Aníbal Delgado Fiallos, 18 de marzo de 2010
En Honduras hemos tenido poca discusión ideológica; quienes han pretendido teorizar, lo han hecho no para fundamentar sus tesis o combatir con ánimo constructivo las contrarias, sino para ponderar con exageración, deformar, tergiversar.
Esto revela poca vocación de estudio o de actualización teórica y pobre repetición de argumentos expuestos en folletines vacíos de rigor científico o en conferencias secas de academia.
Se nos anuncia que la historia ha llegado a su fin; que la competencia ideológica ha cesado porque el acaecer mundial ha consolidado un sistema social capaz de prevalecer a través de las edades; que la sociedad humana por fin ha logrado liquidar las fuentes de la guerra, y mientras se parlotea sobre democracia, se proclama como éxito el mundo unipolar: “un solo poder, un solo centro de fuerza y un solo centro de toma de decisiones”.
Esa verbosidad irradiada desde el centro ideológico unipolar, repetida y remachada como para penetrar hasta el tuétano, tiene en Francis Fukuyama, autor de “Fin de la historia y el último hombre”, a su profeta y en el Consenso de Washington su carta de navegar por las aguas del ciclo económico.
En este marco nuestros escritores insisten en que el socialismo es un régimen social difunto desde la caída del muro de Berlín; como tal, arguyen, es un sistema sin nada que ofrecer porque significó destrucción y desesperanza; así, lo único sensato es someternos a la lógica de este capitalismo que nos lleva de crisis en crisis: una condena que a pocos alegra y a muchos angustia. ¿Seremos acaso los condenados de la tierra?
Ni fin de la historia, ni fin de las ideologías, mucho menos fin del socialismo; si en Europa del Este cayó un régimen que intoxicó las ideas fundamentales del socialismo para dar vida a Estados autoritarios incapaces de resolver problemas fundamentales de las sociedades, ello no significa que la esencia de este paradigma sea esa; mucho de lo que en el siglo XX se realizó en su nombre está lejos de su esencia verdadera.
Yo creo, entonces, que el socialismo sigue siendo una posibilidad concreta para nuestros pueblos, que no es cierto que esta posibilidad sea siniestra y amenace los sueños de libertad y bienestar porque no se trata, como explica el padre Casaldáliga, de “repetir ensayos que han significado decepción, violencia, dictadura, pobreza y muerte”, sino de un socialismo nuevo.
Mariátegui, el gran sudamericano, decía por su parte que el socialismo no será calco ni copia, sino creación heroica de los pueblos.
A esto y no a sostener un sistema de injusticias, hay que apostarle.
Fuente: laprensa.hn
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