Por ANARELLA VÉLEZ
La escalada de la violencia política en Honduras es, hoy por hoy, un hecho inocultable. El ensañamiento con que han sido castigadas las manifestaciones pacíficas de los maestros es su más claro ejemplo. A tal grado, que la persecución de la que ha sido víctima este gremio es calificada en diferentes medios como brutal, desmesurada.
En los tiempos recientes la policía ha venido actuando así, hasta podríamos decir irracionalmente, sin considerar la desigualdad de fuerzas, haciendo uso excesivo de su poderío. El desequilibrio ha quedado reflejado en innumerables ocasiones. Cuando ingresaron a los predios de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (3 de agosto) fueron expulsados a pedrada limpia, único recurso de lucha de los estudiantes y los trabajadores sindicalizados.
Al parecer, nuestras autoridades aún desconocen que el pueblo hondureño ha adquirido conciencia de que se encuentra ante un nuevo capítulo de su historia. Una nueva etapa, marcada por la lucha pacífica, decidida y organizada, tal como se manifiesta en cada una de las convocatorias del Frente Nacional de Resistencia Popular.
Aún cuando la coyuntura política parece entrar en un callejón sin salida, la determinación del movimiento popular ha quedado más que establecida. A pesar de la criminalización del FNRP y sus miembras/os, reflejada en la ofensiva desinformativa de los medios puestos al servicio de los intereses de los sectores de la sociedad hondureña más conservadores, la resistencia continúa construyendo su propia agenda y consolidando sus alianzas.
Es de lamentar la miopía de las clases hegemónicas de nuestro país. Obstaculizan la evolución natural de la sociedad hondureña cuando se preocupan exclusivamente de su enriquecimiento particular. La estrechez de miras de este grupúsculo no le permite vislumbrar que hoy en día la información circula, a pesar de los pesares de algunos, por el mundo civilizado como el aire -limpio o contaminado- que todos necesitamos respirar.
Es notable para todas/os –excepto para unas/os pocas/os directamente interesados en mantener el caos social- la convicción del movimiento social hondureño en la búsqueda de la construcción de una sociedad justa y respetuosa de los derechos humanos de todas/os. Para ello están promoviendo una salida democrática al golpe de Estado: la organización de la Constituyente.
La ciudadanía de la Honduras de este tiempo ya no está dispuesta a seguir perdiendo derechos frente al capital. Ya no quieren ser los excluidos, los indigentes, los parias en su propia tierra. Ahora es de dominio público cómo han venido funcionando los mecanismos de subordinación social, se sabe de la Doctrina de la Seguridad Nacional y su evolución hacia la Doctrina de la Seguridad Ciudadana, le pese a quien le pese.
De acuerdo con esa doctrina, es lícito criminalizar el movimiento ciudadano, es válido judicializar las protestas sociales y hasta la misma represión política y la militarización de la sociedad es justificada por el engendro de la sociedad globalizada. No obstante, el pueblo hondureño se ha levantado en defensa de una democracia verdadera para todas/os, en defensa de sus propios derechos humanos.
También es más que sabido que el Estado ha redefinido su intervención en el contexto de la crisis económica y de la crisis política post-golpe. Pero también es notable la forma en las/os ciudadanas/os han redefinido su estrategia para acabar con la inequidad, la exclusión y el empobrecimiento de los históricamente marginados.
Este país –visto por años como un redituable mercado para la clase gobernante- ha renunciado ya a la ancestral economía de subsistencia, al clientelismo y la corrupción. Por esa senda, uno que mire más allá de sus narices puede darse cuenta de que se articulan fuerzas nuevas en el FNRP. Sólo aquéllos que quieren detener la marcha de la historia no quieren –no les conviene- entender que la represión de las protestas sociales no hace más que fortalecer y abrir nuevas vías al movimiento social. Y no lo digo yo, sino la Historia.
Fuente: tiempo.hn
La escalada de la violencia política en Honduras es, hoy por hoy, un hecho inocultable. El ensañamiento con que han sido castigadas las manifestaciones pacíficas de los maestros es su más claro ejemplo. A tal grado, que la persecución de la que ha sido víctima este gremio es calificada en diferentes medios como brutal, desmesurada.
En los tiempos recientes la policía ha venido actuando así, hasta podríamos decir irracionalmente, sin considerar la desigualdad de fuerzas, haciendo uso excesivo de su poderío. El desequilibrio ha quedado reflejado en innumerables ocasiones. Cuando ingresaron a los predios de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (3 de agosto) fueron expulsados a pedrada limpia, único recurso de lucha de los estudiantes y los trabajadores sindicalizados.
Al parecer, nuestras autoridades aún desconocen que el pueblo hondureño ha adquirido conciencia de que se encuentra ante un nuevo capítulo de su historia. Una nueva etapa, marcada por la lucha pacífica, decidida y organizada, tal como se manifiesta en cada una de las convocatorias del Frente Nacional de Resistencia Popular.
Aún cuando la coyuntura política parece entrar en un callejón sin salida, la determinación del movimiento popular ha quedado más que establecida. A pesar de la criminalización del FNRP y sus miembras/os, reflejada en la ofensiva desinformativa de los medios puestos al servicio de los intereses de los sectores de la sociedad hondureña más conservadores, la resistencia continúa construyendo su propia agenda y consolidando sus alianzas.
Es de lamentar la miopía de las clases hegemónicas de nuestro país. Obstaculizan la evolución natural de la sociedad hondureña cuando se preocupan exclusivamente de su enriquecimiento particular. La estrechez de miras de este grupúsculo no le permite vislumbrar que hoy en día la información circula, a pesar de los pesares de algunos, por el mundo civilizado como el aire -limpio o contaminado- que todos necesitamos respirar.
Es notable para todas/os –excepto para unas/os pocas/os directamente interesados en mantener el caos social- la convicción del movimiento social hondureño en la búsqueda de la construcción de una sociedad justa y respetuosa de los derechos humanos de todas/os. Para ello están promoviendo una salida democrática al golpe de Estado: la organización de la Constituyente.
La ciudadanía de la Honduras de este tiempo ya no está dispuesta a seguir perdiendo derechos frente al capital. Ya no quieren ser los excluidos, los indigentes, los parias en su propia tierra. Ahora es de dominio público cómo han venido funcionando los mecanismos de subordinación social, se sabe de la Doctrina de la Seguridad Nacional y su evolución hacia la Doctrina de la Seguridad Ciudadana, le pese a quien le pese.
De acuerdo con esa doctrina, es lícito criminalizar el movimiento ciudadano, es válido judicializar las protestas sociales y hasta la misma represión política y la militarización de la sociedad es justificada por el engendro de la sociedad globalizada. No obstante, el pueblo hondureño se ha levantado en defensa de una democracia verdadera para todas/os, en defensa de sus propios derechos humanos.
También es más que sabido que el Estado ha redefinido su intervención en el contexto de la crisis económica y de la crisis política post-golpe. Pero también es notable la forma en las/os ciudadanas/os han redefinido su estrategia para acabar con la inequidad, la exclusión y el empobrecimiento de los históricamente marginados.
Este país –visto por años como un redituable mercado para la clase gobernante- ha renunciado ya a la ancestral economía de subsistencia, al clientelismo y la corrupción. Por esa senda, uno que mire más allá de sus narices puede darse cuenta de que se articulan fuerzas nuevas en el FNRP. Sólo aquéllos que quieren detener la marcha de la historia no quieren –no les conviene- entender que la represión de las protestas sociales no hace más que fortalecer y abrir nuevas vías al movimiento social. Y no lo digo yo, sino la Historia.
Fuente: tiempo.hn
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