jueves, 21 de enero de 2010

A tambor batiente

Efrén Delgado Falcón



Muchos nos hemos visto impelidos a escribir sobre la actuación del Congreso Nacional al cierre de su vergonzoso periplo cuatrienal.

―Terminaron a tambor batiente ―me dijo Indalecio Tuna―. «Sin duda», fue lo único que se me ocurrió contestarle.

Viéndolo desde una perspectiva general, y en retrospectiva, la capacidad que tenía el Congreso para sorprendernos ya había sido agotada. Las leyes redactadas para favorecer los intereses de la élite, las continuas violaciones a la Constitución, la mágica sucesión constitucional, la legitimación de documentos falsos, la complicidad en la violación de libertades y derechos constitucionales de personas naturales y jurídicas, la ratificación infame de todo lo anterior ―y otros desmanes―, son suficientes para ratificar, sin dejar ni la mitad del más ínfimo resquicio a la duda, que el Congreso Nacional de la República de Honduras es una institución de derecho que ha sido convertida en una herramienta afilada para defender, a ultranza, los intereses económicos del grupo de empresarios y políticos que se han adueñado del país. También sirve para que sus diputados aboguen por sus propios intereses, pero eso es secundario.

A decir verdad, el anular la Ley de Participación Ciudadana ―aprobada por los mismos “honorables” en los albores del periodo que termina―; el desconocer el acuerdo que suscribe a Honduras a la ALBA; el otorgar un salario vitalicio para un ciudadano que después de 28 años de ser diputado, coronó su carrera usurpando la presidencia del poder ejecutivo ―recordemos que el pueblo, maligno como es, se lo había negado en las urnas―; y el conceder seguridad de por vida a los funcionarios públicos que por asociación o conspiración han traicionado al pueblo hondureño participando del golpe de Estado, son actuaciones que ya no pueden sorprender a nadie.

Lo que en realidad sorprende es el por qué no dictaminaron, sin mirar a quién, su propia amnistía; el por qué no se dispensaron todo ellos ―los diputados golpistas― seguridad personal, familiar y salario de por vida, hasta por tres generaciones; o el por qué no declararon como la nueva fecha de Independencia Nacional el 28 de junio, para que se celebre cada año con patriotismo, algarabía y todo tipo de derroche. Uno se puede preguntar qué les pasó que no rompieron de tajo las relaciones comerciales y diplomáticas ―in saecula saeculorum― con todos los países incomprensivos, radicales e indignos, que continúan con la necedad de afirmar que en Honduras hubo un golpe de Estado. De ese modo no tendríamos que estarles aguantando su irrespeto y su injerencia continua. Porque mientras el Pentágono y Doña Hilaria estén con nosotros, lo demás sale sobrando.



Lo que diferencia a este Congreso, de sus recientes antecesores, es su valor y su determinación para quitarse del todo la máscara de su abyección, dando así rienda suelta a su anhelo de participar, con alegría, patriotismo y fe, en el golpe de Estado. Tristemente, su artera contribución para defender al país de los poderes diabólicos, será la que propiciará que todas sus actuaciones se ahoguen en la más vil nulidad, debido al estorboso Artículo 3 de la Constitución de la República.

Tendremos que esperar algunos años para poner en orden todo lo actuado en los últimos seis y medio meses por la Secta Golpista, sobre todo si consideramos que el próximo gobierno nacionalista ―incluyendo al Congreso Azul― no hará mucho, quizás no hará ni poco, para atacar en su raíz los verdaderos problemas del país. Si bien los cambios son urgentes, no se puede atropellar.

Entre tanto, ya que la economía anda últimamente tan deprimida, vamos a dedicarnos a fabricar pichinguitos, fotos autografiadas, afiches, agendas, postales, tarjetas de felicitación, pegatinas, pancartas, bulevares a escala, camisetas, gorras, pulseras, calcetines, chancletas, cinchos, pelotas, bolsas, mochilas, “loncheras”, trompos, canicas, llaveros, libros, pasquines, naipes, lápices, almohadillas para “mouse”, sábanas, vasos, pines, relojes pirujos, edredones, cortinas, toallas-playeras, ceniceros, figuras imantadas, anillos, manteles, servilletas, bebidas hidratantes, muñequeras, dijes, gafas, viñetas, estatuas, bustos, y todo tipo de artilugios para explotar la imagen de nuestro novísimo héroe nacional. Será una venta loca. Lástima por los empresarios, que con tanto tino y afán ungieron a tal prócer; pero no estoy dispuesto a compartir los beneficios con nadie, por mucho que otros sean los artífices del heroicidio. Lo que es del pueblo es del pueblo. Amén. «Asinus asinum fricat».
Fuente: Vos el soberano
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