viernes, 30 de julio de 2010

El pez por su boca muere

¡Y vaya cómo sabe abrir la boca Don Quique! Los fiscales en huelga de hambre lo recuerdan en los agitados días del 2008, en aquellas jornadas de lucha porque el Ministerio Público desempolvara los expedientes sobre actos de corrupción de grandes poporoilas del país. Desesperado por quitarse de encima la presión política, el entonces Presidente del Congreso Nacional cedió a negociar una salida a la crisis que asustaba a los ricos del país. Como carta de triunfo, el titular del poder Legislativo de entonces se presentó con Don Quique como su asesor jurídico para espantar y vencer a los rebeldes fiscales.
Una joven fiscal pidió la palabra, extrajo unos expedientes de su libreta y con un tono suave y hablar parsimonioso, comenzó a leer las pruebas que involucraban al formidable asesor del titular del Congreso en comprobados actos de malversación de fondos públicos. Los datos fueron tan demoledores que Don Quique no pudo siquiera salir del estupor, y con su cabeza gacha y su silencio, no pudo en esa ocasión morir por su propia boca.
El titular del Congreso, una vez hecho realidad su acariciado sueño de ser presidente de Honduras al costo de un golpe de Estado, sacó de nuevo su as del bolsillo, y colocó a Don Quique en el puesto de Canciller de la República. Entonces Don Quique se dio el taco de lanzar al viento sus racismos --muy propios de esa culturalmente mediocre aristocracia capitalina a la que pertenece--, y se dio a la tarea de reírse de la negritud del presidente de la nación más imperial del planeta.
Como por arte de magia –o por arte imperial, que en este caso viene a ser lo mismo--, Don Quique cayó estrepitosamente cuando no cumplía una semana en su sillón de Canciller. Sin embargo, el añejo caparazón de su cerebro le impidió aprender una vez más la lección, y siguió con sus tapas ampliamente abiertas, y con su olfato listo para perseguir carnada. Él mismo, y con su voluntad, mordió el anzuelo, justamente en el medio de comunicación que no le negaría nunca esa carnada ni tampoco le iba a aflojar por nada del mundo el anzuelo.
Nada ni nadie lo puede hoy justificar sin quedar en plena ridiculez. Ya lo dijo Don Quique, ¡qué sucesión constitucional ni que ocho cuartos! En su desaforado ritmo por un Alba y una constituyente dejando tanto cabo suelto, Mel Zelaya dio alas a unos militares que en pleno contubernio con políticos y empresarios, le dieron golpe de Estado. Y eso se llama traición a la patria, que no puede quedar impune ni en el país ni ante la comunidad internacional. Y esa confesión brotó nada más y nada menos que de Don Quique, para recordarnos hoy y por siempre que el pez por su boca muere.

Nuestra palabra, Editorial Radio Progreso, 28 Julio 2010
Fuente: Radio Progreso - Vos el soberano


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