sábado, 9 de octubre de 2010

El Golpismo toca a la puerta

Matías Bosch
El 25 de junio de 2009, el presidente hondureño Manuel Zelaya llegó acompañado de una multitud de ciudadanos a la sede la Fuerza Aérea en Tegucigalpa para recuperar personalmente las urnas y papeletas de la consulta popular que estaba impulsando. En la ocasión, el mandatario se pronunció sobre la decisión de la Corte Suprema que reponía en su cargo al general Romeo Vásquez, jefe de las Fuerzas Armadas, destituido previamente por desacato: se ha creado "un Estado militar y un Estado civil", afirmó. Tres días después, el Presidente era secuestrado y montado en un avión hacia Costa Rica con escala en la base de Palmerola. Su propio Partido Liberal se aliaba con el opositor Partido Nacional y juramentaban como Presidente a Roberto Micheletti, apoyados por Vásquez y las Fuerzas Armadas.

En horas de la noche del 29 de junio de 1973, en Santiago de Chile, el presidente Allende anunciaba que los militares insubordinados que atacaron con fusiles y cañones el Palacio de la Moneda y el Ministerio de Defensa en los hechos conocidos como el "Tancazo", estaban ubicados y serían sometidos a la Justicia. Contando con el respaldo del general Carlos Prats y demás altos mandos militares, Allende solicitó al Congreso el Estado de Sitio en las zonas afectadas por la conmoción. Una concentración de ciudadanos colmó la Plaza de la Constitución para apoyar al Presidente y los Comandantes en Jefe. De nada sirvió la posterior integración de los militares al gabinete ministerial. Al cabo de dos y meses y medio, Allende moría en La Moneda bajo un bombardeo orquestado por la oposición política y las Fuerzas Armadas, con su base de apoyo prácticamente neutralizada.
Y diez años antes de aquellos hechos, ni la existencia de planes conspirativos ni la trama para asesinarlo (seguidos de cerca por los militares constitucionalistas) detuvieron al Presidente dominicano Juan Bosch en su decisión de asistir a la misa de campaña en San Isidro en junio de 1963, en plena "boca del lobo", como tampoco lo disuadió de apersonarse en el mes de julio en la Comandancia de la Aviación, ante un grupo de oficiales de alta graduación que le demandaban medidas políticas contra agrupaciones de izquierda. Fruto de ese encuentro, Bosch anunció en cadena nacional el 16 de julio la cancelación del Mayor Haché y del capellán Marcial Silva. Luego vendría el desacato a la orden de cancelar al coronel Wessin y Wessin, implicado en turbias maquinaciones. Antes de terminar septiembre de aquel año, el Presidente era sacado al destierro a bordo de la Fragata Mella, mientras la represión conjuraba cualquier intento de resistencia.

Si alguien duda sobre la gravedad del aparente "amotinamiento" en Quito y otras ciudades de Ecuador el pasado 30 de septiembre y sobre cuán imperiosa era la actuación del Presidente Correa, debe, primero, mirar el prontuario de los Golpes latinoamericanos y, segundo, mirar las informaciones de prensa, especialmente la imagen del sargento Froilán Jiménez cayendo abatido por un balazo de alto calibre, más los cinco impactos de bala que recibió el automóvil presidencial durante el rescate de esa noche.

La determinación del Presidente ecuatoriano Rafael Correa al entrar en el Regimiento Quito de la Policía, así como el escenario que quedó planteado, evoca otros casos históricos y la actuación de anteriores Presidentes democráticos. Según declaraciones, su presencia allí respondió originalmente a la intención de sofocar a tiempo, por la vía del diálogo, una negativa de las tropas a cumplir normalmente su jornada de labores. En breve, el Presidente se encontraba enfrentando una insubordi- nación con pretensiones más serias y de mayor escala: a su juicio, provocar el caos, precipitar su renuncia, conseguir la confabulación de las Fuerzas Armadas en su conjunto o, en última instancia, la muerte de Correa en fuego cruzado. El intento fracasó.

Pero todo parece indicar que los factores fundamentales que posibilitan un Golpe de Estado exitoso no están dados en Ecuador, como tampoco estuvieron dados en la Venezuela de 2002. El 70% de popularidad del presidente Correa se hizo sentir, así como evidentemente faltaron los elementos de cohesión indispensables en las fuerzas militares, medios de comunicación de masas y partidos opositores para fraguar la conspiración perfecta. Quienes en su legítimo derecho consideran que este es el síntoma principal de la mala gestión de un gobierno que no es de su agrado, deben pisar con pies de plomo y cuidar de no mover demasiado el avispero. Al Gobierno de Correa le corresponderá ahora evaluar paso a paso donde están las brechas por las cuales el golpismo puede colarse y qué medidas políticas puede tomar para fortalecerse pacífica y democráticamente, principalmente a través de la cohesión y movilización ciudadana. Mientras, como los dominicanos pueden prever, es el tiempo en que las derechas insistirán en el plan de "asesinato de imagen y del personaje", presentando los hechos como un montaje de Correa o bien esgrimiendo la supuesta prepotencia o difícil personalidad del Presidente como motivos de la crisis. El Golpismo toca otra vez a la puerta. Parafraseando a Bosch, los demócratas deben seguir "aprendiendo a desconfiar".

Fuente: Vos el soberano

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