lunes, 1 de febrero de 2010

Doble agenda

Efraín Bu Figueroa
El golpe de Estado político-militar perpetrado el 28 de junio del año 2009, estremeció a la sociedad hondureña y escandalizó a la comunidad internacional.
Nadie esperaba, a estas alturas del siglo XXI y después de haber vivido casi 30 años de democracia representativa con normales sucesiones presidenciales cada 4 años, que Honduras fuera a sufrir un retroceso político de tal magnitud, al extremo de ser condenada por todos los países que conforman la Asamblea General de la Naciones Unidas y suspendida de la Organización de Estados Americanos.

En dicha crisis, los sectores protagonistas antagónicos parecieron haber olvidado --o de repente nunca conocieron-- la historia de las intervenciones foráneas en nuestro país y en América Latina durante el siglo XX y parte del presente. Los protagonistas creyeron que una vez ejecutado el golpe militar, los americanos correrían a reconocer al gobierno espurio y “santas paces”; en tanto los defenestrados pensaron que los gringos aparecerían en cuestión de horas restableciendo el orden constitucional para felicidad de todos.
Desde los albores del siglo XIX, los Estados Unidos de América se rigen por una política, en materia de relaciones con otras naciones, que tiene sus raíces en la Doctrina Monroe, la cual en esencia establece que “la nación actuará siempre en función de sus intereses y que la integridad de los demás países americanos es un incidente y no un fin”, de ahí, la doble conducta que dicho país manejó a lo largo de los meses posteriores al golpe de Estado.

Por un lado, para Estados Unidos restituir de inmediato al presidente Zelaya, no convenía, pues ello significaba el fortalecimiento político de la corriente latinoamericana que lucha por una auténtica democracia, reformas estructurales e independencia de nuestros pueblos. Un triunfo político para esta corriente de pensamiento, generaba reacciones inconvenientes para los Demócratas liberales, hoy en el poder, por parte de los republicanos y demás elites conservadoras, lo que vendría a complicar la ya difícil situación que el gobierno de Obama enfrenta en las cámaras legislativas y con los grupos de poder económico, por su programa de reformas progresistas en aquella nación. Por el otro lado, apoyar incondicionalmente a los usurpadores, contradecía la posición de Obama expuesta en la reunión de Trinidad Tobago, pocas semanas antes del golpe y que es reflejo de la nueva política exterior de ese país, donde el presidente expresó que en adelante la relación con los países latinoamericanos sería de socios, sin imposiciones ni relaciones de subordinación, es decir, un diálogo de iguales para el enfrentamiento de los problemas en nuestra América. Realizar lo contrario, o sea, apoyar abiertamente el golpe político-militar, comprometía seriamente esa nueva relación, que apenas comienza a construirse entre América Latina y el gobierno de Obama.

Con base en ese doble discurso, no es de extrañar la escogencia de Oscar Arias con su aletargada e ineficaz mediación de las negociaciones, que tempranamente llevó al presidente Zelaya a darlas por fracasadas; luego las advertencias hechas al Presidente por el Departamento de Estado, de no intentar ingresar a Honduras; las reuniones infructíferas de la OEA que rápidamente agotó sus opciones, dado que tal organismo regional no tiene los suficientes ni efectivos mecanismos para enfrentar este tipo de asonadas militares y finalmente el desfile por Tegucigalpa de asistentes de Hillary Clinton, después que Zelaya ingresó al país clandestinamente, haciendo propuestas que lejos de agilizar vinieron a confundir y empantanar todo el proceso, al punto que hacían firmar al Presidente compromisos que al final se convertían en “boomerang”, sin resultados políticos favorables y más bien perpetuando su estado de aislamiento e inamovilidad en la Embajada del Brasil.

A la deliberada posición equívoca antes citada, se le unía la hábil táctica obstruccionista de la comisión negociadora del gobierno de facto, que estancó el proceso de negociación y el objetivo final de la misma, que era el restablecimiento del orden constitucional y la restitución del presidente Zelaya.

Así, se desarrolló una estrategia de doble cara, que al final resultó en lo que realmente se tenía planeado desde el inicio; llegar al día de las elecciones y subsiguientemente al cambio de gobierno y con ello a una supuesta solución de la crisis. No fue casual pues, que en los acuerdos de San José, se estableciera una cláusula para adelantar las elecciones, pues en ello se miraba la solución al problema. Finalmente EE.UU., con una doble agenda pero una sola política, logró mantener incólume sus intereses estratégicos frente a la comunidad latinoamericana, lo demás era incidental y no un fin.

Una de las lecciones que los hondureños debemos extraer de la crisis política provocada por el golpe, es que las soluciones a nuestras debilidades, sean de orden político o de otra naturaleza, tienen que surgir de nosotros mismos, poniendo en acción nuestra creatividad y patriotismo; la experiencia vivida nos enseña que la respuesta a nuestros problemas nunca ha estado ni estará en el extranjero. En tanto los hondureños no nos congreguemos a discutir con profundidad, sinceridad, respeto y altura intelectual y científica los asuntos que nos agobian como sociedad, difícilmente saldremos de la mediocridad y subdesarrollo.
Fuente: Tiempo.hn
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