Por Ricardo Ribera
En cualquier democracia normal quienes aspiran a la Presidencia son militantes de un partido, generalmente con una larga trayectoria en el mismo ya que es la forma como usualmente se hace una carrera política. Tanto en Estados Unidos como en países europeos, considerados como modelos de democracia política, sería inconcebible que el presidente no fuese miembro de un partido político. Es más, casi siempre es también el líder de su instituto político, al menos desde que surge su candidatura hasta que culmina su mandato. Puede haber luchas internas en el partido de gobierno, sectores que se distancian o critican la labor del Ejecutivo, pero nunca al grado de poderse confundir con la oposición. Lo mismo el gobernante: puede llegar a acuerdos con la oposición, pero jamás en maniobras contra su propio partido. Eso sería cometer suicidio político.
En El Salvador, bien sea por inmadurez política, bien sea por afán de originalidad, las cosas funcionan distinto. Calificamos de democrático a nuestro sistema político, pero debe reconocerse que nuestra democracia de “normal” tiene muy poco. Desde años anteriores se venía insistiendo en que la población aceptaría votar por el FMLN sólo si éste llevaba de candidato a un independiente. En 2004 el Frente hizo todo lo contrario, buscó la presidencia con un líder histórico, Schafik Hándal. Y perdió. En cambio Arena buscó su candidato en la cúpula empresarial y optó por Elías Antonio Saca, alguien sin mayor pasado en el partido. Y le resultó. Por eso, para las elecciones de 2009 el partido de izquierda se había convencido de que, para asegurar el triunfo, nada mejor que un candidato ajeno al partido y con popularidad propia. El comportamiento del electorado y los analistas políticos así lo aconsejaban. Y el resultado electoral pareció confirmarlo. Fue acertado.
¿Fue realmente un acierto? Al día de hoy, en las filas del FMLN este interrogante encuentra respuestas variadas. Los desencuentros entre el presidente y su partido se han ido acumulando, cada vez más graves. Durante los primeros meses las diferencias eran más bien por matices, de importancia simbólica, como ciertas descalificaciones presidenciales a funcionarios del Frente. Mauricio Funes se desmarcaba de quienes pronosticaban que sería un mero títere de la cúpula partidaria. También imponía su propio acento, por ejemplo, de una mayor cercanía con Lula que con Chávez. La controversia era entre una estrategia para el corto plazo – los cinco años de este gobierno – diferente a la de mediano y largo plazo del partido: era comprensible y no preocupante. Ni a uno le interesaba abrazar el ideario y horizonte estratégico del partido, ni a éste quedar limitado a las tareas y retos de la primera etapa del cambio.
Pero desde fines de 2009 y lo que llevamos del presente año, los temas y contenidos de las diferencias son de mayor calado. Al distanciamiento con Venezuela y los países del ALBA se ha sumado una cercanía, excesiva para el partido de izquierda, con el presidente Obama. Agudizó la controversia la postura gubernamental frente a la crisis de Honduras. Si la prudencia inicial era comprensible, no lo ha sido que el mandatario salvadoreño se haya convertido en el valedor principal del gobierno de Porfirio Lobo y de su pretensión de verse reintegrado en la comunidad internacional. Para la izquierda no es aceptable, pues se da en medio de una criminal represión de opositores, con el ex-presidente Zelaya en el exilio, mientras los golpistas siguen sueltos y sin castigo. A pesar de los esfuerzos estadounidenses por lograr su reincorporación Honduras sigue fuera de la OEA. La docena de países agrupados en Unasur forzaron su exclusión de la reciente cumbre Unión Europea/América Latina. La postura de Funes coincide, no con la de Lula, sino con la de Hillary Clinton. En el país, la derecha y la ANEP le aplauden por eso, mientras el movimiento social, sindicatos, iglesias y ONGs repudian esa actitud.
