miércoles, 16 de junio de 2010

Corrupción y terror antes del partido de futbol

Gustavo Zelaya Herrera

La presencia imperial norteamericana en Honduras se puede documentar desde mediados del siglo XIX intentando tomar el puesto de los ingleses en el Caribe y de los españoles en tierra firme, consiguiendo las primeras concesiones para explotar el bosque, las minas y todos los recursos naturales posibles. Manipulando gobiernos, fabricando guerras civiles, inventando conflictos, interviniendo militarmente hasta imponer como práctica política la doctrina de seguridad nacional. Desde el gran garrote, la diplomacia del dólar hasta el reciente poder inteligente que mezcla negocios, religión, tecnología, política, drogas y terror para perpetuarse como poder indisputable en esta miserables regiones del planeta. Para tal propósito ese imperio se sustentó en la pudrición que el mismo sistema capitalista genera y en la entusiasta actitud servil de sus aliados locales que, entre otras características, destacan por las prácticas corruptas en el manejo de los asuntos públicos y privados. Los grupos nacionales dominantes han desarrollado una forma de ver las cosas que repudia al resto del pueblo, que apela a la supuesta grandeza norteamericana y al credo anticomunista de los gobernantes demócratas o republicanos de la casa blanca. Esa ideología del imperio y de sus cómplices se apoya en una concepción mecánica, maniquea, que divide los fenómenos en buenos y malos, a las personas y gobiernos en amigos o enemigos; así, los adversarios representan al mal y son opuestos a la democracia y a los valores occidentales, mientras que los buenos son apoyados por los Estados Unidos y son portadores del espíritu de la libre empresa y la libertad. Esa visión tan simple de la realidad permite que clasifiquen los países como Estados fallidos, terroristas o imperio del mal y emprender guerras preventivas y emitir certificados para los Estados que colaboran contra la narcoactividad, censurar a otros como violadores de los derechos humanos hasta convertir tal maniqueísmo en fundamento del derecho internacional. Exactamente tal y como lo hacen a escala local los del Opus Dei, la Unión Cívica Democrática y todos los golpistas de palabra y acción. Para ellos cualquier intento de emprender tibias reformas es parte de proyectos subversivos financiados por Hugo Chávez y Fidel Castro, es decir, son intentos foráneos que deben liquidarse ya que no reflejan la idiosincrasia nacional. Todos esos blancos personajes, esos inmaculados demócratas, tienen como consigna central la noción de libre empresa y de inversión extranjera como el camino único y absoluto para superar el atraso económico y social. En el gobierno de Lobo hay muchos de ellos que se llaman técnicos, jóvenes con nuevas ideas llamados por la voluntad divina para limpiar la sociedad de la histórica corrupción que ha provocado miseria y subdesarrollo, pero como continuadores del golpe de estado van a profundizar la corrupción hasta hacer de ella un procedimiento estándar en las políticas públicas. Tales prácticas que combinan corrupción, soborno, manejos arbitrarios de los bienes estatales, son productos normales de los golpes de estado y de todos los distintos gobiernos que hemos tenido desde mediados del siglo XIX. Es decir, son un resultado “natural” de la hegemonía norteamericana que contiene la respectiva explotación del trabajo humano y la represión de los opositores. Después del bombardeo de las torres gemelas en Nueva York la fuerza militar norteamericana ha extendido operaciones a más países y dentro de los Estados Unidos tiene tal poder que ni el mismo congreso limita su influencia, con todo y operar en el mundo entero mediante guerras preventivas o supuestas amenazas terroristas argumentan que la seguridad interna sigue en riesgo y, por tanto, se extiende la inversión en armamentos, aumentan los negocios militares y en lo ideológico sus posturas se vuelven más extremas combinando política con religión. Por eso no es raro que aparezcan más grupos fanáticos o fascistas protegidos por los gringos y la CIA, que circulen libremente terroristas como los cubanos Luís Posada Carriles y Orlando Bosch, que respalden sociedades golpistas como la UCD en Honduras o candidaturas ligadas al paramilitarismo como la de Juan Manuel Santos en Colombia. Todos los mencionados contando con la complicidad de las fuerzas de seguridad, han puesto y ponen bombas, pueden matar en cualquier lugar del continente, mandan que se ametrallen dirigentes de la Resistencia, obligan a que muchas personas huyan del país y, frecuentemente, no son investigados por la policía ni son condenados por ningún tribunal. Son hijos e hijas del sistema capitalista y se comunican con grupos similares hasta conformar una internacional golpista que contiene a bandas paramilitares, sicarios, escuadrones de la muerte y cuerpos de seguridad oficiales, dedicados a ubicar, capturar y asesinar opositores. Es muy probable que este sea uno de los frutos más celebrados por la política militar norteamericana, su más logrado propósito, que es utilizar de manera ordenada y bien planificada los grupos civiles y militares que utilizan para resguardar su patio trasero.


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