Ante la informalidad de mi comunicación, preguntara Ud. -antes de leerme- ¿quien será este? dándome excusa para la vanidad. Le escribo como historiador y como cronista de lo que acontece en mi patria chica, Honduras. Podría presumir de mi currículo: títulos honoríficos que me han dado por mis cátedras o el sitial de honor que se me concede en algunas de las mejores universidades del mundo. O ufanarme con Ud. de altos cargos que se me han confiado, como de presidente de CERLALC, organismo desconcentrado de UNESCO, presidente de la Coordinadora Centroamericana de Educación y Cultura, formada por los ministros de esas carteras, o presidente del Consejo de Integración Social de Centroamérica, que agrupa a los ministros encargados de la política social. Podria ponderar mis títulos de ministro (dos veces) de Cultura Artes y Deportes y ministro coordinador del Gabinete Social de mi país en la administración recién pasada. Pero le escribo como historiador.
Le he escuchado a Ud. hoy condenar contundentemente el magnífico recibimiento que dieran, en su país, algunos políticos y empresarios al que viene de ser el dictador de Honduras, R. Micheletti, bajo cuyo gobierno y con represión militar y policiaca continuada, encubierta y justificada y con supresión de medios de comunicación de la oposición, se celebraron en Noviembre pasado, las elecciones en que salió electo el actual Presidente Porfirio Lobo. Es importante esa condena suya puesto que Micheletti declaro que, por lo contrario, su gobierno le había ofrecido toda la seguridad y su ministro de gobernación le había insinuado honores de hombre de estado. (No se preocupe que nadie le cree al mentiroso.) Y no me extiendo porque sé que Ud. tiene quien le informe mejor y le confirme la represión antes y después de esas elecciones, que solo la malicia puede calificar como “las elecciones más libres y justas de la historia de Honduras” como declara H. Llorens.
Entiendo su celebrado pragmatismo Presidente y la urgencia que Ud. tiene de darle la espalda a este problema, para adelantar con sus metas de gobierno para beneficio del hermano pueblo de El Salvador. (Mi padre se doctoró en ese país al que me enseñó a amar, sin engaños. Aunque ha habido guerras injustas, muchas veces hemos comentado los conocedores de la materia que es difícil encontrar a dos pueblos más semejantes entre ellos, en cultura, religión, lengua y costumbre; lo cual nos debería hacer más solidarios.) También entiendo que Ud. quiere aprovechar el hecho de que aquellas elecciones se celebraron dentro de un marco formal para reconocer al Presidente Lobo, como ha hecho oficiosa y amablemente y para procurarle el reconocimiento de otros. Pero cuando justamente acusa a Micheletti de dictador, reconoce que dio un golpe, y no voy a presumir yo de enseñarle que esa situación solo se remedia concertando la paz y forjando un nuevo orden legal.
No obstante, declara Ud., Señor, según la prensa de su país: “Ahora que Honduras ha recobrado la estabilidad política y social, luego del triunfo presidencial de Porfirio Lobo, El Salvador apoya su reingreso a los organismo multilaterales que (sic) se perdió debido al Golpe de Estado”.
Honduras no ha recobrado ninguna estabilidad Señor. La misma W.O.L.A. (Washington Office for Latin America, estrechamente alineada con el Departamento de Estado reconoce en un comunicado público hoy que “persisten la inestabilidad política y la violencia contra los opositores”.) Los parlamentarios golpistas eligieron a los actuales fiscales y jueces. Siguen en el poder los militares y los congresistas que apoyaron el golpe y la misma Corte Suprema que lo justifico a posteriori y que acaba de otorgarles impunidad a sus socios. Ahí mismo, en El Salvador ha amagado otra vez Micheletti, y aunque hay quien descree de ello, el propio Lobo ha divulgado una conspiración para derrocarlo. En Honduras, se está asesinando periodistas a razón de media docena al mes y a líderes y parientes de los líderes de oposición todos los días.
Quiero defender ese razonamiento suyo y coincidir con el ex Presidente Zelaya en la tesis de que, si se llegaran a cumplir en Honduras varias difíciles condiciones, tendría que reconocerse al Presidente Lobo, para fijar una ruta de porvenir sin guerra, ni sangre. (Entiendo que Ud. y sus compañeros de armas en el Frente Farabundo Martí saben de la sangre, entienden el sufrimiento de la guerra y quisieran evitárnoslo.) Debe cesar la represión continuada, la cual no cesara, Señor Presidente, mientras continúen en sus puestos el actual Fiscal y los Jueces de la Corte Suprema que dirigen el sistema de justicia, quienes acaban de despedir a seis jueces y a la magistrada que se opusieron al golpe y mientras siga armado el mismo grupo militar que dio el golpe.
Cuando la Sra. Clinton --con quien ha hecho Ud. útil amistad-- pregunta “¿que están esperando los demás países del continente para reconocer a Pepe Lobo?” la respuesta es sencilla; esperan que se quite mando a los oficiales que lideraron el golpe y la represión y que se cambie a los fiscales y jueces que les han dado a esos represores impunidad judicial mientras se rehúsan a proteger los derechos del pueblo hondureño.
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