martes, 9 de marzo de 2010

MUJERES

A Gladis Lanza, quien

me enseñó a reír frente al miedo

Oscar Amaya Armijo

Qué más da, qué más puedo decir, si una de ellas me cargó en su vientre, vientre dador de vida, santuario. Aún siento el sabor de madre entre mis labios, pues las otras se encargaron de remacharlo en mis entrañas. Allí, en cada rescoldo de mi vida, me tuvieron para hacerme crecer, para ser el que ahora soy. Nada recuerdo de ellas más que el amor; me envolvieron en el manto de su ternura, cuando hubo tiempo para ello. Nada resiente mi cuerpo frente a la mujer, mujer a secas, sin apellidos y preámbulos, sí, mujer sin quejas ni reclamos. Ahora estoy aquí, viéndolas pasar, frente a mi vida, desde mi abuela hasta la última que me tuvo; allí van plenas cargando en sus morrales utopías, sueños inconclusos, rabietas y hasta sufrimientos. Allí van todas las mujeres con su reguero de vida, sembrando esperanzas, allí van de santuario en santuario multiplicando los alientos, inaugurando cuerpos y espíritus, son las infaltables diosas; sin ellas sólo queda el abismo de la soledad, yermo el horizonte. Yo las he visto levantar los anhelos de todos, sin importar que sus vidas se diluyan entre sus dedos, son las heroínas de los ayeres y mañanas. Allí van las mujeres cargadas de valentía, perfilando hombres y revoluciones, allí van, nada las amilana ni los caminos plagados de espinas, allí van las mujeres; una de ellas, dije, me cargó en su vientre, una de ellas me regaló una mujer, carajo, a mi hija Raquel de siete años, la aurora de mi piel. Es la mujer última, por Dios, que ahora me ayuda a resistir, sí, a resistir, hasta los tuétanos.

Fuente: Vos el soberano

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