Por Carlos Figueroa Ibarra
El último día de septiembre presenciamos en Ecuador una prueba más de cómo la derecha que se postula como moderna se convierte en reacción conservadora cuando la democracia la empieza a asfixiar. Por derecha en América latina entiendo a las cúspides empresariales más poderosas, a las dirigencias de los partidos conservadores, a los grandes medios de comunicación, y en bastantes ocasiones a las altas jerarquías religiosas, particularmente la jerarquía católica. En la derecha en América Latina pueden distinguirse dos vertientes: la derecha neoliberal y la derecha clerical o confesional. Por la primera entiendo aquella que abraza incluso de manera fundamentalista el dogma de la economía de mercado. Por la segunda aquella que se refugia en el conservadurismo religioso y moral y que fácilmente se identifica como oscurantista y reaccionaria. Pero ambas derechas tienen áreas de intersección, pues buena parte de la derecha clerical o confesional también comparte un obcecado entusiasmo por el neoliberalismo.
Si aceptáramos el planteamiento de Norberto Bobbio que ubica en la extrema izquierda o en la extrema derecha a aquellas posturas ubicadas en la izquierda y la derecha que no aceptan las reglas del juego democrático, nos encontraríamos hoy con una gran paradoja. No ha sido la izquierda estigmatizada como antidemocrática sino la derecha la que exasperada por el avance de la izquierda -o al menos de una postura que defiende la autonomía del Estado frente a los grandes intereses empresariales-, se ha levantado y ha pateado el tablero del ajedrez político gritando "¡Así ya no juego!". Mi experiencia en la observación de los procesos en América Latina me indica que la derecha se comporta como derecha moderna y civilizada cuando la izquierda tiene a lo sumo el 5% de los votos. Cuando la izquierda empieza a subir en las intenciones de voto, la derecha se pone nerviosa. Y cuando se vuelve una opción real de gobierno usando las reglas de la democracia liberal y representativa, la derecha moderna polariza el escenario político y se convierte en reacción conservadora. Sucedió en 2002 cuando la derecha logró derrocar a Hugo Chávez por 48 horas. Sucedió en septiembre de 2008 con la intentona golpista en Bolivia y poco tiempo después, allí mismo cuando se descubrió una conjura para asesinar a Evo Morales. Sucedió en Guatemala en mayo de 2009 cuando el affaire Rosenberg desató una tormenta política. Un mes después se observó en Honduras cuando el 28 de junio el presidente Manuel Zelaya fue derrocado. Hoy hemos presenciado una nueva intentona el 30 de septiembre con el intento de golpe de Estado contra Rafael Correa en Ecuador.
Si aceptáramos el planteamiento de Norberto Bobbio que ubica en la extrema izquierda o en la extrema derecha a aquellas posturas ubicadas en la izquierda y la derecha que no aceptan las reglas del juego democrático, nos encontraríamos hoy con una gran paradoja. No ha sido la izquierda estigmatizada como antidemocrática sino la derecha la que exasperada por el avance de la izquierda -o al menos de una postura que defiende la autonomía del Estado frente a los grandes intereses empresariales-, se ha levantado y ha pateado el tablero del ajedrez político gritando "¡Así ya no juego!". Mi experiencia en la observación de los procesos en América Latina me indica que la derecha se comporta como derecha moderna y civilizada cuando la izquierda tiene a lo sumo el 5% de los votos. Cuando la izquierda empieza a subir en las intenciones de voto, la derecha se pone nerviosa. Y cuando se vuelve una opción real de gobierno usando las reglas de la democracia liberal y representativa, la derecha moderna polariza el escenario político y se convierte en reacción conservadora. Sucedió en 2002 cuando la derecha logró derrocar a Hugo Chávez por 48 horas. Sucedió en septiembre de 2008 con la intentona golpista en Bolivia y poco tiempo después, allí mismo cuando se descubrió una conjura para asesinar a Evo Morales. Sucedió en Guatemala en mayo de 2009 cuando el affaire Rosenberg desató una tormenta política. Un mes después se observó en Honduras cuando el 28 de junio el presidente Manuel Zelaya fue derrocado. Hoy hemos presenciado una nueva intentona el 30 de septiembre con el intento de golpe de Estado contra Rafael Correa en Ecuador.
El brillante sociólogo argentino Atilio Borón ha dicho que la diferencia entre el éxito reaccionario en Honduras y su fracaso en los otros casos es debida a que en estos últimos la movilización popular y la reacción internacional fue contundente. Creo que es cierto esto. Pero también hay que destacar que la diferencia entre los cuatro fracasos derechistas y el triunfo reaccionario en Honduras radicó en la conducta de las fuerzas armadas. En Honduras la cúspide empresarial logró convencer al Ejército de meterse en la aventura reaccionaria. Y el general golpista Romeo Vázquez ha sido premiado con la dirección de la telefónica Hondutel en el actual gobierno de Porfirio Lobo. No se volvió jefe de Estado como antaño sucedía, pues hoy la democracia liberal y representativa es la fachada imprescindible que necesita el neoliberalismo para seguir adelante.
Hasta cierto punto. Tal como se ha demostrado en Venezuela, Bolivia, Guatemala y ahora en Ecuador. Un movimiento social que se convierte en movimiento político, luego en fuerza electoral de gran viabilidad y finalmente termina siendo un gobierno de izquierda, es algo que en el libreto neoliberal y estadounidense no resulta aceptable. Cuando eso sucede -sobre todo si como Atilio Borón lo ha destacado-, ese gobierno de izquierda hace transformaciones sociales significativas y se adhiere con entusiasmo a los nuevos mecanismos de integración latinoamericana, como el ALBA, el olor a golpe de Estado y a la conspiración reaccionaria comienza a invadir a todo el país. Lo que resulta significativo es que de los cinco casos aquí reseñados, la intentona golpista que sufrió el gobierno de Álvaro Colom, es la única reacción conservadora que no se ha enfrentado a un gobierno que hace transformaciones sociales significativas o que se ha adherido al ALBA.
No cabe duda que en Guatemala, el umbral de tolerancia de la derecha es muy bajo. Y necesita de mucho menos que en otros países, para pasar de la derecha a secas a la reacción conservadora.
Fuente: www.albedrio.org
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