viernes, 23 de abril de 2010

Reforma agraria

Cuando asumí como ministro-director del INA en 1998 quise hablar con funcionarios y técnicos del Ministerio de Agricultura sobre reforma agraria; ¿reforma agraria?, me respondieron con un rictus de reprobación y mofa, pero si ese es un programa que corresponde al pasado; es un programa totalmente fracasado.

Mi formación me decía con toda certeza que el equivocado no era yo, eran ellos, formados en la escuela Norton, el técnico que vino en 1991 a asesorar al gobierno sobre la reestructuración del sector agrícola para hacer de él, según proclamaba la jerga oficial, un componente de la economía altamente productivo y competitivo; asesoramiento este que dio por resultado la famosa Ley de Modernización Agrícola.

Técnicos de la FAO y sus publicaciones confirmaron mi punto de vista: la reforma agraria no era ni un programa desfasado mucho menos fracasado; muchos países del mundo encaminaban políticas orientadas a poner fin a un sistema de tenencia de la tierra empobrecedor, en ellos los campesinos habían superado su ancestral calamidad y se habían convertido en constructores de sociedades democráticas; en otras palabras, estaban haciendo reforma agraria.

La Ley de Reforma Agraria emitida en 1975 por el gobierno de las Fuerzas Armadas pudo transformar el agro hondureño en un sector que no solamente promoviera la producción agrícola y dotara al campesino de tierra, financiamiento y asistencia técnica, sino, lo más importante, fuera la base para la construcción de una sociedad democrática y justa.

Lamentablemente, para los mismos gobiernos militares y los civiles que después vinieron, esa ley no fue más que papel mojado: los intereses de la agricultura tradicional, las concepciones pobrísimas de los empresarios, los compromisos innombrables de la cúpula militar y el bipartidismo reaccionario constituyeron la estructura que impidió que se avanzara hacia los grandes objetivos.

El proyecto fundamental del proceso, el Bajo Aguán, fue desbaratado por la acción del gobierno, la tontería de los beneficiarios y la presión de los grandes empresarios del agro, tan pronto llegó la época del neoliberalismo victorioso y del Consenso de Washington.

Lo de hoy y lo que puede estar por venir es producto de una política agraria desastrosa de espaldas al desarrollo; fuimos incapaces de hacer lo apropiado en el momento oportuno y la movilización de hoy nos cobra con creces nuestra falta de visión histórica, nuestros acomodamientos, nuestras complicidades.

Quien crea que en algún momento apagó los fuegos de la demanda social se equivocó, lo del Bajo Aguán es una lección.


Fuente: laprensa.hn

No hay comentarios:

Publicar un comentario