Julio Escoto
La naturaleza es piadosa con los bicéfalos que arriban al mundo, pues a días u horas de existencia los elimina. En la mitología viven raros seres de dos cabezas: Babilonia adoraba grifos bifrontes (dos caras), mientras que en Tikal los turistas visitan al funerario Templo IV (segunda edificación más alta de Mesoamérica, año 470) dedicado a serpientes bicéfalas; o el águila de dos temibles picos, presente en la iconografía hitita, así como en los escudos de Bizancio, en Carlos V, en el Sacro Imperio Romano Germánico, los Illuminati, el reino austrohúngaro, los zares de Rusia, Serbia, Montenegro, Albania, Toledo, otros. Gentes creen que el caduceo (que en algunas culturas representa a la medicina) por sus dos culebras es ícono bicéfalo, pero en verdad es pareja de sierpes. El caduceo es la vara que separa al dolor del gozo y que Mercurio empleó para dividir sanidad de enfermedad.
Bicéfalo contemporáneo es el gobierno hondureño, al que pugnan por dirigir dos mentes: la del desesperado presidente Lobo Sosa, quien se afana en reencontrar equilibrio para las relaciones internacionales —y por ende económicas y de cooperación—, y una casta o pandilla de conspiradores a la que no importa el país sino el poder y que fue la que planificó y ejecutó el alevoso golpe de Estado en 2009.
Es la misma que ahora promete plancharle la pijama al presidente si se sale de carril, la que le boicotea decisiones, pero sobre todo la que busca fijarle (como hizo al inicio de su mandato) criterios, políticas y funcionarios estrictamente apegados a una sensibilidad desfasada y ultraconservadora, incluso teocrática, con la cual impedir que el país escoja la alternativa del desarrollo social como prioritaria causa de Estado y se siembre más bien en el vicio de entrega de la soberanía, en la venta de los bienes nacionales al mejor postor (comisión de por medio) y en concebir al ciudadano exclusivamente como objeto de mercado, lucro y explotación. Sensibilidad que además de inmoral es fascista pues para sus fines emplea fórmulas violentas: gases tóxicos, represión, estados de sitio, tortura, delación, sicariato y crimen.
Lobo, permeado el gobierno con sus propios enemigos, deberá adoptar inmediatas contra ofensivas o fracasa su administración. Tristísimo aúllan los lobos solitarios en la loma.
El deslinde es por ende obvio. No se trata de estrategias de partido (el golpista no es fiel a ninguno) ni siquiera de ideologías, sino de poder y dólares. Su máximo fin es controlar a quien y lo que sea (credos, instituciones, personas); enquistarse en la administración pública en lo posible de por vida; forjar alianzas plutocráticas pues solo el dinero, por regresión anal, "ennoblece" y facilita estatus, y enmascarar toda esa anormal ambición bajo capas de maquillaje cristiano y democrático. El anti-constitucionalista es autoritario y vertical, estacionario e intolerante: cree tener absoluta razón, sufre ilusiones psíquicas redentoras (dios se le revela y habla) y desde sus concepciones egocéntricas se cree superior a todos, por lo que el "pueblo" o resto de humanidad debe ser súbdito (sometido, esclavo) o materia dispensable (chusma, mártir, carne de cañón) de su agenda milenarista. Su propósito es que no haya cambio ajeno a su dominio, e incluso así la transformación debe ser lenta, jamás radical, no importa la justicia o urgencia de lo necesario.
De izquierda o derecha, su tipo de personalidad es fundamentalista y fanática.
La primera tarea en toda guerra es identificar al enemigo y a tales es que debe derrotar Lobo, no a liberales ni resistencia, así como desmontar del sistema la estructura de odio creada, que es lo que vendrán a comprobar pronto los comisionados de OEA. Pues si consiente su permanencia, por cuatro años sólo conocerá amenaza, chantaje, sabotaje e imposición, es decir el desastre de la república y su mando. Los nacionalistas se enfrentan a la historia.
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