Fue desconcertante en febrero la destitución fulminante de la Secretaria de Cultura y de su equipo de directores. Más lo ha sido la renuncia del Ministro de Agricultura en mayo, acompañada de graves acusaciones al presidente de estar impulsando oscuros pactos legislativos con partidos de derecha a cambio de cederles que hagan clientelismo con el reparto de paquetes agrícolas. Los desmentidos del presidente no han aportado claridad, ni pruebas, que permitan despejar las dudas. Tampoco ayudó a sostener la confianza de la izquierda efemelenista aquella desafortunada declaración presidencial, no corregida, cuando dijo “a mí no me interesa perseguir a los corruptos”.
Más grave ha sido, sin duda, que el presidente se negara a sancionar las reformas a la Ley del RNPN, aprobadas por los diputados del FMLN con el apoyo de los de GANA. Las observaciones presidenciales le han permitido a la derecha reagruparse como bloque y propiciar una derrota legislativa del partido “de gobierno”, que lógicamente ha dolido. Funes esgrime razones de carácter formalista, cuando el fondo de la cuestión es si se podrá tener un padrón electoral finalmente depurado y evitar que la derecha repita maniobras de fraude como las comprobadas en el pasado. El presidente demuestra desconfiar del partido que lo llevó de candidato, pero exige del partido que confíe en que él hará una buena escogitación, no estando amarrado a una terna. Si no se hace para que la confianza sea mutua, lo único que se comparte es la desconfianza. Es la espiral en la que se ha ido cayendo.
La última iniciativa insólita surgida de Casa Presidencial es el parto del Movimiento Ciudadano por el Cambio, MCC. ¿Para qué y por qué? Es confuso. Tanto insistir en ser el presidente “de todos los salvadoreños” y no de un partido, ni de quienes votaron por él, ahora se convierte en el líder e impulsor de una naciente fuerza política. No importa si partido o movimiento, la aspiración es hacer del MCC una fuerza, un actor con presencia territorial, en competencia y disputa con el propio FMLN. Se afirma que para apoyar al presidente, se dice que para presionar a que cumpla las promesas. Si mantiene la popularidad ¿para qué el apoyo? Si tiene la voluntad ¿para qué la presión? Si no se va a convertir en partido y no competirá electoralmente ¿cómo puede servir a la gobernabilidad?
Lo más grave. La definición ideológica del MCC es no tener definición ideológica. “Ni de derecha, ni de izquierda”, sino todo lo contrario. Sin ideología se carece de horizonte y de referentes para darse un programa que no sea meramente coyuntural. En política la falta de ideología lleva a un solo derrotero: el oportunismo. Se navega entonces al vaivén de las coyunturas. Sin definición ideológica tampoco habrá rumbo definido.
El FMLN tiene experiencia acumulada. También acumuló sabiduría y madurez en sus tres décadas de historia. Tiene organización, disciplina, solidez ideológica, proyecto, visión estratégica y capacidad táctica. Está sorteando con bastante solvencia el complicado escenario nacional. Con la derecha fragmentada y sin perspectiva a mediano plazo, sería fácil si consiguiera una mejor sintonía con el presidente. Falta comunicación ha diagnosticado su secretario general. Es decir, hablar los problemas, pues es obvio que sí hay problemas.
También al presidente le resultaría más sencillo. Pero el mandatario está sujeto a presiones e influencias. También a tentaciones que provienen de su misma personalidad. Tiene potencial para llegar a ser un estadista de altos vuelos. Pero no si se aísla. Si lo hace podría quedar reducido a ser simple personaje de transición. La historia seguirá avanzando más allá de Mauricio Funes y el pueblo persistirá en su ideal de cambio más allá del actual gobierno. Ojalá el presidente se fije menos en los índices de popularidad, que pueden ser sólo un espejo engañoso, y en los cuatro años que le quedan concentre su atención en ser un presidente popular, en el sentido de ser un verdadero presidente del pueblo. El año pasado nació esa esperanza y empezó el cambio. No hay derecho a equivocarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario