Annarella Vélez
Resulta difícil decidir cuál de todos los acontecimientos de nuestra historia define mejor la conducta antidemocrática de la mayoría de los gobernantes hondureños. Lo cierto es que de aquí en adelante, las/os hondureñas/os recordaremos cada 28 de junio como la fecha en la que se cometió el más siniestro de los ataques al endeble sistema democrático de nuestra empobrecida nación. Días aciagos en que se violentó nuestra carta magna sin pudor. Tiempos en que se desconocieron con el mayor cinismo todas las legislaciones internacionales de las que Honduras es signataria y que constituyen el pilar de las sociedades contemporáneas.
La debilidad de las instituciones del Estado, la ilegitimidad de las mismas se han puesto en evidencia a un año del golpe, del asesinato de Isis Obed Murillo, Vanessa Zepeda, Renán Fajardo, la muerte violenta de nueve comunicadores sociales, más de veinte hondureñas/os de la comunidad LGTBI víctimas de crímenes de odio, femicidios en aumento de una manera preocupante e innumerables actos violatorios de los derechos del pueblo organizado en la Resistencia, actores de una protesta social pacifista. Ninguno de estos monstruosos actos ha sido investigado, ni mucho menos castigado.
La herida mortal asestada a la frágil democracia hondureña, el terror desatado por los órganos represivos del Estado –ejército, policía y paramilitares- contra las/os ciudadanas/os en el contexto del golpe al presidente Zelaya ha generado en la población un rechazo decidido a la ruptura del orden de derecho, y ha contribuido a forjar el temple del movimiento social hondureño. La clara posición del FNRP ante estos sucesos, asumidos como síntomas de la profunda crisis en que la han sumergido los poderosos de nuestra nación, concebidos como señales a considerar con detenimiento y determinación.
En este camino –sinuoso, arduo, doloroso- las/os hondureñas/os persisten en su decisión de construir su proyecto, el proyecto de la Constituyente. La disposición del retorno a un orden de derecho verdadero no tiene vuelta atrás. En esta lucha es notable el modo en que se ha ido estructurando la memoria social, imprescindible para no perder la perspectiva. Encontramos evidencias claras de la gestación de un proceso irreversible de cimentación de la identidad popular, prueba de ello son las categorías sociales construidas por la Resistencia en las calles, buen ejemplo son las consignas Ni olvido ni perdón o Ni golpes de Estado ni golpes a las mujeres –entre otras- espejo fiel de la transformación profunda que vive Honduras.
Todo indica –guste o no- que nuestro pueblo ha asumido conciencia plena de las causas de la desigualdad, la inequidad, la falta de oportunidades, el abuso, la indefensión, la pobreza, la precariedad laboral, en la que ha venido sobreviviendo a lo largo la historia y ahora está bien dispuesto a darle forma a una propuesta de sociedad en la que estas lacras no formen parte de su cotidianeidad. Así mismo las/os hondureñas/os tienen más que claro que sus representantes deberán ser funcionarios y servidores que se apropien de la ética del verdadero ejercicio democrático de la política.
Hoy más que nunca las/os políticas/os deberán tener presente lo que la ciudadanía espera de ellas/os: que su práctica se funde en la ética sustentada en principios, en la honestidad, la solidaridad, en la comprensión y respeto de puntos de vista diferentes, la voluntad de diálogo, la defensa de la dignidad de las personas, y en esencia, al apego cotidiano de la cultura democrática.
Los acontecimientos de nuestro pasado reciente han demostrado que la estrategia represiva gubernamental ha fracasado. Las/os ciudadanas/os se han apropiado de su derecho inalienable a modificar lo que sea necesario para acabar con una forma de gobierno que no asume el bienestar común como prioridad. Pese a todas las dificultades, pese a la represión, los sectores más conscientes de nuestro pueblo se han organizado masivamente en la Resistencia y se proponen, ni más ni menos, acabar con los vicios antidemocráticos de los que han venido ejerciendo el poder en Honduras.
