viernes, 11 de junio de 2010

Los golpistas siguen de cacería

Gustavo Zelaya

Desde tiempos remotos, casi desde 1842 con el asesinato de Francisco Morazán hasta las guerras civiles que se extendieron al año de 1934, la cacería se convirtió en una de los deportes favoritos de las oligarquías centroamericanas, tal actividad se recrudeció durante los años transcurridos entre 1970-1990 con el ropaje siniestro de la doctrina de seguridad nacional diseñada en su totalidad por los Estados Unidos y que costó miles de muertes y desaparecidos. Y no culmina, más bien toma nuevas formas y aparece como combate a la delincuencia, al crimen organizado y a lo que llaman “sedición”. Hablo de la persecución y asesinato de personas opuestas a los poderes establecidos. Es una práctica que dentro de las costumbres de los poderosos proporciona distinción y permite portar con elegancia el smoking respectivo y la pistola europea. Se encuentra en la misma categoría del tenis, del póker o en la compra y venta de acciones en la bolsa de valores de algún centro financiero de renombre. En muchos integrantes de los grupos de poder la muerte de personas sirve como soporte a su personalidad ya que es una muestra de la capacidad de decidir sobre la vida de muchos. Y si no lo hacen directamente, preparan las condiciones necesarias anunciando golpes de estado, publicando campos pagados en defensa de las leyes, apareciendo en foros televisivos mostrando preocupación por la situación nacional o sugiriendo directrices para detener protestas, marchas y huelgas. Este el caso de uno de los intelectuales del golpismo como Federico Álvarez, miembro del Opus Dei, el vendedor de ropa de dormir Juan Ramón Martínez o Pepe Lobo, el continuador del golpe de estado del 28 de junio. Todos ellos miembros activos de la misma mara del 28 de junio; los depredadores del siglo XXI dirigidos por Miguel Facusse, su parentela y socios en el saqueo de los recursos nacionales.

Esta variedad de la cacería, la que utiliza sicarios y cualquier instrumento militar o mediático, que reprime, asesina, toletea y levanta cercos de fuego alrededor de las radios comunitarias y de los centros poblados, es uno de los rasgos distintivos de la oligarquía local que simula gestos democráticos según la coyuntura, inclinan con fervor su cabeza en los altares de las iglesias y las capillas, reciben y dan palmaditas a los jerarcas eclesiásticos, gritan con histeria a favor del país antes de emprender prácticas sangrientas contra sus opositores. Muchos de ellos deben imaginarse en pleno safari ahora que andan por Sudáfrica. Ejemplo de ese estilo político macabro y fundamentalista se encuentra en los nuevos cuadros de la derecha como Ricardo Álvarez y otros jóvenes de pensamiento envejecido del gabinete de Pepe Lobo, los humanistas cristianos ligados al Opus Dei y a sectas parecidas, que se han de sentir felices como nuevos practicantes de ese deporte. Coinciden con supuestos liberales como Ángel Saavedra, Marlon Lara y la portadora de cartas falsificadas, Marcia Villeda, se han dado a la tarea de profundizar la crisis iniciada por ellos el 28 de junio de 2009. Los cazadores coparon los puestos claves de la administración pública y siguen con sus ejercicios corruptos asegurando contratos y todo lo que significa el tesoro nacional, con la natural complicidad del gobernante en turno. Más de lo mismo.

Recrean la vieja consigna del terrorismo, de la necesidad de eliminar cualquier forma de oposición a su régimen, han identificado que la oposición más dañina para sus intereses es el movimiento del pacifismo activo y militante encarnado en el Frente Nacional de Resistencia Popular, una forma de resistencia mucho más peligrosa que los movimientos armados. La represión desatada desde hace casi un año utiliza al sicario para sus crímenes, asesina inocentes, siembra el miedo y trata de enterrar cualquier esperanza para inmovilizar y generar desconfianza en la Resistencia. La cacería emprendida por la derecha más reaccionaria se apoya en fundamentalismos religiosos y en pensamientos únicos para ocultar la realidad, en tal sentido exigen que marchemos juntos en la misma dirección, que olvidemos el pasado y que las naciones sean justas con el pueblo hondureño. Si acaso eso se lograse con unos procedimientos persuasivos propios de la propaganda y el uso de los medios de comunicación, intentan mostrar un espacio social sin diferencias formales, se creen capaces de eliminar cualquier posibilidad de cuestionar y acabar con el criterio independiente.

Criminalizan cualquier intento de protesta, señalan a la Resistencia como unos cuantos vagos, la vuelven invisible, no la mencionan y la muestran como fuente de desorden. Desnaturalizar, ubicar al enemigo y destruirlo se va volviendo en algo habitual y aceptado por muchos, hasta el grado que ese adversario se convierte en un objeto peligroso que puede ser cazado como animal, o extirpado como cáncer social. El asesino, entonces, se transforma en la víctima autorizado para echar mano de técnicas profilácticas, de salud pública y así el cambio es completo, se convierte en médico, en chaman, en el curador de las enfermedades sociales. Su consigna es la muerte y ya no utilizan camisas pardas o las camisas negras de las juventudes hitlerianas, sino la ropa blanca de la Unión Cívica Democrática, inmaculada y estética que no dañan el paisaje ni la vista y que tiene por misión el mantenimiento y la inmovilidad del sistema, y si aceptan modificaciones, deben ser reguladas, controladas de tal forma que nunca aparezca la brusquedad ni el salto social.

En esta región del mundo, en nuestra Honduras, resuena otra vez el bramido histérico de cabeza de ajo, miembro activo del servicio de pronósticos del planeta de los simios, cuando exclamó que si alguien en el futuro piensa distinto a “nosotros”, le va a pasar lo mismo que a Mel Zelaya. Las amenazas, reales o no, están explicitadas por empresarios, políticos y analistas, y éstos no bromean. Es el terror oligárquico que se pone por encima de toda normativa jurídica y que despliega la violencia sin importar distancias geográficas o límites morales, que no considera el más mínimo respeto a la vida humana. Y este terror no es creación de alguna mente enferma de religión o de extremismos políticos. Aquella bestia que da tres vivas a Honduras y que prefiere atropellar a todos antes de ensayar reformas tibias al sistema, no sólo es cabeza de ajo, ese leviatán monstruoso es una representación de un sistema social que hace de las personas y de todas las cosas simples objetos de intercambio. No sólo es George Bush, Bin Laden o Santiago Ruiz, el de la FENAGH, sus antecedentes ideológicos se encuentran en un sistema social capitalista neoliberal y, especialmente, en el fascismo que utiliza conscientemente y con fines criminales los cuerpos de seguridad y la política del estado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario