sábado, 19 de junio de 2010

El derecho a una nueva derecha

Victor Meza

La frase no era fortuita ni provocadora. Tampoco era original, pero sí muy oportuna en aquel momento justo. Era un domingo y la reunión, casi tertulia inofensiva, transcurría animada en la casa de un diplomático amigo. Entre los asistentes se encontraban los miembros de una delegación extranjera que había llegado al país para conocer más de cerca el curso de las negociaciones que, pocos días después, habrían de desembocar en la firma del llamado Acuerdo Guaymuras o Pacto Tegucigalpa/San José.

Nuestro interlocutor, uno de los “enviados especiales” que nos visitaban, no pareció entender lo que a simple oído parecía más un travieso juego de palabras que una opinión cuerda y meditada. Al final, una vez descifrada la picaresca del código verbal y captado el sentido último de la expresión, no tuvo más alternativa que asentir, entre resignado e impotente, y coincidir con el aserto: en efecto, a juzgar por lo visto y oído, Honduras podía reclamar con suficiente justicia su incuestionable derecho a contar con una nueva derecha.


El comentario había surgido luego que un empresario golpista, con más ínfulas de comensal glotón que de negociador político, había proclamado su abierta oposición a que el general ® Colin Powell, ex Secretario de Estado norteamericano y antiguo jefe de la Junta de Comandantes del Estado Mayor de su país, integrara la futura Comisión de Verificación que habría de vigilar el fiel cumplimiento de los Acuerdos que pronto serían firmados. “Ese no, proclamó el golpista glotón, porque votó por Obama”, provocando un clima de asombro que se fue gradualmente diluyendo entre risitas compasivas y desconcierto burlón. No quedaba duda: con interlocutores así no sería fácil llegar a acuerdos básicos que permitieran el consenso mínimo para empezar a salir de la crisis. El país requería una nueva derecha.

Nuestra derecha local, por aquello de criolla y demencial, parece vivir al margen de la modernidad, divorciada del mundo actual, reñida con la cultura política y, a veces, con la cultura en general. Con las excepciones debidas, y por lo mismo ya de todos conocidas, sus representantes y voceros reflejan una aversión casi enfermiza por la racionalidad contemporánea y el pensamiento moderno. Carece, en verdad, de los intelectuales orgánicos que reclamaba Antonio Gramsci para las clases sociales. Quienes ofician o pretenden oficiar como tales no siempre logran superar la visión sectaria y partidaria, el pensamiento aldeano, la percepción de campanario, el resentimiento, la amargura y, con sospechosa frecuencia, el odio descalificador y excluyente.

Huérfana de una “intelligentzia” creativa y creadora, incapaz de trascender más allá del cuartel y del púlpito, nuestra maltrecha derecha se ha mostrado impotente para procesar, con un mínimo de vocación democrática siquiera, la compleja trama de la conflictividad política y social. Por eso no pudo absorber inteligentemente las tensiones políticas previas al golpe de Estado del 28J, ni fue capaz de diseñar y proponer una agenda básica de reformas viables y urgentes en el obsoleto sistema político local. De alguna manera, el golpe de Estado es la mejor prueba del fracaso mental de la derecha criolla.

Sumergida en una mezcla viscosa de prepotencia e incultura política, la derecha no tiene más horizonte que sus propias ambiciones y aberraciones. Débil en el intelecto, apuesta por la fuerza bruta y opta alegremente por la represión preventiva, selectiva e ilegal, por la intolerancia y la condena, por el rechazo y la exclusión. No admite flexibilidad alguna y reacciona iracunda, casi con materialismo histérico, ante cualquier gesto amistoso o complaciente que el gobierno actual haga o simule hacer en pro de la reconciliación y el diálogo. Quiere que el Presidente sea la continuación intacta del golpismo usurpador, el clon azulado del “héroe micheletiano”, esa especie de asno con garras del que hablaba Martínez Villena cuando se refería al tirano Machado en la Cuba del siglo pasado.

Por esas y otras razones, la derecha criolla es, hoy por hoy, una parte indisoluble del problema y está lejos, muy lejos, de formar parte de la solución. Sus actores principales contaminan el clima de negociación y entendimiento, colocan el palo en la rueda de la concertación y obstaculizan cualquier posible acercamiento. Su objetivo es la crispación permanente y no la solución consensuada. Su meta es el exterminio político de sus adversarios y no el reencuentro dialogante de las partes confrontadas.
¿Qué duda cabe, entonces? El país tiene derecho a una nueva derecha.

Fuente: tiempo.hn - voselsoberano.com

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