Efrén D. Falcón
Como hondureños,
algunos somos más gringuistas que los gringos,
or don yu wantu espic inglich?
Indalecio Tuna Trauber
Resulta interesante leer y escuchar la variedad de puntos de vista que ha suscitado, en los últimos días, el tema de la Asamblea Nacional Constituyente. Escuchamos a diputados influyentes, alcaldes [o ex alcaldes] que presiden partidos políticos, comisionados des-comisionados, liberales reaccionarios, nacionalistas progresistas [por muy contradictorio que resulte], empresarios asustados, periodistas de toda laya, etc., etc., incluyendo a los infaltables illuminati.
Como se podía prever, hay opiniones de todo tipo: las pro, las contra, las ultra-contra, las vacuas, las inentendibles, las pre-pagadas, las post-pagadas, las doctas, y nuevamente etcétera.
La realidad difícilmente es plana, y mucho menos sencilla, aunque suele parecerlo, sobre todo a simple vista, pero una cosa resulta cierta: ninguna constitución será capaz de cambiar un país, por sí sola. La ley no basta, nunca ha bastado. Sin la participación comprometida de los individuos que conforman una nacionalidad, construir un camino hacia el bienestar general es tan utópico como el frustrado sueño de los alquimistas.
Lo que sucede con la “constituyente” en nuestro país, es que se ha ido convirtiendo, a partir de la ruptura constitucional, en un símbolo de cambio. La “constituyente” es percibida entre grandes sectores de la hondureñidad, no solo como el paso necesario para reanudar la vida institucional democrática rota, sino que representa el rechazo absoluto a un statu quo, político, económico, y social que se ha vuelto insostenible, por los pobrísimos resultados que su fachada de vida democrática de casi tres décadas le ha dejado al país. Y sucede que una realidad, como la necesidad imperativa de buscar la legalidad, al rehacer lo roto, se puede ver superada por un símbolo enraizado en el imaginario popular.
Por tanto, todas las discusiones sobre legalidad de la consulta popular, o de un pueblo a manifestar, hacer sentir y decidir sobre su futuro [impensables en una sociedad civilizada] resultan verdaderamente irrelevantes, ante la presión social que esta necesidad puede desencadenar, porque la ingobernabilidad está a la vuelta de la esquina. Es por eso que Lobo Sosa, mostrando dotes de político curtido, se ha dedicado a ir desarticulando, una a una, las banderas de lucha de los sectores populares. Entonces, la constituyente, quizá la bandera más poderosa de esta crisis, por lo que representa para la población mayoritaria, es tratada con toda la parafernalia político mediática del poder instituido.
La ruta “constituyente” no debe ser liderada por los mismos sectores que hace unos meses consideraban traidor a la patria a cualquiera que respaldara ese proyecto. El gobierno nacionalista, con su acto de camaleón, nos recuerda como ese partido político históricamente ha sido motivado por intereses reñidos con el bien público, y si hay alguna excepción a esa afirmación, no ha sucedido más que por simples casualidades, como dice Lencho, por carambola.
Es imposible unificar el país cuando el líder de la oposición no puede estar presente. El problema de Zelaya Rosales no son los dos casos pendientes, sobre el FHIS, que se le abrieron el 29 de julio de 2009 y el 24 de febrero de 2010, cuya clara motivación política los descalifica automáticamente. El problema es que el sistema que abrazó el golpe de Estado sigue vigente y en pie, y Zelaya Rosales se encuentra en un estado de indefensión jurídica aún más grave que el que sufre el pueblo llano, en virtud de lo que simboliza y representa, y nada le garantiza que ese mismo sistema que lo extrañó violentamente del país, no encontrará la manera de proceder en su contra en cualquier momento [posterior a su retorno].
Lo grave es que el sistema [entiéndase por sistema: el grupo económico-político-militar-religioso que acompaña a la ‘”embajada” en sus gestiones geopolítico-económicas golpistas] sabe a ciencia cierta, porque cuentan con información científicamente recabada por una prestigiosa empresa [no como los datos científicos de un periodista-mago que insiste en afirmar que la resistencia es un grupo de enajenados que apenas supera una decena de miles], que el poder de convocatoria y la enorme influencia que tiene Mel Zelaya en el país significa una amenaza cierta y latente contra el actual orden de cosas. Por eso podemos entender, a la perfección, la campaña de difamación contra del Coordinador del FNRP, liderada por los illuminati, y esparcida a punta de chisme malsano y maledicencias por los medios de comunicación interesados, y por el rebaño de almas crédulas que se dejan manipular.
Sin duda, la continua injerencia de la “embajada” marca la ruta a seguir. El pueblo de Honduras se enfrenta a situaciones e intereses que superan infinitamente su propia realidad, y sus propios intereses. Y en tanto, los hondureños no entendamos nuestro papel en el ámbito geopolítico, y la verdadera supremacía extranjera sobre la vida nacional, no seremos capaces de comprender la trascendencia de nuestra participación seria y comprometida para generar cambios reales en el país.
Ha sido un millón de veces comprobado, el sistema actual es incapaz de llevar al país—como un todo— a mejores estadios de vida. No importa lo que digan, ni lo que juren, no es el interés general el que subyace detrás de la campaña del gobierno, y afines. Es vital recordar que Lobo Sosa es presidente gracias a una dolorosa coyuntura, y nunca, por la verdadera voluntad popular. Es primordial entenderlo, el interés del sistema, del que Pepe es parte, es sostenerse en el poder [ya está visto, a como dé lugar] sin importar cuan deshumanizado, metalizado, perverso, clasista y malinche, pueda ser. «Hay que aceptarlo, somos simples peones sin libre albedrio, en el sucio juego de la dominación del planeta.» Amén.
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