martes, 2 de marzo de 2010

La Visión de país en tierra plana

Hace ya casi tres décadas tuve la oportunidad de leer una historia corta sobre un mundo plano donde convivían figuras geométricas distintas; donde habitaba un cuadrado bastante inquisitivo. El cuadrado no entendía como, de cuando en cuando, un punto se movía formando nuevas figuras que se sumaban a la población de su mundo. Muchas dificultades habría de tener el cuadrado para entender que se trataba de un lápiz, que vivía en un mundo tridimensional. Ese detalle le hacia tener una “visión” del mundo bastante distorsionada.

A propósito de visiones distorsionadas, se ha informado que el señor Porfirio Lobo Sosa ha comenzado a “socializar” el engendro llamado visión de país y plan de nación 2010-2038. De alguna manera, se ha llegado a la idea de que se debe perpetuar el sistema económico existente por medio de una planificación que conviene a las clases dominantes actuales.

Se pretenden ignorar con esto muchos factores históricos, económicos, políticos, y sociales que son inherentes al desarrollo de una nación. De hecho, incluso teóricos deterministas de los sectores más conservadores de nuestra sociedad critican acremente este plan de país, quizá porque la visión de la que parte es bastante obtusa.

Este documento, surgido de las entrañas del golpismo, y aprobado como ley del estado sin ninguna discusión previa con las partes más afectadas, revela los aspectos más ilegítimos e inmorales de los líderes que encabezan el sistema neoliberal que rige en nuestro país. Las teorías y las fuentes utilizadas responden con claridad a los intereses de la reacción internacional y, en muchos casos, las fuentes utilizadas o están desactualizadas o no son confiables.

Esta ley, para comenzar, es ilegal pues surge de un acto criminal en contra de la institucionalidad del país; hoy no podemos suponer que los problemas esenciales que posee el país puedan ser resueltos a partir de este tipo de premisas. Además, es ilegítima, en cuanto no ha tomado en cuenta antes los sectores de la población, que en su mayoría, son el objeto directo de esta amenaza que se cierne sobre los que menos tienen.

Desde el punto de vista económico, las presunciones de que se generará riqueza por medio de la oferta masiva de mano de obra barata a la inversión extranjera, son totalmente erradas, no solamente por el fracaso del sistema neoliberal a nivel global, sino porque estaríamos incurriendo en el mismo error de hace dos décadas que nos trajo onerosas exoneraciones de impuestos, graves violaciones al derecho laboral, y trabajadores psicológica y físicamente enfermos. No debemos olvidar el Régimen de Importación Temporal, las zonas libres de manufactura y otras tantas figuras que brindaban prebendas ilimitadas a empresas extranjeras a cambio de migajas.

Aquella idealización de la inversión extranjera de los años 80 y 90 se fue convirtiendo paulatinamente en una quimera, para dar paso a la cruda realidad, que nos enseña una Honduras más pobre que cuando inició su proceso de liberalización. La masificación de mano de obra entonces, partiendo de los ejemplos y lecciones que nos ha dado la historia reciente, no es garantía de un futuro mejor; por el contrario, es un peligro que debemos analizar, repudiar y neutralizar.

El espejismo desarrollista ha pasado también por el fomento de las exportaciones agrícolas y alimentos exóticos de cultivo, lo que ha generado riqueza, sin lugar a dudas, a unos cuantos, pero mantiene, si no es que empeora, los niveles de miseria de la mayoría de la población. Esta concepción equivocada ha tenido dos víctimas evidentes: los hondureños y las hondureñas, y nuestros recursos naturales, ninguno de los cuales puede soportar por mucho más tiempo este tipo de enajenación.

Los recursos naturales en Honduras hoy, se encuentran en un estado crítico de insostenibilidad, y su explotación continuada supone su inminente destrucción definitiva, a menos que, tengamos la sensatez necesaria para entender que el mercado y los recursos no son necesariamente complementarios. El risible presupuesto de que los recursos pueden ser explotados de manera indefinida amenaza al pueblo hondureño con una catástrofe mayor en el cortísimo plazo.

Este plan de nación a 28 años es también inmoral, pues además de haber sido elaborado y aprobado a espaldas de los implicados e implicadas, no explica en ninguna parte como se propone lograr cambios drásticos en aspectos tan sensibles como la demografía del país. La idea maltusiana de que vivimos una transición demográfica también debe llamarnos a reflexión ya que implica la reversión de las tendencias naturales de nuestro crecimiento poblacional de los últimos 30 años.

Como podrán explicarnos estos apologistas del Opus Dei que lograrán reducir el crecimiento poblacional hasta el punto de que nuestra edad promedio llegue a los 30 años. Lo único que se viene a la mente, es que repitan las amargas experiencias que en el pasado supusieron la esterilización en masa de nuestras mujeres, y el mantenimiento de niveles incontrolables de inseguridad entre la juventud, especialmente masculina (esto lo menciona de forma explícita el plan) para controlar la natalidad.

