha de clases es el motor de la historia; al menos, en la medida en que la condición humana se considere el eje de la historia.
La segunda suposición falsa es que los Estados basados en «economías de mercado» requieren paz, y su corolario de que los «mercados» derrotan al militarismo, queda refutada mediante el hecho de que la principal economía de mercado, Estados Unidos, lleva en estado de guerra continuo desde comienzos de la década de 1940, implicada activamente hasta el día de hoy en guerras en cuatro continentes, y con un horizonte de guerras nuevas, mayores y más sangrientas. La causa y la consecuencia de la guerra permanente es el crecimiento de un monstruoso «estado de seguridad nacional» que no reconoce fronteras nacionales y absorbe la mayor parte del presupuesto nacional.
El tercer mito del capitalismo maduro «avanzado» es que revoluciona sin cesar la producción mediante la innovación y la tecnología. Con el ascenso de la élite militarista, financiera y especulativa, las fuerzas productivas han sido esquilmadas y la «innovación» se localiza sobre todo en la elaboración de instrumentos económicos que se aprovechan de los inversores, despojan de bienes y arrasan el empleo productivo.
A medida que crece el imperio, la economía doméstica mengua, el poder se centraliza en manos de ejecutivos, las competencias legislativas merman y se niega a la ciudadanía la representación efectiva o, incluso, se la veta a través de los procesos electorales.
Las respuestas masivas al auge de la barbarie
El auge de la barbarie entre nosotros ha provocado repugnancia pública contra sus principales practicantes. Los sondeos ponen de manifiesto una y otra vez
El asco y el rechazo profundos que suscitan todos los partidos políticos.
La existencia de mayorías abrumadoras que desconfían profundamente de las élites empresariales y políticas.
La presencia de unas mayorías que rechazan la concentración de poder empresarial y el abuso del mismo, sobre todo en los banqueros y financieros.
El cuestionamiento generalizado de las credenciales democráticas de líderes políticos que actúan en nombre de la élite empresarial y fomentan las medidas represivas del estado de seguridad nacional.
El rechazo de una gran mayoría del saqueo de las arcas públicas para sacar de apuros a los bancos y las élites económicas mientras se imponen programas de austeridad regresivos a las clases medias y trabajadoras.
Perspectivas para el socialismo
La ofensiva capitalista ha causado sin duda un impacto de primer orden en las condiciones objetivas y subjetivas de las clases medias y trabajadoras aumentando el empobrecimiento y provocando una marea creciente de descontento personal, pero todavía no ha dado lugar a movimientos anticapitalistas masivos, ni siquiera a una resistencia dinámica organizada.
Las transformaciones estructurales importantes requieren avenirse a las circunstancias adversas actuales e identificar nuevas estrategias de acción y modalidades de lucha de clases y transformación.
Un problema clave es la necesidad de volver a crear una economía productiva y reconstruir una nueva clase trabajadora industrial ante los años de saqueo económico y desindustrialización; no necesariamente las industrias «sucias» del pasado, pero industrias a todas luces nuevas que utilicen e inventen fuentes de energía limpias.
En segundo lugar, las sociedades capitalistas, enormemente endeudadas, requieren una deriva fundamental desde el militarismo y la construcción del imperio, con sus elevados costes, hacia un tipo de austeridad de clase que imponga sacrificios y reformas estructurales a los sectores bancario, financiero y de comercio mayorista, que sustituyen la producción local por la importación barata de artículos de consumo.
En tercer lugar, reducir el sector financiero y minorista exige mejorar las destrezas de los trabajadores desplazados y de los empleados, así como reorientar el sector de las tecnologías de la información y la comunicación para adaptarlos a los cambios de la economía. Es un desplazamiento paradigmático desde el salario económico al salario social, en el que la educación pública y gratuita hasta los niveles máximos y la atención sanitaria universal o las pensiones integrales sustituyan al consumismo financiado con deuda. Estos pueden ser los cimientos para fortalecer la conciencia de clase frente al consumismo individual.
La pregunta es cómo avanzamos desde unos movimientos sindicales y sociales debilitados, fragmentados y en retirada, o a la defensiva, hasta una posición que permita lanzar una ofensiva anticapitalista.
En este sentido tal vez estén operando varios factores subjetivos y objetivos. En primer lugar, tenemos la creciente actitud negativa de unas mayorías inmensas hacia los políticos en ejercicio y, concretamente, hacia las élites financieras y económicas, a las que se identifica con nitidez como responsables del descenso del nivel de vida. En segundo lugar, existe la opinión popular, compartida por millones de personas, de que los programas actuales de austeridad son manifiestamente injustos, pues hacen pagar a los trabajadores la crisis que la clase capitalista ha provocado. Hasta el momento, estas mayorías son todavía más «anti» statu quo que «pro» transformación. La transición desde el descontento privado hacia la acción colectiva es una cuestión indefinida en lo relativo a quién es el sujeto y cómo es la acción, pero la oportunidad existe.
Hay varios factores objetivos que podrían desencadenar un desplazamiento cualitativo desde el descontento furioso y pasivo hasta un movimiento anticapitalista masivo. Una recesión «con dos crestas descendentes» o en forma de W, el fin de la actual recuperación anémica y el comienzo de una recesión/depresión más profunda y prolongada, podría desacreditar a los actuales gobernantes y a quienes los respaldan económicamente.
En segundo lugar, un periodo de austeridad profunda e interminable podría restar credibilidad a la idea actual de la clase dominante de que «es necesario sufrir para obtener beneficios en el futuro» y abrir las mentes y mover los cuerpos en busca de soluciones políticas que obtengan beneficios actuales haciendo sufrir a las élites económicas.
Las guerras imperiales interminables e imposibles de ganar que desangran a la economía y la clase trabajadora podrían, en última instancia, crear conciencia de que la clase dominante ha «sacrificado la nación sin ningún propósito útil».
Asimismo, la combinación de una nueva fase de recesión, austeridad económica y guerras imperiales sin sentido puede orientar el actual descontento generalizado y la hostilidad difusa hacia las élites económicas y políticas hacia movimientos, partidos y sindicatos socialistas.
Fuente: www.rebelion.org
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