lunes, 1 de noviembre de 2010

Terror a la reelección, ¿por qué?


Es la culpa, el miedo, la impotencia, lo que hace crueles a los hombres”.
Anaïs Nin.

En los Estados Unidos, que ha sido el modelo perfecto para muchos políticos del patio de cómo deben hacerse las cosas, existe reelección. Y nadie está preocupado porque la misma se reduzca a un solo mandato. No, la reelección demuestra que en los Estados Unidos quien triunfe en una elección está prácticamente obligado para hacer de la mejor manera las cosas, pues desde que se sabe triunfador allí mismo está pensando en la reelección, y esto, indudablemente, le obliga a no confrontar las masas y trata de hacer lo mejor para su pueblo.

Si es reelecto, sabe que son sus últimos cuatro años en el poder, y tratará de hacer lo mejor, tanto para igualarse o superarse a sí mismo, como para con una buena labor dejar la posibilidad abierta de que sea su partido a quien le toque sucederlo.

En Honduras, en donde muy pocos políticos están preocupados por cómo quedarán en la Historia, los cuatro años la mayoría los utilizan no como estadistas sino para ver cómo mejorarán sus estadísticas en cuanto a posesiones personales y de grupo. No interesa la patria, no interesa el pueblo. Si fueran siquiera como Nixon que, equivocado o no, sus convicciones no eran de carácter personal sino de cómo él concebía la patria. A los políticos alérgicos a la lectura, pues les recomiendo la película Nixon-Frost, en donde queda un Nixon al desnudo sobre el caso Watergate frente al audaz periodista David Frost. Nixon se sabe perdedor del duelo con el periodista, pero no actúa a la hondureña, de amenazarlo con mandarlo a matar sino que consciente de su fracaso no hace si no reconocer el triunfo de su contendiente.

El expresidente hondureño Ricardo Maduro, de origen panameño, dijo oponerse a la Constituyente, así mismo demuestra terror a la reelección y dice no estar interesado en reelegirse. De esta afirmación sólo puede deducirse de que él mismo no quedó conforme con su mandato, y deja entrever que los votantes lo saben y entonces es más favorable asumir una derrota anunciada que enfundarse en el traje de gladiador y competir con ex presidentes, con el presidente actual, con líderes actuales y los que están por surgir. ¿Saben quién sí hizo esto y contra todas las lógicas del mundo, luego que lo exiliaron, que en su país sus enemigos políticos le denigraran a más no poder, que le tendieran cada trampa y cada amenaza, y regresó y conquistó el voto de su pueblo? Es el presidente peruano Allan García. Y tenga uno la ideología que tenga no puede desconocerse la sagacidad y el ejemplo de García que la peor batalla es la que no se emprende.

He hecho énfasis en lo del origen panameño de Ricardo Maduro no porque yo sea xenófobo, etnocéntrico, ni nada de aquello que desprecia las nacionalidades ajenas al suelo patrio sino para equiparar que Maduro dice que quien se meta con la Constituyente hondureña tiene en él un enemigo, y en el padre Andrés Tamayo, hondureño de origen salvadoreño, tienen un enemigo en él aquellos que atenten contra el bosque o que den golpes de Estado (que equivale a violar la Constitución). Viene la pregunta: ¿Por qué a Maduro se le permite intervenir en nuestra Constitución y a Tamayo se le expulsa si se supone que, ante la ley, están en igualdad de condiciones?

Aquí viene algo muy importante que deberá discutirse en el marco de una nueva Constituyente: ¿Como hondureñas y hondureños ciento por ciento, de varias o quizá todas generaciones, vamos a respetar que los nacionalizados participen directamente en la vida política del país o vamos a hacer una enmienda en la que tienen completamente prohibida esa participación? Cualquiera que sea el resultado debe aplicarse por igual para todos: empresarios, curas, ateos, pobres, ricos, artistas, etc.

Honduras no puede continuar en ese desorden en el que cualquier foráneo, de la ideología que sea, esté por encima de nosotros los hondureños/as. En definitiva una gran verdad que duele, es que la gran mayoría de extranjeros desde tiempos remotos han llegado a esclavizarnos, explotarnos, a que les rindamos pleitesía e incluso a que les aplaudamos cualquier cosa que hagan, aunque sean pendejadas. Pero no es culpa de ellos sino de nosotros porque aun con tanta mala experiencia no aprendemos a sacudirnos lo que nos daña. Para mí tanto Maduro como Tamayo deben de tener toda la libertad de expresarse, de defender sus creencias, de disentir… Eso sí, ni uno más que el otro, o ambos, o ninguno.

En este escenario no sé cómo pensará el padre Tamayo, si favorable o no a la reelección, pero sé lo de Maduro por sus declaraciones. Lo que sí sé con certeza es que Maduro, hondureño de origen panameño, hace lo que le da la gana en nuestros 112, 090 kilómetros cuadrados, y que el padre Tamayo, hondureño de origen salvadoreño, por defender bosques y atajar golpes, fue físicamente, ya que su corazón y espíritu habitan en Olancho, expulsado de nuestra patria que también es suya.

He tomado a estos dos personajes como ejemplo no de forma fortuita, si no para que nos evaluemos como hondureños/as, nos autocritiquemos y que veamos que esta simple comparación nos reafirma la urgencia de cambios en nuestra patria. Ya lo dije antes, en mi artículo que luego de que apareciera en Tiempo se ha reproducido en varios países, Si yo fuera ex presidente (Tiempo 10/10/10).

Washington D.C. 10/31/10.
robertoquesada@hotmail.com

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