Este programa, que no es más que un impulso a las políticas neoliberales, plantea que distribuya la riqueza generada por la mano de obra masiva, dejando que las grandes empresas consigan sus riquezas mientras ellos nos entregan cosas que ya tenemos garantizadas (o al menos deberíamos tener garantizadas al nacer) como educación, salud y vivienda.

Cómo es posible que pretendan hacernos creer que a partir de la estructuración de una matriz de 58 variables, van a poder medir el hambre, la insalubridad, el analfabetismo y todas las otras calamidades a las que este sistema nos ha condenado desde siempre. No parecen entender, o más bien fingen demencia, que los problemas estructurales son de carácter cualitativo, y el engaño de los indicadores económicos ajustados convenientemente, no han resuelto ni resolverán las causas fundamentales de la miseria en este país.

Hablan de gobernabilidad en el sentido más vertical, dejando entrever que el concepto se refiere únicamente al control y explotación de una clase por otra. Incluso se atreven a acuñar nuevos conceptos, como el “autoritarismo democrático”, como advirtiendo que volverán a violar lo que sea necesario violar para preservar sus intereses. Y es que en lo político se han atrevido a crear esta camisa de fuerza que mantendrá atadas de pies y manos a siete administraciones consecutivas.



Aún más inmoral resulta el hecho de que la clase dominante no se obliga a generar riqueza en el país y deja esa tarea exclusivamente al estado. Presume que las condiciones de riqueza para distribuir deben ser originadas por iniciativa del estado, el cual en ningún momento deberá intervenir en los asuntos privativos de la iniciativa privada local. Estará entonces nuestra “heroica” empresa privada ocupada haciendo lo que ha hecho siempre: parasitar del gobierno y los recursos de la patria.

La forma en que están formuladas las posibles soluciones a las necesidades y carencias más elementales que sufre la mayoría de los hondureños y hondureñas, resalta la irresponsabilidad e irreflexión con que se han elaborado las tesis que sostienen este plan de nación. Por ejemplo, plantean la meta de alcanzar 9 grados de escolaridad en un país donde este indicador probablemente no alcanza dos años en este momento.

Mantienen su tendencia a cuantificar; dicen que se lograrán grandes éxitos cuando tengamos 200 días de clase, omitiendo que ellos mismos son responsables del declive de la calidad educativa en nuestro país. Desde el momento en que la educación ha dejado de ser un derecho del pueblo para convertirse en una mercancía, la calidad de la misma ha enfrentado una caída desenfrenada que aún ahora no se detiene. Prácticamente, la educación es ofrecida, en cantidad y calidad, de acuerdo al poder adquisitivo del que la compra.

En el sector salud, la situación es similar, y hoy día para cualquier hondureño es más barato morirse que enfermarse. Sin recurrir a las luchas políticas de Obama, hace años rige un sistema de oferta y demanda que ha resultado en un pueblo cada día más enfermo y con menos esperanzas de un amanecer distinto. La corrupción sin límites, patrocinada permanentemente por sectores farmacéuticos poderosos, la falta de escrúpulos de los funcionarios públicos, y el inevitable deterioro de todos los objetos materiales, carcomen aceleradamente el sistema de salud en nuestro país. Otra vez, la salud hecha mercancía está disponible para quien la pueda pagar.

Los “arquitectos” de este plan no cesan su campaña publicitaria para justificar la pobreza teórica y científica del mismo, recurriendo normalmente a parámetros y comparaciones poco entendibles incluso para ellos mismos. Nos dicen que tendremos los mismos niveles que Argentina y Costa Rica para el 2030, o que llegaremos a un nivel de seguridad por debajo de la media mundial, sin que hasta ahora a nadie le hayan explicado que significa alcanzar esas metas.

Tal vez lo único que sí dejan claro, es su firme decisión de mantener el estado de cosas, tengan que hacer lo que tengan que hacer. Claramente establecen el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas, organo que en ningún momento de la historia sirvió para defender nuestra soberanía, pero que fue sumamente eficaz en la eliminación de aquellas hermanas y hermanos que se atrevieron a soñar con un mundo mejor.

Es posible que ellos piensen que pueden llevar adelante esta aberración con toda impunidad. Deliberadamente han ignorado la posición que al respecto adopta el Frente Nacional de Resistencia Popular, único baluarte verdadero de la lucha por una patria más justa. A decir verdad, es poco relevante lo que crean o no, pues su ley se deberá derogar más temprano que tarde, y el camino de la patria habrá de rectificarse.

Esta visión, producto de las limitaciones que les causa el dinero, los ubica en una situación similar a la del cuadrado de la historia, quizá la única diferencia es que el cuadrado pretendía llegar a ver el lápiz; en cambio los golpistas se conformaron con creer que solamente se trata de un punto.

Por ahora, nuestra misión fundamental, respecto a este tema, es desenmascarar una vez más las aviesas intenciones de la oligarquía, mostrar a nuestro pueblo de forma vehemente la amenaza atroz que este plan significa para la existencia misma de nuestra patria, y estudiar sin descanso hasta llegar a la formulación de una estrategia patriótica, que muestre el camino hacia mejores derroteros.

Ricardo Salgado
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