lunes, 26 de julio de 2010

28 de junio: argumentos y debate

HECTOR MARTINEZ

Nuestra nación es otra después de aquellos acontecimientos. No es para menos; lo del 28 de junio del 2009 ha marcado una nueva era en la conciencia ciudadana, a grado tal, que unos han despertado del sopor intelectual en el que habían caído después de la crisis del socialismo en 1989. Otros ya habían agotado sus aportes a la reflexión y se habían topado con la nada eterna e inmutable del bipartidismo que ahora se encuentra en la precariedad.

Tras la debacle, aparecieron en escena nuevos actores. Novicios en lo de la protesta e insuflados por la indignación, no tuvieron mejor tribuna que la calle y ciertos medios de comunicación para manifestar la fiereza escondida -desde los lejanos días de la Guerra Fría-, aquel nefasto o patriótico domingo. El liderazgo y su hechura moral, la ideología, ese demonio que se oculta entre el odio político y el sentimiento religioso, despertó de su letargo. Desapolillados los manifiestos y los libelos -impresos en mimeógrafos- que yacían engavetados, ahora tenían una oportunidad de vida. La empresa más moderna fue la de subirlos a la web y convertirlos en activos de las redes sociales, echando en la contienda a todo el mundo.

Pero estas ostentaciones de furor ideológico y de expresión fulgurante contra el “establishment” han tamizado toda suerte de posiciones. No vaya a creer usted que este pleito es simplemente entre las izquierdas y las derechas; entre el proletariado y la oligarquía; o entre la verdad y la mentira. Se trata de política, que esconde tras la tesis de Carl Schmitt, la enunciación del “Enemigo político”. El “hostis” versus el “polemos”, es decir, el centro de la discusión dirige la mirada a esta última: no somos enemigos, sino entes antagónicos, seres en polémica. Pero en Honduras cambiamos la oferta de Schmitt: lo hostil y lo polémico se fundieron en un solo estrujón. Así, el amigo, el colega o el alumno que no se apega a nuestros pareceres, peca de “enemigo”; por tanto es digno de ser declarado “non grato” y enviado al “campo de concentración” ideológico y sentimental, a la espera del desenlace novelesco.

Lo que se juega aquí, y muy a propósito, es que en el centro de la argumentación de los políticos en contienda, lo del 28 de junio no se ha entendido en la dimensión técnica del derecho, como para concordar que lo sucedido a Manuel Zelaya, más que una crisis, demuestra tácitamente la inconsistencia democrática. Porque no se trata sólo de nombres, sino de lo que Kelsen consideraba como un “imperio soberano” amparado en la normatividad y la ley, según lo que su contenido dictaminara. Zelaya entendió que podía, -a tenor de Schmitt-, hacer una excepción legal y ahí estuvo su error. No porque moralmente estuviese equivocado y que por ello se frenara su derecho a hacer lo que pregonara en el discurso, sino porque se le impedía judicialmente ir a contracorriente de lo que una constitución republicana y democrática prescribe. “Su moral” reñía con el derecho, al que un día juró defender.

El problema es más grave aún de lo que creen los de derechas y los de izquierdas, pues el asunto no es sólo moral o antojadizamente ideológico: si el líder, jefe del poder, no puede mover los hilos políticos que le dicta su razón o la de su círculo de poder, se preguntaría Zelaya junto a Schmitt: Entonces: ¿Qué significa ser soberano si no puedo ejercer mi mandato supremo? Como se olvida que la democracia es fuerza y orden -no de una camarilla sino de una imagen cuasi divina que se llama la Constitución- a ciertos políticos no les queda más alternativa que romper su espíritu y su estructura legal para asegurar su propia versión del poder. Es el mismo principio totalitario de siempre. Es cierto que el Estado es “poder originario de mandar”, pero lo es –como dice Karmy Bolton- “en cuanto a fuerza y orden” y por tanto, no se sujeta a las intenciones políticas fuera del recuadro jurídico.

Por ello es importante aclarar que no se trata sólo de reivindicar nuestras ideologías y nuestros antojos políticos, sino también de revisar los puntos en polémica en el marco de esta democracia que, -es verdad - no satisface la necesidad de una mayoría, pero que debe estar sujeta a la dinámica de los tiempos modernos. Echemos mano de sus herramientas legales sin romperla intempestivamente.

Fuente: tiempo.hn

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