La construcción del discurso oficial de legitimación en Honduras en el contexto del rompimiento al orden institucional nació huérfano y ha permanecido en ese estado hasta nuestros días. Pese a que ha tenido apologistas en el país y fuera de él, salvo raras excepciones como la comunidad cubano-americana en Miami y sus representantes los republicanos nadie ha querido firmar sus adherencias y dar su rostro para apadrinar ese mal parto.
Su consolidación se produjo en el uso desproporcionado de las armas y la consiguiente violación de los derechos humanos. Los entes de control social pese a su monopolio en los medios de comunicación y en las iglesias, universidades y colegios no pudieron persuadir a la población y al mundo de la bonanza que traería la conspiración político- militar del 28 de junio del 2009.
La comunidad internacional conociendo los fundamentos del sistema interamericano se han decantado por rechazar esta conspiración, y calificarla como la apuntan los manuales más elementales de la ciencia del derecho, como una usurpación ilegitima del poder y un golpe militar a todas sus luces.
La conspiración política que se produjo el 28 de junio del 2009, es inconcebible recurriendo a un rudimentario análisis socio-político que nace de un nivel interpretativo básico de las ciencias políticas actuales. Pero es explicable en el marco de un imperialismo que ha perdido cualquier asomo de pudicia y vergüenza histórica, y como en los tiempos absurdos de la guerra fría puja por no perder los espacios geopolíticos, las alianzas estratégicas y sobre todo los mercados donde se fijan los bajos precios, y en donde sobran como hormigueros humanos las manos baratas de los desplazados laboralmente.
Lo de Honduras no fue solamente la reivindicación de la oligarquía local frente a un gobierno de corte popular. La conspiración tuvo el sello de la política exterior de Washington que mueve las piezas de los conflictos al margen del conocimiento y las decisiones del gobierno federal, y se orienta por la lógica y los intereses del imperio.
No puede haber otra explicación por que cuando por un lado los funcionarios del Presidente Barack Obama presionaban para la salida del dictador, éste se desmarcaba con total prepotencia pues sabía muy bien que éstos mandaban a medias, y lo único que podían hacer es quitar visas y denostar nombres, pero que son los otros, los que bajo una presencia ubicua y espectral de rostros y nombres anónimos se encargan de armar guerras, de tirar misiles inteligentes para asesinar niños y deciden sobre la vida y la muerte en Irak, Afganistán y Paquistán, y porque no en Honduras.
El aparato ideológico no tuvo un gran efecto disuasivo por mucho que se trate de decir lo contrario. Los que afirman esto traen como ejemplo la aparente calma en la celebración de las elecciones presidenciales. Pero analicemos superficialmente las mismas: El partido Nacional ganó por un amplio margen. ¿Por qué no ganó las elecciones el candidato oficial del dictador? ¿Qué conclusión sacamos de estos resultados?
Para abordar las respuestas tendríamos que comprender los grandes niveles de cohesión social del partido nacional y su formación monolítica y vertical. En ese partido el punto más alto de la pirámide social esta a mil años luz de la base social extremadamente pobre. Esta constitución orgánica que niega la movilidad política no tiene fisuras, y es inaceptable en su interior cualquier clase de enjuiciamiento que pretenda su reacomodamiento.
De ahí pues, es fácil inferir que el apoyo masivo que tuvo la dictadura se fundó en la base social del partido nacional que celebró cívicamente el resquebrajamiento del partido liberal opositor, y una segura victoria en la contienda electoral. El apoyo pues, estaba signado por el oportunismo electoral y político, y no por la legitimación burda de la defensa de la constitución que fue utilizada, hasta la saciedad por el grupo de hombres y mujeres que usurparon el poder.
El rompimiento al orden constitucional no tuvo sustento jurídico aceptable, y las elucubraciones de derecho que se construyeron lindaban más con la creación de imaginarios jurídicos al margen del derecho universalmente aceptado. Las razones últimas del golpe fueron ideológicas las que tuvieron buena acogida en el interés de las oligarquías locales, que le temen a los cambios y son reacios a aceptar cualquier asomo de reforma aun si las mismas consolidan la reproducción de las relaciones de producción como el aumento a los salarios.
Sin embargo, encontró mayor eco en la política exterior de Washington que cansada de sus fracasos en el sur de América como el rechazo a su proyecto de libre comercio, y la efervescencia de cambios políticos que se destacan por la izquierda, encontró en la pequeña Honduras, en la huérfana Honduras un laboratorio de dimensiones geopolíticas, en primer orden para persuadir a los liderazgos suramericanos que el imperio está dispuesto a recurrir a sus prácticas paleolíticas para recuperar territorios, mercados soberanías y zonas de influencia político-militar.
El mundo unipolar que cosechó la caída del socialismo ruso se está desdibujando en la casi totalidad del escenario latinoamericano, el que ha optado por gobiernos eminentemente populares, y que le han apostado a la nacionalización de los medios y relaciones de producción, y a la protección última de sus recursos estratégicos.
Este panorama desolador para los intereses de Washington, que rechazan de plano la uniformidad del mundo y la unidimensionalidad de la cultura de consumo, es una amenaza latente para la lógica oficial del mundo autónomo de la productividad que por largos años ha sido el mejor recurso para persuadir sin decir una sola palabra y para ideologizar sin recurrir a doctrina o teoría alguna.
La fuerza popular y resistente en Honduras incomoda a Washington porque crea condiciones reales para que en otros países se organicen focos de resistencias, y se opongan a las imposiciones que nacen de su política imperialista, bajo la forma de un grupo de resistencia que se mueve por las aguas de la democracia republicana pero de forma agresiva le da contenidos de profundidad social a su lucha. Además la disidencia no es aceptada en los procesos de producción, y la única que tiene un marco de aceptación es aquella que se mueve dentro de la lógica del sistema capitalista. Sin planteárselo la izquierda hondureña pasó del plano de desnudar la debilidad institucional del sistema democrático a la etapa agresiva de pujar por un nuevo pacto social con contenidos que rebasan la agenda del sistema político inhumano.
La alternativa de los países del sur está teniendo una aceptación electoral ya probada sobradamente en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Sus fundamentos se asientan en propiciar reformas recurriendo a un constitucionalismo social que aborda sin asomo demagógicos las soluciones a los problemas sociales, a la participación popular, a la recuperación de los recursos estratégicos, a la soberanía vista desde la perspectiva de la autonomía económica para no regalar los recursos al capital trasnacional, y la incorporación de los derechos de tercera generación denominados derechos colectivos. Estos derechos abordan la protección a las personas de la tercera edad, a los consumidores, a las minorías étnicas y el respeto a la naturaleza y al medio ambiente y la biodiversidad.
Estas reformas sociales preocupan a Washington porque se alejan de los procesos de productividad, como el modelo superestructural creado en la lógica del capitalismo parasitario para moldear la vida económica y cultural de la humanidad. Estas reformas preocupan sobre todo a Washington porque el dominio cultural que es el que más peso tiene a la hora de moldear conductas y reacciones, y que de forma inconsciente se internaliza en la vida de las personas, puede tener un marco alternativo en la fuerza emergente de la resistencia que va teniendo poco a poco un contenido contracultural de amplias dimensiones.
Fuente: Rebelión
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