Gustavo Zelaya
Las negociaciones entre el gobierno del Lobo y los colegios magisteriales hicieron que muchos creyeran que el conflicto podía resolverse, que era suficiente la firma de esos convenios para que todo fuera de mejor forma. Del mismo modo, después de junio de 2009 algunos pregonaron que era necesario participar en las elecciones generales bajo las condiciones del golpe de estado, para arrancarle ciertas conquistas a la oligarquía y ocupar algunos espacios para enfrentar a la derecha en su mismo terreno. Ahora, en estos últimos días de octubre hemos presenciado en qué consiste la calidad de la palabra del grupo gobernante al dejar sin valor alguno los acuerdos urdidos por Corrales, el Lobo y los colegios magisteriales. A raíz de las discusiones sobre el salario mínimo vimos también que no hay diferencia alguna entre el ejecutivo y el legislativo. Son dos caras de la misma moneda golpista. De lo anterior pueden derivarse muchas enseñanzas y una de ellas es que con la oligarquía no hay manera de negociar con claridad y corrección, para cada acuerdo logrado hay una trampa preparada que invalida la “buena fe” de los convidados. Además, no es nada nuevo conocer que con las armas de la legalidad burguesa sólo se obtiene mayor fortaleza y legitimidad para el modelo burgués. Puede haber más experiencias en la historia de las luchas populares y todas ellas pueden rastrearse desde el momento mismo en que se firmó el Acta de Independencia de 1821 cuando se mediatizo el primer intento de liberación nacional, y asoman con mayor nitidez tales enseñanzas con la mentira de los acuerdos San José- Tegucigalpa de 2009 que significaron la trampa más vil y descarada de los golpistas y sus patrones norteamericanos; sin embargo, parece que en muchos hondureños la historia no muestra algo, que no tiene mayor importancia y que de sus lecciones no se aprende nada.
A pesar de las viejas y poderosas luchas sindicales, gremiales, partidarias, contra la injusticia del sistema establecido y la supuesta formación progresista-socialista que algunos pretendemos tener, seguimos siendo buenos portadores de una cultura conservadora que nos empuja a creer, aunque no lo digamos ni lo aceptemos, en las bondades del sistema y en su firmeza jurídica, en negociar contratos colectivos y estatutos profesionales con los que acusamos de golpistas, en la necesidad de la lucha pacífica como el mejor medio de lograr cambios profundos en el sistema burgués y dentro de los límites de este sistema; claro, en el lenguaje político nacional la expresión “cambios profundos” es sinónimo de reformas sociales, económicas o políticas. Para muestra de nuestro radicalismo conservador basta con ver las consignas centrales de la Resistencia y en la que muchos confiamos: Asamblea Nacional Constituyente y refundación del país. Con la primera se pueden crear nuevas leyes para regular de manera más justa la vida dentro del sistema que nos determina, que no es más que el capitalismo; y con lo segundo se va a refundar el capitalismo hondureño sobre unos cimientos tal vez más equitativos y que dignifiquen la vida humana en los marcos del sistema burgués. Si existe otra posibilidad podrá aparecer como consecuencia del desarrollo del capitalismo del siglo XXI. Otra vez, el socialismo sólo se muestra como algo eventual y derivado del sistema anterior. Concebir así el progreso histórico es suponer que los acontecimientos históricos se suceden uno tras de otro en un orden mecánico, muy ordenado, racional, al estilo del siglo XVIII, evolutivo, cuestión que está muy alejada de lo que llamamos dialéctica. Palabra bastante utilizada en las discusiones y en las capacitaciones políticas de ahora y antes, aunque da la impresión que es un elegante recurso retórico, para estar a tono con la jerga de moda y nada más que eso.
¿Habrá pensado alguien en el socialismo como necesidad histórica en Honduras? Y no sólo pensar en un nuevo sistema ¿Alguna vez habremos hecho algo por generar tal posibilidad? De nuevo: se dice eso: socialismo y dialéctica, se debate hasta llegar a la ofensa y el insulto, se habla de profundas transformaciones y aparece explicitado en consignas, programas políticos, en el discurso de la izquierda, en la consigna callejera, etc. Y parece que no es más que una hermosa proclama. Y algunos se matan cibernéticamente por enseñar quién es más de izquierda, se lanzan explosivos y misiles virtuales para demostrar que se es trotskista o estalinista. Y el edificio completo del sistema económico hondureño sigue incólume. Mao, Fidel, Lenin ya no les importa mucho y no digamos la infaltable camiseta negra o roja con la imagen para cada ocasión, y el grito, la consigna incendiaria, la agresión a la persona, todo ello ha sustituido a la polémica enriquecedora y a la discusión teórica; mencionar a Hegel sería pecado mortal, la descalificación absoluta y significaría ser bautizado como un liberal pequeñoburgués; Y Gramsci, suena bien ¿Se acordará alguien de Marx?
