Tegucigalpa, con siglos de existencia, hoy está convertida en callejones y cerros sin salidas. Es más fácil solucionar que la luna sea habitable, que hacer sostenible una Tegucigalpa que lleva años de crecer sin control encaramada entre unos cerros en donde a diario decenas de familias se trepan, limpian un diminuto lugar, clavan tres láminas, colocan como paredes cinco cartones con anuncios comerciales y de campañas de políticos, y se acuestan a soñar creyendo que “la capital era lo mejor para salir de pobres”.
Esos amasijos de cerros pelados --que en las noches parecen gatos pardos, y cuyas luces provocan versos en insensatos poetas de cafetines, hoteles y embajadas--, actualmente encierran a un millón y medio de habitantes, que por millares y en muy pocos años han llegado del interior del país, y que hoy hacen malabares para atrapar un chorro de agua de las pipas, y para inventar una y mil maneras para conquistar dos, y a veces uno, de los tres golpes diarios que provoca el reclamo estomacal.
En estos tiempos de desastre político nacional, el gran charco y tiradero de basura, y al que se sigue llamando pomposamente río Grande o Choluteca, y sobre el cual se han construido puentes por donde cruzan y se dividen las miserias de Tegucigalpa y Comayagüela, se le ocurrió salirse de su cloaca natural y ha inundado calles, mercados y plazas, cuando la gente estaba sometida a un severo e intenso racionamiento de agua.
Ha ocurrido con el primer fenómeno lluvioso de la temporada, la atípica tormenta Aghata, la cual vino a confirmar de un porrazo que las tormentas no sólo traen grandes aguaceros, sino que despiertan a los políticos que saltan tras las lluvias como cuando nacen renacuajos, que van necesitando de los charcos hasta convertirse en sapos.
Y como no podía ser de otra manera, los mismos medios que convirtieron en héroes y próceres a los golpistas, desplazaron sus equipos para llevar en vivo hasta la pantalla chica, la tragedia del pueblo capitalino. Y con el corazón contrito, el gobierno decretó una emergencia nacional, y en su clásica postura de rostro en tierra, extendió su mano para buscar por la vía del dolor y la tragedia humana un reconocimiento que por la diplomacia normal no lo ha logrado de la comunidad internacional.
La foto y la actitud se repiten siempre, año tras año. Una tragedia enfrente, la colecta de limosnas y los políticos y grandes empresarios que elevan su perfil con sus donativos. Mientras tanto la capital se sigue resquebrajando entre sus pelados cerros, su amontonamiento de gente y su burocracia vividora. Cualquier fenómeno que se venga, acrecienta los destrozos y vulnerabilidades que quedaron intactas tras el huracán Mitch. La capital aumenta en sus miserias, tan necesarias para que los políticos sigan sacando pecho, y para el morbo del gran “teve cucu”.
Es inevitable: mientras no se arranque la capital de su actual topografía, y mientras no se salga de la lógica de responder a la emergencia, los políticos seguirán poniendo su foto en las raciones de comida, traficando con el hambre y la incertidumbre de los damnificados, y seguirán revolviendo más la hediondez del río para seguir sacando sus ganancias. Y seguirá así mientras no se defina un nuevo pacto social desde el liderazgo popular.
Nuestra palabra | 03 Junio 2010
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