Fuente: tiempo.hn
Resulta difícil decidir cuál de todos los acontecimientos de nuestra historia define mejor la conducta antidemocrática de la mayoría de los gobernantes hondureños. Lo cierto es que de aquí en adelante, las/os hondureñas/os recordaremos cada 28 de junio como la fecha en la que se cometió el más siniestro de los ataques al endeble sistema democrático de nuestra empobrecida nación. Días aciagos en que se violentó nuestra carta magna sin pudor. Tiempos en que se desconocieron con el mayor cinismo todas las legislaciones internacionales de las que Honduras es signataria y que constituyen el pilar de las sociedades contemporáneas.
La debilidad de las instituciones del Estado, la ilegitimidad de las mismas se han puesto en evidencia a un año del golpe, del asesinato de Isis Obed Murillo, Vanessa Zepeda, Renán Fajardo, la muerte violenta de nueve comunicadores sociales, más de veinte hondureñas/os de la comunidad LGTBI víctimas de crímenes de odio, femicidios en aumento de una manera preocupante e innumerables actos violatorios de los derechos del pueblo organizado en la Resistencia, actores de una protesta social pacifista. Ninguno de estos monstruosos actos ha sido investigado, ni mucho menos castigado.
La herida mortal asestada a la frágil democracia hondureña, el terror desatado por los órganos represivos del Estado –ejército, policía y paramilitares- contra las/os ciudadanas/os en el contexto del golpe al presidente Zelaya ha generado en la población un rechazo decidido a la ruptura del orden de derecho, y ha contribuido a forjar el temple del movimiento social hondureño. La clara posición del FNRP ante estos sucesos, asumidos como síntomas de la profunda crisis en que la han sumergido los poderosos de nuestra nación, concebidos como señales a considerar con detenimiento y determinación.
En este camino –sinuoso, arduo, doloroso- las/os hondureñas/os persisten en su decisión de construir su proyecto, el proyecto de la Constituyente. La disposición del retorno a un orden de derecho verdadero no tiene vuelta atrás. En esta lucha es notable el modo en que se ha ido estructurando la memoria social, imprescindible para no perder la perspectiva. Encontramos evidencias claras de la gestación de un proceso irreversible de cimentación de la identidad popular, prueba de ello son las categorías sociales construidas por la Resistencia en las calles, buen ejemplo son las consignas Ni olvido ni perdón o Ni golpes de Estado ni golpes a las mujeres –entre otras- espejo fiel de la transformación profunda que vive Honduras.
Todo indica –guste o no- que nuestro pueblo ha asumido conciencia plena de las causas de la desigualdad, la inequidad, la falta de oportunidades, el abuso, la indefensión, la pobreza, la precariedad laboral, en la que ha venido sobreviviendo a lo largo la historia y ahora está bien dispuesto a darle forma a una propuesta de sociedad en la que estas lacras no formen parte de su cotidianeidad. Así mismo las/os hondureñas/os tienen más que claro que sus representantes deberán ser funcionarios y servidores que se apropien de la ética del verdadero ejercicio democrático de la política.
Hoy más que nunca las/os políticas/os deberán tener presente lo que la ciudadanía espera de ellas/os: que su práctica se funde en la ética sustentada en principios, en la honestidad, la solidaridad, en la comprensión y respeto de puntos de vista diferentes, la voluntad de diálogo, la defensa de la dignidad de las personas, y en esencia, al apego cotidiano de la cultura democrática.
Los acontecimientos de nuestro pasado reciente han demostrado que la estrategia represiva gubernamental ha fracasado. Las/os ciudadanas/os se han apropiado de su derecho inalienable a modificar lo que sea necesario para acabar con una forma de gobierno que no asume el bienestar común como prioridad. Pese a todas las dificultades, pese a la represión, los sectores más conscientes de nuestro pueblo se han organizado masivamente en la Resistencia y se proponen, ni más ni menos, acabar con los vicios antidemocráticos de los que han venido ejerciendo el poder en Honduras.
Fuente: tiempo.hn
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