Gustavo Zelaya
Una de las formas de medir el desarrollo de un país considera la cobertura educativa, la calidad de la educación formal, la cantidad de graduados universitarios, la producción artística, el patrocinio que reciben los literatos, actores, pintores, cirqueros, poetas, dramaturgos, narradores, sean hombres o mujeres. Además, en ese desarrollo se toma en cuenta la importancia que se da a los llamados intelectuales y a su contribución crítica frente a los procesos de cambio. En el caso nuestro, el hondureño, al menos desde inicios del siglo XX, los portadores de pensamiento crítico, contestatarios o reaccionarios, han sido vistos como algo incómodo, estorboso, útiles en la coyuntura, pero poco fiables por esa manía de querer poner el dedo en la llaga en momentos en que se exige adhesión incondicional a la autoridad. Sobre todo, cuando han querido participar en asuntos que supuestamente son propios de los políticos es cuando se les relega por sus “fantasías” elaboradas desde la supuesta comodidad de un sofá. Es bueno aclarar que aquí sólo me refiero a los intelectuales que escriben y dan a conocer públicamente posturas ideológicas, que declaran su parcialismo a favor de las luchas por la justicia y en pro de los explotados de siempre; es decir, incluyo solamente a un grupo muy reducido de intelectuales, generalmente desligados del trabajo relacionado con la producción material, pero que nacen dentro de un sistema económico y parecen estar más conectados con la formación de otras personas desde y a pesar del aula y principalmente desde su trabajo teórico. Tal actividad intelectual, teórica, no tiene más forma de manifestarse que por medio de la escritura, suponer lo contrario es mantenerse en los niveles más rudimentarios del pensamiento humano trasmitido oralmente, del que son tan aficionados algunos políticos y otros que les hacen coro o que aparentan saber del asunto.
Tal vez no sea casual que durante el gobierno de Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa, surgido por la intervención del presidente de Guatemala, Justo Rufino Barrios, se experimentó un cierto desarrollo intelectual obligado por la necesidad de acercar al país a los circuitos económicos del capitalismo. En su momento, esas personalidades representaron las ideas liberales positivistas, muy avanzadas en aquella circunstancia nacional. Pero tal interés por la relativa participación del intelectual en asuntos públicos no tuvo continuidad en los gobiernos siguientes. Siguieron considerados como instrumentos de ocasión y ello puede verse en el trato recibido por Juan Ramón Molina, Paulino Valladares, Salatiel Rosales, y en otros que se vieron en la necesidad de emigrar por razones económicas o políticas como Alfonso Guillén Zelaya, Ramón Amaya Amador, Jacobo Cárcamo y Rafael Heliodoro Valle. Incómodos, incluso para el mismo grupo político con que se identificaban. Esa situación de menosprecio al pensador que cuestiona y propone puede observarse también dentro de los partidos políticos nacionales de cualquier tendencia ideológica, en donde los líderes o los caudillos en turno, mantienen alejada la teoría y el estudio profundo, y por razones puramente estéticas se rodean de algunos intelectuales sin mayor iniciativa y que sirven como gendarmes al servicio del partido. Igual ocurre en las organizaciones sindicales y gremiales. Aquí interesa contar con activistas que sigan al pie de la letra la línea prevista en los órganos de dirección en donde se ponen en práctica procesos dudosamente democráticos y que han debilitado a ciertas organizaciones populares.
El golpe de Estado contra Manuel Zelaya puso otra vez al descubierto qué tipo de actividad desempeñan los intelectuales en situaciones de ruptura constitucional, cómo se comportan y a qué intereses responden. Los más reaccionarios se pusieron camisas blancas y se instalaron en las filas del golpe de Estado, sin ningún pudor se declaran orgullosos golpistas y han escrito extensos folios en defensa de la concepción oligárquica acerca de la democracia y los valores de esta cultura burguesa tan silvestre y decadente. Otros montaron un simulacro para presentarse como observadores, neutrales, supuestamente incoloros, progresistas, al margen de ideologías extremas y que en los hechos se convirtieron en vulgares comparsas de la ultraderecha. Con un estilo más elegante se distanciaron del cinismo de los columnistas de la prensa golpista, desde sus incontaminados observatorios de la violencia y sus organizaciones de desarrollo elaboraron estudios analíticos de los sucesos que sirvieron para retratarlos como otra forma de intelectuales de la derecha hondureña. Posiblemente sean los más hipócritas del pensamiento golpista por su voracidad mercantil.