Y así, en toda esa simulación de cuestionar ideas la censura y la autocensura persiste, la insistencia por debatir aspectos teóricos se descalifica por ser meras fantasías intelectuales y la estructura golpista se mantiene intacta, el sistema capitalista se recrea y sostiene a pesar de la crisis general que parece afectarlo. La arremetida de la oligarquía sigue sembrando cruces y bañando en sangre cada rincón del país, el dinero dura muy poco, la comida se encarece y los voceros más reaccionarios de la oligarquía atacan a la Resistencia Nacional con la pluma y el garrote. Parece, pues, que la crisis que marca el momento actual afecta todo el tejido social y ello provoca que los temas de coyuntura, a veces viscerales, se conviertan en lo principal, mientras que lo fundamental ni siquiera merece ser mencionado o se le toca de pasada, para que se crea que estamos en sintonía con todos los acontecimientos.
En toda esta situación generada por la crisis se señala a la Resistencia Nacional de amorfa y carente de principios definidos, algo puede haber de eso. Pero no se puede esperar más de una organización muy nueva, que está en proceso, que no llega todavía a la madurez esperada, en donde no se ha logrado desarrollar eso que se llama identidad, en parte por la diversidad que la llena y por el hecho de que sus dirigentes se han visto obligados a estar en el Frente y en su organización gremial. Es decir, a lidiar con personas que no aceptan ser parte de la Resistencia y que sin embargo se benefician de las pocas conquistas que los responsables de los sindicatos y los gremios profesionales arrancan a la oligarquía, en largas y costosas negociaciones. La cuestión es complicada y no podría examinarse sin tomar en cuenta ese elemento conservador que ha puesto su sello en nuestra conciencia.
Las costumbres burguesas están bien afincadas que no es raro que alguien afirme que la crisis nacional es un producto de la pérdida de “nuestros” valores, que muchos carecen de valores, que hay que rescatar esos valores y “nuestra identidad”, que esos valores se demuestran venerando a los símbolos patrios y respetando las autoridades. Es bueno darse cuenta que no sólo está en la coyuntura el golpe de estado, el salario mínimo, los estatutos profesionales, la salvaje represión que ha provocado muerte y expatriación, también está en entredicho qué tipo de valores vamos a defender y a crear, qué principios morales nos van a guiar, y en esta lucha política, ideológica, cultural, en este conflicto de clases, la oligarquía hasta ahora ha tenido la ventaja de contar con su prensa que trabaja cada día por combatir los valores de la Resistencia y por solidificar la moral burguesa; siempre tratará de no mencionar en ningún momento cómo se ha distribuido la gran propiedad; en manos de quién se encuentran los medios de producción, quiénes son los que controlan las relaciones comerciales y a los partidos políticos tradicionales, en ocultar cómo se ejerce el dominio con la fuerza bruta y los medios de comunicación, en no mostrar la forma con que el imperio norteamericano diseña y dirige el poder económico, político y cultural en nuestro país. Una de las armas preferidas de la reacción oligárquica, valga la redundancia, consiste en desplegar discursos triviales, contradictorios, que también contribuyen a reforzar su poder ideológico y económico. Y de ese modo siempre proponen que las puertas del diálogo están abiertas, que no hay que ser intransigentes y que organizando comisiones negociadoras todo puede resolverse.
Del mismo modo, tiene sus provocadores y sus gestores de diálogos, de divisiones, de estériles debates, de hacer creer que la discusión fundamentada no conduce a nada y que es mejor el insulto y la ofensa que pone en su lugar a los débiles, y así se va sembrando el camino que conduce a las reformas tan preferidas por la derecha y por alguna “izquierda”. Es posible que por medio de ellas se arranquen concesiones a la oligarquía y que sean necesarias en el momento actual, pero es importante saber cuáles son las limitaciones que tienen y que tenga que llegar el momento de continuar por una ruta que supere el reformismo y que haga posible el surgimiento de elementos más democráticos en la sociedad hondureña, fundada por otros valores que nos hablen de solidaridad, afecto, equidad y respeto absoluto a la vida humana.
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