Tras la derrota del Partido Liberal en las elecciones de noviembre/09 hay la creencia de que el liberalismo hondureño quedó hecho trizas y sin posibilidad de rehacerse en el corto y el mediano plazo, dentro del actual período gubernamental de cuatro años.
Algunos asumen, por lo tanto, que nuestro modelo bipartidista es inoperante dentro del binomio-gobierno oposición, y que, en tales circunstancias, el sistema democrático y el balance institucional en el poder público no pueden funcionar.
La idea es, entonces, ir al rescate del liberalismo mediante la unidad partidaria, para lo cual se propone un diálogo de cúpula como la mejor forma de conseguir ese objetivo, pero sin tomar en cuenta la esencialidad y profundidad de la crisis política que ha afectado a toda la institucionalidad partidista, y no solamente al Partido Liberal, que, en suma, es el tema político de gran envergadura.
En lo que respecta al Partido Liberal, sin embargo, cabe hacer varias consideraciones principales que marcan la diferencia de lo que ocurre en su contraparte histórica, el Partido Nacional, ahora en el poder en condición sui géneris debido al momento y a las particularidades en que consiguió su victoria electoral.
La primera de estas consideraciones es que el liberalismo hondureño no está fracturado en la base, sino solamente en la cúpula de su liderazgo, si es que en la presente situación puede considerársele como tal. La división en la cúpula impide, entonces, la dinámica “bipartidista” –en realidad la cohabitación bipartidista--, que degeneró desde hace algunos años en monopartidismo.
La segunda consideración es que, por primera vez en mucho tiempo, se ha configurado en Honduras una oposición política verdadera, de la que la militancia liberal de base es su columna vertebral, que le da sentido al necesario ejercicio del binomio gobierno-oposición. Este elemento nuevo es el que le concede al Partido Liberal la oportunidad de rescatar su primigenia calidad popular de base.
La tercera consideración es que la unidad del Partido Liberal –lo mismo que de cualquier partido—reside en la capacidad real de elaborar un objetivo común, una aplicación ideológica funcional, que galvanice la base y dé oportunidad al surgimiento de un liderazgo consciente, que interprete y practique fielmente el designio partidario.
Eso exige la coincidencia real entre base y dirigencia, algo que no ocurre, ni siquiera de manera formal, en la actualidad. De manera que los intentos de realizar la unidad partidaria en aquelarres de cúpula tiene, tal vez sin proponérselo, el propósito de reposicionar el liderazgo fracasado por efecto del golpe de Estado y la crisis política, con la cómoda finalidad de restituir la cohabitación bipartidista y el antidemocrático modelo monopartidista.
La cuarta consideración es que, después de una fractura tan radical del sistema bipartidista y su dirigencia, en Honduras se impone la renovación de los partidos políticos, sobre todo en lo que importa al liberalismo, que ha sido y sigue siendo la religión política mayoritaria.
Esto incluye, de forma prioritaria, el retiro de la dirigencia equivocada, caduca, y la estimulación de un nuevo liderazgo, moderno, capacitado y con vocación transformadora para darle a Honduras y a la sociedad hondureña los cambios estructurales, políticos, económicos y sociales, que permitan avanzar, en democracia, hacia el desarrollo integral y al bienestar general equitativamente compartido.
Fuente: Tiempo.hn
Algunos asumen, por lo tanto, que nuestro modelo bipartidista es inoperante dentro del binomio-gobierno oposición, y que, en tales circunstancias, el sistema democrático y el balance institucional en el poder público no pueden funcionar.
La idea es, entonces, ir al rescate del liberalismo mediante la unidad partidaria, para lo cual se propone un diálogo de cúpula como la mejor forma de conseguir ese objetivo, pero sin tomar en cuenta la esencialidad y profundidad de la crisis política que ha afectado a toda la institucionalidad partidista, y no solamente al Partido Liberal, que, en suma, es el tema político de gran envergadura.
En lo que respecta al Partido Liberal, sin embargo, cabe hacer varias consideraciones principales que marcan la diferencia de lo que ocurre en su contraparte histórica, el Partido Nacional, ahora en el poder en condición sui géneris debido al momento y a las particularidades en que consiguió su victoria electoral.
La primera de estas consideraciones es que el liberalismo hondureño no está fracturado en la base, sino solamente en la cúpula de su liderazgo, si es que en la presente situación puede considerársele como tal. La división en la cúpula impide, entonces, la dinámica “bipartidista” –en realidad la cohabitación bipartidista--, que degeneró desde hace algunos años en monopartidismo.
La segunda consideración es que, por primera vez en mucho tiempo, se ha configurado en Honduras una oposición política verdadera, de la que la militancia liberal de base es su columna vertebral, que le da sentido al necesario ejercicio del binomio gobierno-oposición. Este elemento nuevo es el que le concede al Partido Liberal la oportunidad de rescatar su primigenia calidad popular de base.
La tercera consideración es que la unidad del Partido Liberal –lo mismo que de cualquier partido—reside en la capacidad real de elaborar un objetivo común, una aplicación ideológica funcional, que galvanice la base y dé oportunidad al surgimiento de un liderazgo consciente, que interprete y practique fielmente el designio partidario.
Eso exige la coincidencia real entre base y dirigencia, algo que no ocurre, ni siquiera de manera formal, en la actualidad. De manera que los intentos de realizar la unidad partidaria en aquelarres de cúpula tiene, tal vez sin proponérselo, el propósito de reposicionar el liderazgo fracasado por efecto del golpe de Estado y la crisis política, con la cómoda finalidad de restituir la cohabitación bipartidista y el antidemocrático modelo monopartidista.
La cuarta consideración es que, después de una fractura tan radical del sistema bipartidista y su dirigencia, en Honduras se impone la renovación de los partidos políticos, sobre todo en lo que importa al liberalismo, que ha sido y sigue siendo la religión política mayoritaria.
Esto incluye, de forma prioritaria, el retiro de la dirigencia equivocada, caduca, y la estimulación de un nuevo liderazgo, moderno, capacitado y con vocación transformadora para darle a Honduras y a la sociedad hondureña los cambios estructurales, políticos, económicos y sociales, que permitan avanzar, en democracia, hacia el desarrollo integral y al bienestar general equitativamente compartido.
Fuente: Tiempo.hn
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