lunes, 1 de febrero de 2010

A un huésped distinguido


A la gente que tiene el don de ser generosa y demuestra bondad, nunca la he percibido en el ajetreo de la política partidista.

Aunque resulte contradictorio, no es éste el tipo de persona que abunda en los partidos políticos. Siempre me resisto a vincular esos seres humanos con la actividad política partidista. En los partidos, hay mucha gente pura y noble, pero también abundan pirañas y, en consecuencia, mezquindades a borbotones.

Cuando el presidente Leonel Fernández se reunió con su homólogo Manuel Zelaya en Panamá, a propósito de la toma de juramento del presidente panameño Ricardo Martinelli, conversaron respecto de la posición dominicana contra el golpe y la visión de Fernández sobre lo que debía hacer la comunidad internacional, a fin de que se respetase la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos (OEA), firma en Lima, Perú.

Comenté a compañeros de la oficina de Prensa de la Presidencia, que había visto en el presidente Zelaya a un hombre sencillo, humilde, respetuoso, de una bondad y candidez no muy común en estos ambientes políticos.

Su bondad es tan grande, que a veces raya en la ingenuidad. Hemos visto en estos ambientes de la política no reconocer la inteligencia, la sagacidad y la buena fe. A la inteligencia y gerencia le suelen llamar suerte, por no admitir lo anterior. En fin, en la actividad política se impone repetidas veces, quien tenga más agallas para la maldad y habilidad para desprestigiar al contrario. Regularmente, esos son los premiados, prácticas que se expresan en todas las sociedades.

A pesar de que nuestro padre fundador, Juan Pablo Duarte, dijo que la política es un arte, una ciencia, la más pura de las ciencias, en la práctica partidista lo que se imponen son los más bajos instintos y las actitudes cretinas. Y de ahí que recobre vigencia el "manual" de Nicolás Maquiavelo.

Al presidente Zelaya, sus adversarios le atribuyen haber cometido errores, sin embargo no se le puede imputar crímenes ni maltrato con su pueblo. Por su nobleza y buena fe, carente de la malicia que se desarrolla en la actividad partidista, fue una de las razones para que fructificara el golpe de Estado de la derecha recalcitrante contra un hombre noble y de buenos propósitos. Otros elementos de mayor peso influyeron para romper el orden constitucional.

Cuando le vimos en aquella ocasión en Panamá, percibimos a un gran ser humano. Ahora, en el momento en que tuvimos el privilegio y el honor de acompañar al presidente Fernández a la embajada de Brasil en Tegucigalpa, volvimos a ver a un hombre indefenso, que estuvo recluido en un recinto sin condiciones para estar con su esposa y su hija; fue sometido a chantajes, violaciones de sus derechos, espionaje y presión psicológica. Esta última, emitida a través de escandalosos altoparlantes que eran encendidos en la madrugada, mientras dormía.

Es cierto que quien entra a la política, como decía Juan Bosch, lo primero que debe hacer es colocar su cabeza sobre la mesa, pero el ejercicio de esa actividad hay que adecentarlo de los dinosaurios que han ingresado a ella para hacerse de dinero, no importan que con sus acciones se lleven de encuentro la nobleza, la reputación y dignidad de sus compañeros, como ocurrió en Honduras.

Manuel Zelaya, y los hombres que como él están colocados por el destino en la actividad política, son bienvenidos a la patria de todos los dominicanos, al suelo de hombres y mujeres nobles, que una vez más, a través de su líder, Leonel Fernández, demuestran su generosidad y buena fe.

La República Dominicana, que desde un primer momento condenó el rompimiento del orden institucional en Honduras y lo haría si ese mal ejemplo se repitiese, jugó un rol estelar para buscar una fórmula que permitiese a Zelaya, a su esposa Xiomara Castro de Zelaya; su hija Xiomara Hortensia Zelaya y su asistente Rosel Tomé, dejar la embajada de Brasil, sin que los dinosaurios hondureños les vejaran y apresaran sin tener razón.

La participación del presidente Fernández debe verse en el contexto que ha jugado siempre el país en su política exterior de mediación y buen vecino. Cualquier manifestación en el acto de juramentación del presidente Porfirio Lobo contra Fernández, y aquellos que repudiaron el golpe de Estado en Honduras, antes que amilanar al presidente dominicano, lo que provoca es orgullo, pues aplausos de una claque golpista no hacen falta.

El mandato de Zelaya concluyó el pasado 27 de enero y era un contrasentido seguir planteando después de esa fecha, el retorno del presidente Zelaya. Otras oportunidades se presentarán para que él y los suyos retornen su país, como debe ser. ¡Bienvenidos, presidente Zelaya y familia!



De Rafael Núñez
Fuente: diariolibre.com
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