Oscar Amaya Armijo
A Juan Domingo Torres, sus amigos le decíamos Juancho, con él compartí cátedra en la Escuela Nacional de Bellas Artes y en el Departamento de Arte de la Universidad Pedagógica Nacional, Francisco Morazán, UPNFM, la última vez que lo vi fue la semana pasada cuando irrumpió en mis clases, solamente para hacer reír a los estudiantes con sus agudezas. Juan cargaba el humor a flor de piel, pese a cualquier dificultad que se le interpusiera en su camino.
Con Juan, Honduras pierde unó de sus más grandes intelectuales. Escritor y crítico de arte, dedicó su vida, con solvencia acádemica, a formar jóvenes en todos los niveles del sistema educativo. Con su partida la EMBA pierde a uno de su más plecaros bastiones y la UPNFM uno de sus académicos históricos.
A Juan lo conocí en la década de los setenta, morral y libro en mano, luchando en el movimiento estudiantil por mejorar las condicines de vida del pueblo hondureño. Él dedicó su vida e intelecto al pueblo hondureño, sin esperar absolutamente nada. A pesar del tiempo trascurrido, nunca cambió sus posturas ideológicas ni las alquiló a nadie. Juan era un rebelde e iconoclasta convencido.
Desde el golpe de Estado contra Manuel Zelaya Rosales, se había declarado resistencia pura, congruente con su vida de luchador por las causas más apremiantes de los desposeídos. Muchas veces lo ví marchando con dificultades en muchas manifestaciones del FNRP.
Por todo esto y más, duele la muerte de Juan. Nos hará falta su aguda conversación diaria en la academia que él tanto amaba.
La vida de Juan, su dedicatoria honrada al cultivo del intelecto y la festinada dedicación a formar jóvenes en el campo del arte, será un ejemplo digno de emitar para nosostros.
Juan, desde ya, forma parte de la historia verdadera de Honduras.
Fuente: voselsoberano.com
Juan Domingo Torres, mi querido amigo, se ha marchado para siempre. Aunque hace varios años no le veía, nunca dejé de admirarlo, porque Juan Domingo era un hondureño humilde, preocupado ante la injusticia y la marginación social que abate nuestro país, y a la vez, un hombre apasionado por el arte y la cultura nacional que ayudó a fomentar desde las aulas de su amada Escuela de Bellas Artes y un conocedor profundo de las enseñanzas de los grandes filósofos, convencido a tal punto que la filosofía de nada sirve en esta vida si no ayuda a curar el sufrimiento humano. Le conocí en San Pedro Sula y las pocas veces que nos encontramos en el transcurso de los años, siempre me dió muestras de su invariable amistad y simpatía. Descansa en paz, Juan Domingo, inolvidable amigo.
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