El circo ha sido desde siempre una forma clásica de diversión. Tuvo su origen en el escenario romano, cuyas principales presentaciones -con la obvia excepción del sacrificio de los cristianos devorados por las fieras- pueden verse todavía hoy en una función circense. Desde los payasos hasta los tigres, elefantes y leones con sus domadores; desde los acróbatas y bailarinas hasta los enanos y malabaristas. Desde los magos y los encantadores de serpientes hasta el monstruo de la laguna negra, en una sola noche de diversión que ha cruzado tiempos y culturas.
Una de las actuaciones que más impactan es la de los equilibristas, quienes a una altura de diez o veinte metros, cruzan una soga encaramados en una bicicleta o caminando muy dueños de su equilibrio apoyados en las propias plantas de sus pies. El equilibrista se apoya a veces en una vara larga para cruzar la soga, en medio del silencio tenso y feroz de quienes están sentados en las provisionales gradas del circo y sus maromas.
En estos inciertos y tormentosos tiempos hondureños, el circo y sus acrobacias, especialmente la de sus equilibristas, bien ayudan para asociar a los balanceos de un determinado sector medio que se esfuerza desde una muy bien situada altura social por mantenerse como en una soga, sin irse para un lado y sin irse para el otro.
Los equilibristas se trepan muy arriba, muy lejos de la gente, y realizan toda clase de piruetas con el fin de mantenerse en un balance, ni a la izquierda ni a la derecha, porque saben que su identidad sólo puede estar en el medio, ni para un lado porque se hundirán en la izquierda, ni para otro lado, porque quedarían descaradamente identificados con los sectores de la derecha. Su espectáculo está en sostenerse en la balanza. Su negocio está en mantener el equilibrio.
El equilibrista nunca realiza su función sin tener una enorme valla en la parte baja del circo para amortiguar el golpe ante una eventual pérdida de equilibrio. El siempre está seguro. Aunque se caiga para un lado o para el otro, su caída tiene una red segura, construida a lo largo de muchos años de vida equilibrada. Las turbulencias políticas y sociales muy poco le afectan, su vida está muy bien resguardada, porque su oficio de equilibrista lo sitúa equidistante de cualquiera de los bandos en cualquiera de los conflictos sociales.
Si el equilibrista circense se cae, la valla lo protege; si el equilibrista ilustrado pierde el equilibrio, su propia red económica, social o política lo protege. Como su identidad y su negocio están en balancearse en las alturas, practica con constancia su función para evitar errores. Las caídas le angustian. Su propósito es alcanzar el aplauso de todos, aunque alcanza su clímax cuando lo aplaude el que está en las más altas esferas del poder. Pero se cuida por no mostrar su gozo, porque su ser e identidad está en vivir una vida eterna en las alturas de los equilibrios.
(Y como dice Prosilapia Ventura, al que la caiga el guante que lo aguante)
Una de las actuaciones que más impactan es la de los equilibristas, quienes a una altura de diez o veinte metros, cruzan una soga encaramados en una bicicleta o caminando muy dueños de su equilibrio apoyados en las propias plantas de sus pies. El equilibrista se apoya a veces en una vara larga para cruzar la soga, en medio del silencio tenso y feroz de quienes están sentados en las provisionales gradas del circo y sus maromas.
En estos inciertos y tormentosos tiempos hondureños, el circo y sus acrobacias, especialmente la de sus equilibristas, bien ayudan para asociar a los balanceos de un determinado sector medio que se esfuerza desde una muy bien situada altura social por mantenerse como en una soga, sin irse para un lado y sin irse para el otro.
Los equilibristas se trepan muy arriba, muy lejos de la gente, y realizan toda clase de piruetas con el fin de mantenerse en un balance, ni a la izquierda ni a la derecha, porque saben que su identidad sólo puede estar en el medio, ni para un lado porque se hundirán en la izquierda, ni para otro lado, porque quedarían descaradamente identificados con los sectores de la derecha. Su espectáculo está en sostenerse en la balanza. Su negocio está en mantener el equilibrio.
El equilibrista nunca realiza su función sin tener una enorme valla en la parte baja del circo para amortiguar el golpe ante una eventual pérdida de equilibrio. El siempre está seguro. Aunque se caiga para un lado o para el otro, su caída tiene una red segura, construida a lo largo de muchos años de vida equilibrada. Las turbulencias políticas y sociales muy poco le afectan, su vida está muy bien resguardada, porque su oficio de equilibrista lo sitúa equidistante de cualquiera de los bandos en cualquiera de los conflictos sociales.
Si el equilibrista circense se cae, la valla lo protege; si el equilibrista ilustrado pierde el equilibrio, su propia red económica, social o política lo protege. Como su identidad y su negocio están en balancearse en las alturas, practica con constancia su función para evitar errores. Las caídas le angustian. Su propósito es alcanzar el aplauso de todos, aunque alcanza su clímax cuando lo aplaude el que está en las más altas esferas del poder. Pero se cuida por no mostrar su gozo, porque su ser e identidad está en vivir una vida eterna en las alturas de los equilibrios.
(Y como dice Prosilapia Ventura, al que la caiga el guante que lo aguante)
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