domingo, 20 de junio de 2010

Playa Grande: la teoría y la praxis de la solidaridad

Por Ricardo Salgado

Es difícil entender el mundo más allá de lo que podemos percibir; incluso las mentes que desarrollan el mundo se centran en cosas que pueden recibir de alguna forma. La mayor parte de nuestro razonamientos surgen como producto de agentes que no podemos controlar, incluida nuestra educación. La praxis, por otro lado, es casi un privilegio al que la mayoría no tiene acceso. No importa si son quienes defienden el sistema voraz que nos consume o los que luchamos por cambiarlo, normalmente nuestra contacto con la realidad más allá de nuestro entorno es pobre.

Playa Grande, es un caserío que cuenta con unos 600 habitantes y forma parte del municipio de Nacaome, en el departamento de Valle. La actividad principal de los habitantes de esta región es la pesca, práctica que les ha condenado a vivir en la miseria durante todas las décadas de su existencia. Nunca hubo un día mejor que el anterior; si hubo días mucho peores. El sistema condena a esta población a sufrir las consecuencias del progreso que viven hondureños a los que les va mejor.

En 1998, a raíz del huracán Mitch, el rio Nacaome se desbordó, y llego a ubicar las aguas hasta 12 metros por encima del nivel de la calle. Podían ir en bote de un lugar a otro en un radio de 10 kilómetros. Es fácil suponer la dimensión catastrófica de aquel evento, y las consecuencias que trajo para los pobladores. Sin embargo, las condiciones de pobreza obligan a la mayoría a regresar a esta zona, donde 10 años de progreso industrial camaronero, combinado con la inclemencia de la naturaleza, impactaban de frente a los que menos tienen.

Luego llegó “ayuda” que les permitió reconstruir la villa, con viviendas de bloques de concreto. Con la construcción de la represa Nacaome, otra obra de progreso, su aliado natural, el rio, dejo paulatinamente de traer los “baños” de robalos, y los inviernos dejaron de ser una señal de esperanza. Muchas iniciativas para erradicar la pobreza se emprendieron, pero, “inexplicablemente” la comunidad se ha empobrecido vertiginosamente. A pesar de estar en medio de una zona de reserva mundial (Sitio RAMSAR 1000), su riqueza, parafraseando a Galeano, los ha condenado a vivir cada día bajo condiciones más terribles.

Ante tanta adversidad la única opción ha sido seguir enfrentando la vida con todas las desventajas imaginables y las inimaginables también. La población busca en la pesca su sustento, pero también se dedica al cultivo artesanal de camarón. Emulando a los industriales viven construyendo sueños sobre la base del espejismo de la exportación, campo en el que los pobres no pueden entrar; otra vez la tecnología se hace maldición, las bombas de agua son muy caras, y los pobres destruyen hectáreas de manglares con la esperanza de ganarse unos pesos.

La bomba funciona a base de diesel, y a veces no hay ni para comer; entonces solo pueden usar la bomba de vez en cuando, la señal son los camarones saltando del estanque casi asfixiados por la falta de oxígeno. Los resultados son devastadores, plantan larvas, y pierden sus cosechas y lo poco que rescatan lo venden a precios ridículos. Cuarenta familias se dedican a esta actividad, pero ninguna tiene la opción de ser escuchada por el dios mercado. La condena a la miseria viene con la partida de nacimiento.

¡Vivir en el paraíso, para sufrir el infierno de por vida!

Y luego hay agricultura, yuca, frijoles, maíz; las tierras son aptas para cultivar melón, pero el mercado dichoso ya lo controlan otros, entonces este cultivo está prohibido. Mientras tanto, 10 años después del Mitch, el progreso ha seguido llegando, mas industrias a los alrededores han construido más muros de contención para proteger los camarones, y otros cultivos de los grandes señores; estas obras le quitan su paso al rio que demuestra con furia, a la llegada de Agatha, que el agua debe correr. Sin su curso natural, el rio arremete contra la población. Otra vez los pobres.

Rápidamente, en unas horas el rio destruye todo. Todos los cultivos se van al carajo; los estanques artesanales quedan parcialmente destruidos y pierden sus productos. El agua produce grandes agujeros, con profundidades iguales a un hombre, y los cimientos de las casas socavados, paredes destruidas; gente cocinando café con el agua hasta el pecho. Increíble pero hasta el invierno es un castigo para estos compatriotas.