Tanto los cínicos como los hipócritas de común acuerdo y maliciosamente hicieron a un lado algunos hechos que expresan nítidamente la esencia explotadora del sistema capitalista implantado en Honduras. Por ejemplo, el 25% de la población infantil comprendida entre los cinco y los catorce años tienen que trabajar para contribuir en la manutención de sus hogares; por causa de la mala alimentación el 29% de los menores de cinco años son de corta estatura; el 12% de los recién nacidos vienen al mundo con bajo peso; los niveles de desempleo y subempleo afectan al 65% de la población económicamente activa; por otro lado, según el Instituto Nacional de Estadísticas el 60% de la población se encuentra en condiciones de pobreza, el 40% de los hondureños tienen un ingreso menor al costo de la canasta básica, es decir, su ingreso no llega a los 900 lempiras mensuales; en los últimos seis años más de 1400 mujeres han sido asesinadas; desde el mes de septiembre de 2009 en promedio se asesinan dos mujeres cada día; en un recuento efectuado por el CODEH, los homicidios ocurridos entre 1993 y el 2009 provocaron la muerte de alrededor de 61 mil personas y de ellas 15 mil son niños. Y no se vaya a creer que son datos propios de una situación de guerra en un país africano o del medio oriente, es la normalidad existente en el país y que no provocó ninguna preocupación en los abogados, sociólogos, economistas, historiadores, filósofos, literatos, médicos, sicólogos, periodistas y demás intelectuales al servicio de la oligarquía.
Aguijoneados por la bestial violencia del golpe de estado fueron emergiendo distintas expresiones gráficas, escritas, artísticas, literarias, teóricas, oponiéndose al golpe, producciones de gran calidad enfrentándose a las propuestas de los intelectuales de la oligarquía y denunciando la demencial represión; dando la cara y desde sus posibilidades han estado debatiendo contra ellos y proponiendo nuevas manifestaciones y formas de lucha en el campo de las ideas. No sería exagerado afirmar que la gran mayoría de esas producciones fueron fruto de iniciativas personales, en muchos casos fueron resultado de un nivel de conciencia obtenido en las viejas militancias de la izquierda de la década comprendida entre 1968-1978; por conocer también la historia nacional y las ideas avanzadas de hoy en día; por no querer aceptar como algo normal los brutales atentados contra la vida humana y apegándose fielmente a los intereses de los explotados; sin pertenecer a ningún órgano de dirección gremial o política, sin pretender ser parte de esas instancias y sin recibir alguna indicación partidaria sobre qué escribir, qué decir y qué temas tratar. Totalmente desinteresados y por la justicia; es decir, en el polo opuesto a los defensores del golpe de estado.
Aunque a muchos resulte difícil de aceptar así son los intelectuales del Frente Nacional de Resistencia Popular. Son los que hacen poesía, teatro, cine, pintan, esculpen, cantan y escriben sin que nadie les diga cómo hacerlo pero totalmente instalados al par y dentro del pueblo oprimido; luchando contra las tentaciones, los halagos y la corrupción que brota de todos los puros del sistema cultural de la lumpenburguesía que perpetró el golpe de Estado; resistiendo los embates de la derecha y de algunos oportunistas que se identifican como de izquierda; comprometidos por una sociedad más justa y rebelándose contra cualquier práctica autoritaria. Son los eternos inconformes con los viejos y vigentes resabios caudillistas y con la incultura que aparece en el discurso y en las actitudes arrogantes de algunos encargados de conducir la lucha popular.
La gran parte de los escritos publicados por los intelectuales de la Resistencia Nacional han tratado de apoyar esta lucha contra la derecha golpista y lo han hecho por medio del debate, de la discusión teórica y teniendo bien claro que su aporte puede contribuir a la práctica diaria con sugerencias, indicaciones, provocando la polémica y con opiniones más o menos fundamentadas, aspirando a iluminar los momentos que parecen oscuros, intentando cimentar la probable teoría de la Resistencia. Toda esa actividad de querer encontrar elementos racionales en el conflicto social, de mostrarlos y ponerlos en discusión, no han dejado de lado la posibilidad de que la organización popular tendrá que recurrir en algún momento al recurso de la sublevación y la violencia contra la ultraderecha encabezada por algunos sectores de la empresa privada y como algo surgido de las exigencias internas de la lucha. Tampoco se ha dejado de insistir en la necesidad de la lucha pacífica y en la superioridad moral de los hondureños que resisten y se oponen con manos y uñas a este sistema inhumano; son aquellos que supieron que las reglas y el derecho de los burgueses no pueden ser incondicionales ni eternamente absolutos. En estas circunstancias es que han emergido los pensadores de la Resistencia y no como fenómeno casual sino como producto de viejas luchas, de antiguas reivindicaciones populares no satisfechas, seguros de poder participar de algún modo en la organización social y que realizan su labor teórica, creadora de nuevas formas de expresión, dentro y a favor del Frente Nacional de Resistencia Popular.
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