martes, 4 de mayo de 2010

Hugo Llorens

Efrén D. Falcón

Sin duda, las recientes palabras del Embajador Llorens ante los alcaldes del país, contienen varios mensajes dignos de ser comentados. Hizo una especie de recuento retrospectivo de los hechos que pusieron a nuestro país en una palestra internacional, tristemente, negativa. En este recuento destaca la una condena contundente al golpe de Estado de junio pasado: «…mi Gobierno fue firme en nuestra creencia de que la ruptura constitucional fue un retroceso para la democracia en Honduras, y en ningún sentido justificable.» Este mensaje, por sí solo, bastaría para escribir una tesis. Llorens habla sin contradecir, en ningún momento, las actuaciones oficiales del gobierno que representa. E insiste en que su gobierno siempre actúo con conocimiento de causa y consciencia —«… que quede claro que durante este tiempo no andábamos caminando a ciegas.»—, antes, durante y después del 28 de junio de 2009. En nuestro país todavía hay personas que no saben qué fue lo que pasó, e increíblemente, se preguntan si lo ocurrido fue golpe de Estado o una sucesión constitucional que no existe, desorientados y mal informados por los medios de comunicación prevalecientes. Cuando el Sr. Llorens nos recuerda que «… de hecho, ningún país del mundo reconoció el cambio de régimen producido el 28 de junio.», no hace otra cosa que reafirmar, de manera tajante, el carácter de ilegalidad universal de la asonada mediático-militar-empresarial-religiosa que hundió a nuestro país en la crisis política y económica que actualmente vivimos. Quiero destacar que es imprescindible que aprendamos a llamar a cada cosa por su nombre, y es una prioridad olvidar el cinismo, las máscaras, y la tergiversación que solo la ignorancia, o motivos altamente egoístas, nos pueden hacen practicar.

El discurso de Hugo Llorens, muestra el doble rostro proverbial con que la diplomacia norteamericana ha enfrentado siempre las complejas circunstancias de sus vecinos menores de las américas. Una cosa es lo que ellos plantean en público, y otra, muy diferente, es la que ejecutan con toda la parafernalia abrumadora que los respalda. Llorens acusa a Zelaya Rosales de errático, de imprudente y de actuar para polarizar, e incluso, de haber criticado a su país. Pero no se atreve a mencionar las verdaderas afrentas que Mel urdió —aunque subyacen sigilosas en su discurso—, como la importación de combustible desde Venezuela, a precios y condiciones convenientes al país —en desmedro de transnacionales de capital estadounidense—; el posible desmantelamiento de la base militar norteamericana de Palmerola; o la suspensión del estatus de expulsado que ostentaba Cuba en la OEA, antes de la XXXIX Asamblea, celebrada en SPS el año anterior, entre otros. Pero la realidad unilateral de la diplomacia norteamericana regional quedó evidenciada, incuestionablemente, cuando después que se firmó un acuerdo sujeto a interpretaciones encontradas, y escrito con el espíritu de una póliza de seguros, el representante del gobierno estadounidense para la región, Thomas Shannon, declaró que las próximas elecciones hondureña eran necesarias y legales —fruto de una negociación previa con las fuerzas de la derecha dura estadounidense en donde Honduras salía sobrando—; creando así las condiciones para que se disfrazara el golpe de Estado con un nuevo régimen, electo en un ambiente militarizado, marcado por violaciones constantes y flagrantes a los derechos humanos, por una libertad de expresión en entredicho, por un tribunal electoral constituido por magistrados afines al golpe de Estado, y por la ausencia, casi absoluta, de observadores imparciales.

Por desgracia para los hondureños, ese es el origen del gobierno actual, que terminó por imponerse como nuestro nuevo gobierno democrático, siguiendo al pie de la letra las instrucciones emanadas desde el Depto. de Estado y otras agencias y entes que se suponen al servicio del gobierno de Washington.

Hugo Llorens defiende y apoya, con vehemencia, al gobierno de Lobo Sosa. En su discurso ha reiterado el soporte que brinda su gobierno a la gestión del nuevo mandatario hondureño, ha ensalzado su labor y ha dejado claro que su gobierno está de acuerdo con la gran mayoría de las acciones que Pepe ha emprendido. Pero no menciona, Mr. Llorens, lo qué significa el nombramiento de una de las dos cabezas más visibles del golpe de Estado como Gerente de la Empresa Hondureña de Telecomunicaciones, o el nombramiento de militares para dirigir la Dirección General de Migración y Extranjería, Aeronáutica Civil y la Marina Mercante.

Definitivamente, leer las palabras de Hugo Llorens nos deja claro que los fondos urgentes que requiere nuestro país para reactivar su economía, llegarán, tarde o temprano, y solo es cuestión de tiempo. Por otro lado, es de dominio público que Don José Porfirio ha dedicado su mayor esfuerzo a la reinserción del país en el mundo civilizado, y a tratar de generar el flujo económico internacional de que dependemos tan profundamente.

Llorens reafirma que Lobo Sosa no está solo en esa labor, y trata de hacernos ver la enorme ayuda que su gobierno presta para la protección de los derechos humanos, la consolidación de la democracia y la implementación de una gestión transparente en todas las instituciones del Estado hondureño. Llorens habla como un amigo de Honduras, y sería difícil cuestionar la amistad del gobierno norteamericano con su vecino del tercer mundo, que de manera destacada le ha servido, ciegamente, durante más de un siglo.

Pero hay cosas que no podemos soslayar. Nuestro buen amigo del norte actuó, actúa y actuará siempre de acuerdo a una agenda que prioriza, por sobre todas las cosas —y digan lo que digan—, sus intereses. Y esos intereses son, a la postre, económicos. Y tenemos que aceptar que esos intereses son tan grandes, que el cuentito de la democracia hondureña y del verdadero bienestar de los hondureños, se vuelven prioridades de cuarta o quinta categoría para el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. Y son esos intereses, los que verdaderamente condicionan acciones que algunos ciudadanos comunes y corrientes —y otros, no tan corrientes—, vemos como inentendibles, pero que en realidad son perfectamente compatibles con la verdadera naturaleza del interés que las origina.

Visto lo anterior, por ahora —que quede claro—, no nos queda más que brindar por el procónsul de la gran potencia, y desearle suerte, porque sea como sea, consideraciones morales, políticas e históricas aparte, necesitamos que esta economía se vigorice; y que todos los hondureños tengamos oportunidades de trabajo; mientras hallamos la manera de a participar activamente en las decisiones importantes del país, de las que hemos sido apartados siempre; y de ponernos de acuerdo para cambiar esta realidad de país paria, que hundido en un empobrecimiento artificial de las mayorías, no ha podido encontrar la manera proyectar su camino hacia un futuro mejor. «Haz bien y no mires a quién, sobre todo, si eres del G-8». Amén.

Fuente: voselsoberano.com



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