Pasa la tormenta y comienza lo tormentoso. Llego la Cruz Roja a hacer un inventario de los daños; quien sabe para qué; algunos dueños de camaroneras “prósperos” se apiadan y envían dotaciones de Harina de Maíz, frijoles, maíz y agua, para los que no entienden, esta es la “responsabilidad social empresarial”. Esto es más o menos todo lo que se recibe de los actos de constricción de la Burguesía y su maldito sistema criminal.

Quedan ahora las horas difíciles. No se puede pescar, el agua está sucia, los peces se alejan porque ocupan luz para cumplir funciones motrices básicas. Una plaga inmensa de mosquitos y moscas es el rastro de la pesadilla. Las moscas forman enjambres que literalmente tapan el cuerpo de una mujer; y los mosquitos en cantidad suficiente para no dejar un solo instante de mostrar su presencia. No hay médicos, ni medicinas, alguien llego a donar pero la mayoría no se dio cuenta.

El alcalde mando raciones pero como es liberal, se las paso a sus correligionarios y estos excluyeron de la lista a sus oponentes políticos. Solo los rojiblancos comieron; los azules, rojos, verdes, amarillos tendrán que seguir a la espera de otros momentos, quizá la muerte, el único que puede aliviar la carga de la miseria que se sabe comienza al nacer pero no se sabe si terminara alguna vez mientras vivan.

Este es el sistema “democrático” que defendieron a sangre y fuego el 28 de junio de 2009; esto es lo que la Corte Suprema de Justicia ve como el régimen jurídico perfecto; o lo que el Fiscal General llama ley y orden. ¡Cuánta inmoralidad hay en todo esto! Todavía suenan las palabras estridentes con sonido obsceno en la boca del asesino golpista: ¡viva Honduras!, ¡viva Honduras!, ¡Viva Honduras!

Este sistema de las libertades, que el caso de los compañeros de Playa Grande son derechos, instituciones, extrañas, desconocidas, ajenas, lejanas. Algo que, pase lo que pase, el sistema no los deja ejercer. Con el agravante de que la oligarquía los omite de sus agendas, y los demás ni siquiera sabemos que existen. Pasamos horas, días y semanas discutiendo esto o lo otro; teorizando como convivimos en este extraño mundo capitalista en el que, aunque no somos dueños de nada, tenemos la bendición de poder consumir.

Aquí donde construimos intelecto pero ignoramos la fuente de nuestra inspiración. Como si el mundo que pretendemos cambiar es algo subjetivo, hecho a la medida de la consciencia o la inconsciencia de cada quien. De cuanto creemos que le sirve a los hondureños y hondureñas en desgracia toda la conceptualización de una miseria que no conocemos.

Hay muchas Playas Grandes en Honduras y en América Latina, la lucha por un mundo mejor tiene el reto de construir una sociedad donde estos cuadros dramáticos no se den con tanta frecuencia; donde el fin supremo de la sociedad sean los humanos y nos lo melones y los camarones del patrón. Señores, muchas veces he escuchado el argumento de que la lucha de clases es un mito; que aquí tenemos diversos estratos, y que los pobres siempre van a existir, dios así lo decidió; tengo que decir que no acepto, ni aceptaré nunca estas afirmaciones, ni de la burguesía criminal, ni de los chafas asesinos, ni de mis compañeros de lucha.

No solo es este caso una muestra de la pudrición del sistema, sino una vergüenza para los pregonamos un mundo mejor. Aquí si estoy de acuerdo con los que dicen que hay que vivir como se pregona. Hay que ir allá compartir miseria y transmitir esperanza, apoyar, usar el intelecto para dar nuevos conceptos y teorías que ayuden a aliviar los problemas. Sin pretensiones de superioridad, las cosas simples, acabar con los mosquitos y las moscas; llevar salud. Es la hora de la solidaridad.

Una vez, viendo un especial sobre los médicos formados en la ELAM, el doctor Luther Castillo, decía que había aprendido que la “solidaridad” en nuestra sociedad era dar lo que nos sobra, proseguía diciendo que en Cuba había aprendido que solidaridad es dar lo mejor que se tiene. Basta hacer este ajuste en el concepto para que la vida de miles cambie.

Es posible que esto esté muy mal escrito ante los ojos de muchos que “saben” hacerlo mejor, pero la verdad, los hechos son reflejados con toda fidelidad; ahora les queda a todos, intelectuales, serios o no, y a todos los compañeros y compañeras el reto de aprender a dar lo mejor, y, quien sabe, de repente hasta visitan un día la comunidad de Playa Grande.

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