martes, 11 de mayo de 2010

La camisa de Pepe

Efrén D. Falcón

Don Porfirio Lobo Sosa, ungido presidente del país hace menos de medio año, ha declarado que por la arrogancia y prepotencia de algunos gobernantes del sur de América, prefiere no asistir a la cumbre entre la Unión Europea y Latinoamérica. La decisión es correcta, así mismo, prudente. Y ojalá esta vergonzosa situación nos haga aterrizar en la realidad. Pero además de acusar de prepotentes a los mandatarios que se opusieron a su asistencia a dicha cumbre, ha declarado que él no tiene nada que ver con la crisis política que se desató en el país, que fue electo por una concurrencia masiva a las urnas, y que su gobierno no deriva del golpe de Estado.

A mi juicio, si Lobo Sosa pretende unir el país, tales declaraciones son un error monumental. Insistir en que él no participó en el golpe de Estado es una falsedad que pocos estamos dispuestos a creer. Su participación tuvo un impacto muy grande, pues su posición como candidato a la presidencia y líder indiscutible de uno de los dos partidos mayoritarios, lo colocó en una posición privilegiada para mediar en la crisis. Pero Pepe decidió esconderse, dar declaraciones vacías y evadir compromisos; olvidando que su compromiso con el pueblo hondureño era más importante que cualquier “prudencia” política. Para su fortuna, ganó las elecciones. ¿De carambola? Por supuesto. Ganó como consecuencia del castigo que los liberales infringieron a su candidato, acusado y condenado sin remedio, por ser “golpista”. Esa es la realidad, y no puede haber dos realidades. Si Pepe tuviera la humildad para aceptar que es Presidente de Honduras por obra y gracia del golpe de Estado: habría dado un gran paso. Obviamente, ante tal confesión habría muchos poderosos halándose los pelos y rasgándose los armanis, dispuestos solo dios sabrá a qué. Pero quizá sea mucho pedir. Como es mucho pedirnos que creamos el mito de la asistencia masiva a las urnas.

Puedo pecar de necio, pero creo importante recordar que Lobo Sosa —recién electo— se lavó las manos, e hizo mutis, cuando en uno de los actos más bochornosos que han cometido nuestros políticos a través de toda la historia del país, los diputados ratificaron, con saña, el golpe de Estado. Pepe actuó tal y como lo venía haciendo después del “golpe”: con mucha “prudencia” política, intentando mantener a los depredadores y los carroñeros alejados de sí mismo. Pero es innegable, cuando ha habido voluntad política, en este país se ha hecho prácticamente cualquier cosa, sin importar nada más.

El Presidente de la República, no puede cometer el error de creer que los hondureños vamos a seguir aceptando las verdades mitológicas que la posición oficial y los medios al servicio del statu quo intentan vendernos. Y me pregunto cómo se puede acusar a los presidentes de otros países de arrogantes y prepotentes, si la falta de una verdadera visión de país y los compromisos con los verdaderos poderes que manejan la realidad hondureña, son los que realmente sitúan a nuestro Gobierno bajo la lupa de la duda, la sospecha y la desconfianza del mundo. Si no es por el apoyo estadounidense, a estas alturas, los países que habrían reconocido al Gobierno se contarían con los dedos de una mano.

El periplo de Lobo Sosa procurando la restitución del país en el concierto de los países civilizados —esto sin soltar, ni por un segundo, la mano de Washington— es sin duda algo que tiene que hacerse, puesto que la crisis económica arrastra diariamente a miles de compatriotas hacia la miseria, y es urgente entonces reactivar la economía, porque no se vislumbra otra solución inmediata.

Por otro lado, recibimos señales inequívocas de que el Gobierno no está dispuesto a hacer mucho para restituir este país a sus verdaderos dueños, los hondureños, cuya mayoría es pobre, y sufre en su cuerpo la desgracia de ser ciudadanos de cuarta clase, sin oportunidades claras, ni verdadera participación en sus destinos.

Desde afuera, todo esto resulta obvio ―prístino―, y por lo tanto, no es lógico esperar que nos traten con respeto.

Cómo se puede acusar a mandatarios extranjeros de estar castigando al pueblo de Honduras, cuando en el Gobierno hondureño funge como funcionario privilegiado, un militar que ejecutó un golpe de Estado condenado al unísono por el mundo entero; cómo podemos crear más controversia entre la comunidad latinoamericana, si es en nuestro país que se militariza Aeronáutica Civil, la Marina Mercante y Migración y Extranjería. ¿O es que ya olvidamos los muertos, los torturados, las mujeres violadas, los desaparecidos, el cierre temporal de medios de comunicación, los toques de queda alevosos, el uso excesivo de la fuerza o la ley que se intentó imponer —y se utilizó— para arrebatarle a los hondureños derechos constitucionales sagrados? Hay que asumirlo, no podemos ver la viga del ojo ajeno, si en nuestra propia tierra, acercándonos a un año del “golpe”, se asesina periodistas y se coarta la libertad de expresión como si viviéramos en un absolutismo despótico. Cómo osamos hablar de la intransigencia de los demás, cuando en el Gobierno de Honduras se despide a funcionarios de todos los niveles por simpatizar con la Resistencia, o simplemente por oponerse al golpe de Estado. En fin, no me explico cómo se pretende llevar a cabo una estrategia seria para unificar a los hondureños, cuando la persona más visible detrás del Plan de Nación [que no es más que una farsa] ha participado y participa activa e interesadamente en la consolidación del golpe de Estado, y en negocios de alta rentabilidad cuyo cliente es el mismo Estado.

Es necesario aceptarlo, ciudadano Presidente, el estatus de cavernícolas y salvajes que nos hemos ganado mundialmente, no será fácil de borrar, —porque los gringos son muy poderosos pero no son dioses—. Se debe tomar distancia de todo lo que tenga que ver con el golpe de Estado, e iniciar una campaña contundente contra las violaciones a los derechos humanos, y especialmente, por la exposición que implica, contra las transgresiones a la libertad de expresión. De otro modo, este período presidencial estará plagado de sinsabores como el de la cumbre con la Unión Europea, más crisis, más caos y un creciente reclamo popular. Si el Presidente de Honduras no escucha al pueblo, y de una manera honesta y valiente hace lo que demanda su investidura —Comisión de la Verdad, o no—, no tendrá ninguna justificación para quejarse, ni para esperar respeto, reconocimiento o admiración de nadie; y sólo engrosará la larga lista de gobernantes mediocres que ha parido esta patria. «Parece que la camisa de presidente de una nación del tercer mundo, es demasiado grande para los que no están dispuestos a entregar la vida por su pueblo.» Amén.

Fuente: Vos el soberano


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