Las reformas que inició Manuel Zelaya en Honduras apuntaban a destramar este tipo de desarrollo espurio, que primero fue bananero y luego maquilero, pero que siempre se apoyó en la existencia de amplios contingentes de la población en estado de pobreza extrema.
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(Ilustración de Allan McDonald, artista gráfico hondureño).
La presencia norteamericana en Centroamérica se remonta a los orígenes de la vida republicana de nuestras naciones. Siendo esta región, junto a México y el Caribe, su “espacio natural” de influencia, no tardaron en hacerse presentes guiados por las directrices ideológicas básicas que subyacen a sus relaciones con América Latina en general: la llamada Doctrina Monroe, formulada en 1823. Ésta, que se puede resumir en la frase “América para los americanos”, se concretó, en un primer momento histórico, en la expansión territorial de los Estados Unidos sobre México (quien, en 1848, perdió el 55% de su territorio), y en otras aventuras más o menos exitosas, como la invasión filibustero a Nicaragua por parte de William Walker en 1855.
La expansión territorial de los Estados Unidos cedió lugar, años más tarde, a la expansión de los capitales monopólicos norteamericanos sobre nuestro territorio en busca de materias primas y la realización de sus capitales. Se trata de la fase de desarrollo del capitalismo que V.I. Lenin caracteriza como imperialista. Este proceso implicó entrar en disputa con los capitales ingleses, dominantes en la región desde los tiempos de la independencia, a los cuales desplazó definitivamente a partir de 1917, cuando se transforman en la potencia hegemónica en América Latina.
Una de las formas características que asume la inversión de capitales norteamericanos en Centroamérica fue la de las compañías bananeras: la United Fruit, la Standard, la Cuyamel y la Standard Fruit and Steamship Company. En la década de 1970, la sociología de la dependencia elaboró el concepto de enclave para caracterizar las relaciones entre los estados nacionales y las plantaciones.
Conscientes de la simplificación, podríamos decir que el enclave funcionó casi como un Estado dentro de otro Estado, y se constituyó como un microcosmos económico, político y cultural que, incluso, perfiló rasgos identitarios específicos en las zonas en donde se instalaron, mismos que perduran hasta nuestros días.
En Honduras se da la primera concesión a una de estas compañías en el año 1899, y ya en 1902 las exportaciones de banano constituían el 53% de las exportaciones totales del país. La relación servil y corrupta que las oligarquías nacionales de los países centroamericanos establecen con estas compañías bananeras instaladas bajo la forma de enclave, llevará a que a estas naciones se les denomine, peyorativamente, Repúblicas Bananeras (Banana Republic).
Años más tarde, en la década de 1980, en el marco de las reformas neoliberales que se impulsaron al calor del llamado Consenso de Washington, las transnacionales bananeras cederán terreno ante nuevas formas de inversión norteamericana. Se trata de las compañías maquileras. La maquiladora es una empresa que importa íntegramente los materiales sin pagar aranceles y elaboran un producto que solo sirve para fines de exportación. Generalmente se establecen en zonas llamadas francas o zonas libres, en donde se les exime del pago de impuestos. Honduras se transformará, nuevamente, en un recipiendario privilegiado de este tipo de inversiones. La industria de la maquila en Honduras se inicia con la promulgación de la Ley Constitutiva de la Zona Libre de Puerto Cortés del año 1976, y ya para el año 1997 se había transformado en la primera fuente de empleo asalariado en el país.
La maquila absorbe una gran cantidad de mano de obra no calificada, especialmente femenina, que es empleada sobre todo para la confección de ropa. Centroamérica en general, y Honduras en particular, ofrecen “ventajas comparativas” que las compañías aprovechan. Éstas se originan en el ofrecimiento de condiciones que permiten una explotación inmisericorde de la fuerza de trabajo: bajas cuotas o inexistencia de seguridad social; salarios muy bajos; derechos laborales inexistentes o que se pueden burlar fácilmente (derecho a la sindicalización, salario mínimo, etc.). Las ventajas comparativas que ofrece Honduras han posibilitado que este se haya transformado en el mayor país maquilero de la región.
El modelo de desarrollo “nacional” hondureño ha sido siempre el de atraer la mayor cantidad de inversión extranjera chatarra, es decir, la peor forma de inversión posible. Las bananeras y las maquiladoras, y su papel preponderante en la economía hondureña, se pueden ofrecer como ejemplos claros y evidentes de ello. Ese tipo de “desarrollo” solo puede ser exitoso en la medida en que el país mantenga sus llamadas ventajas comparativas.
Las reformas que inició Manuel Zelaya en Honduras apuntaban a destramar este tipo de desarrollo espurio, que primero fue bananero y luego maquilero, pero que siempre se apoyó en la existencia de amplios contingentes de la población en estado de pobreza extrema.
Dejar de ser uno de los países más pobres de América no entra en los planes de la burguesía hondureña, porque mata la gallina de los huevos de oro de las ventajas comparativas.
Por eso botaron a Manuel Zelaya y no están dispuestas a que regrese.
Fuente: connuestraamerica.blogspot.com
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