viernes, 23 de abril de 2010

Salve César

Para responder alas últimas declaraciones de Roberto Micheleti


¡Salve, César Roberto!
Víctor Manuel Ramos

-Qué gigantes –dijo Sancho.
-Aquellos que ahí ves –respondió su amo-,
de los brazos largos, que los
suelen tener algunos de casi dos leguas.
-Mire vuestra merded –respondió Sancho- que aquellos que ahí se parecen no son gigantes,
sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen
brazos son las aspas, que, volteadas del viento,
hacen andar la piedra del molino.
Cervantes.


El firmamento del altar de la Patria tiene una nueva estrella. Un nuevo astro que amenaza con sustituir, de opacar por completo a los otros héroes que lucharon por la independencia de Honduras. Y no sólo eso, como realmente a este nuevo cuerpo fulgurante se le ha nombrado Primer héroe del siglo XXI, quedan en precario las figuras de Bolívar, San Martín, Artigas, Sucre, Morazán, Morelos, Washington, Martí, Che Guevara, cuyas hazañas libertarias empalidecen frente a la epopeya protagonizada por el nuevo semidios de nuestra historia.
Este personaje ejemplar ha sido ungido por el sumo sacerdote Fito Facusé, en agradecimiento eterno por la entrega de 250000 dólares estaunidenses, pertenecientes al pueblo chuco, para hacer loby en un país cuyas autoridades le han retirado la visa de entrada, y por haber rescatado, a esta ultrajada Honduras, de la posibilidad de caer en manos de las turbas delincuenciales que constituyen el pueblo hondureño. Con este acto de reconocimiento eterno, de justicia patriótica pura quiere recompensar a Roberto Micheleti por haber derrotado, en batalla sin igual, en la verdadera y auténtica madre de las batallas, a Hugo Chávez Frías.
Hombre modesto, despojado de cualquier prepotencia y afán de sobresalir, Roberto se ha presentado a recibir la investidura de héroe nacional con toda humildad y ha evitado la rimbombancia de los redoblantes y los clarines, las ovaciones clamorosas del pueblo embelezado inundando las calles para venerarle, las inmaculada presencia de las vestales de Camisera Blanca, las ceremonias apocalípticas presididas por el Cardenal y la misma Virgencita de Suyapa en uniforme de gala chafarotil, el fatuo del desfile militar de la victoria para presentar a los vencidos, a los prisioneros de guerra que les espera la esclavitud de por vida, los despojos de los aviones derribados a las fuerzas enemigas, las chatarras de los tanques destruidos a los invasores, las naves y submarinos torpedeados y hundidos sin misericordia, los uniformes raídos de la soldadesca que osó pisotear la soberanía nacional, los estandartes arrebatados a los invasores, pero sobre todo, al
Jefe de los Malvados, al destructor de la democracia y enemigo jurado de los sacrosantos, al transformer que parecía invencible, al mero comandante, atado con cadenas de pies y manos, Hugo Chávez Frías.
Deslucidas aparecen frente a la envergadura de esta heroicidad las batallas de Maipó, de Carabobo, de La Trinidad, de San Pedro Perulapán, de Las Charcas,….
Tampoco, Roberto ha hecho gala de su pensamiento sin par. Su humildad no le ha permitido hacer resaltar su grandiosa ideología, cuyo postulado fundamental plantea el qué hacer para salvar al pueblo de ser conducido a una auténtica democracia, la intervención militar, el asalto a la vivienda del Presidente Constitucional, como primera escaramuza en la batalla de las batallas, con el abuso desproporcionado de la fuerza, para ponerlo, en pijamas, en un avión que, pasando por Palmerola, lo lleve al exilio, para falsificarle, acto seguido, la firma en una renuncia falsa. Será tarea de la República, publicar en piel de cordero y con letras de oro, toda la sabiduría que ha rezumado este estadista y bizarro guerrero sin parangón, para que las generaciones futuras tenga en cuenta lo que ha dicho y que me resisto a no citar: “cualquiera que trate de hacer algo diferente volveremos a hacer lo mismo, contra cualquiera que piense diferente a nosotros”.
Aleluya, Platón redivivo, re-escritor de La República en su versión del siglo XXI.
El Senado, vaya afán mío, quiero decir el Congreso, no quiso quedarse atrás y recibió, en pleno, de pié y con un atronador aplauso, al César contemporáneo, laurel en la cabezota y medallas por doquier (con doble propósito: mostrar sus honores y para que sirvan de chaleco antibalas). Los elogios provinieron del Presidente del Congreso quien destacó, de Roberto, su “vocación democrática y el liderazgo natural”, que demostró al apoderarse de la conducción del partido de los cheles y de la Presidencia de la República, a pesar de haber sido derrotado contundentemente en las elecciones internas de su Partido.
Los sabios legisladores, sabedores de que la mala hierba nunca muere y que el espíritu del mal de Chávez podría revitalizarse, regenerarse, reciclarse reinjertarse reclonarse y recobrar todas sus capacidades de enemigo jurado de esta democracia ejemplar catracha, como sucede en las películas de muñequitos, y para preveer cualquier riesgo en la vida ejemplar de este nuevo Santo de la Patria, en otras palabras: por si las moscas, le ha otorgado pensión vitalicia y resguardo también de por vida, para que, al fin y al cabo no podemos pedirle peras al olmo, si la amenaza volviera a hacerse realidad, sean los valientes reservistas, también vencedores de mil batallas, sobre todo contra los salvadoreños que nos invadieron y que fueron expulsados del suelo patrio por la OEA, quienes enfrenten al enemigo. Con tanta gloria Roberto merece no trabajar nunca más y dormir tranquilo protegido del espíritu del mal encarnado en Chávez
(Los que no le dejarán dormir, pues para eso no hay antídoto, son los mártires de la Resistencia).
Y como cualquier apoteosis es poca para recompensar el alto riesgo en que ha puesto su vida el adalid de la gran batalla de este siglo, y ya que, gracias a su intervención, no fue posible que Zelaya se perpetuara en el poder apoyado por las masas populares, él se cobija en el Estado Mayor Conjunto, y sus áulicos compañeros de Cámara legislativa le proclaman parlamentario eterno –pienso yo que innecesariamente por cuanto ya tenemos una constitución pétrea, que no puede ser cambiada ni por él, ni por el pueblo soberano. Queda, para el nuevo Congreso, amnistiarle sus delitos y nombrarle, todo honor es poco, Emperador.
¡Salve, César Roberto!


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