lunes, 15 de febrero de 2010

Habemos Plan de Nación o La soledad de los técnicos

Rodolfo Pastor Fasquelle

Cualquiera pudiera sorprenderse de que, en sólo cinco meses, el régimen golpista, que sólo tuvo el apoyo de una tercera parte de la población, produjera –con “visión de país, un plan de nación… consensuado” para casi ¡treinta años! Es decir, antes de descubrir que ese documento, aprobado unánimemente, como tantas cosas, sin discusión en el Congreso es un híbrido o montaje de los varios planes que competían entre sí, el del C.O.H..E.P. y los de los candidatos derrotados por el abstencionismo. Y parte de ignorar lo que pasó y está pasando en el país, para tranquilizar a quien sabe a quién. Los historiadores recordarán que hubo un tiempo, en América Latina, en que los golpes llegaban con “Plan” y los insubordinados se “pronunciaban” por el. Ahora los planes se hacen después y para volver al pasado, como el golpe.

Planear es necesario. A los intelectuales nos encanta, planear y unos con más criterio y formación que otros se han especializado en ese ejercicio por décadas, alguno desde la dictadura militar anterior, de los setentas y están dispuestos a puyar su “rockola” para cualquiera que lo solicite. A-14 “Reforma Agraria técnica y científica”, B-10 “Cooperativización de la microempresa”. C-2 “Energía Hidráulica”. D-4 “Microcultivos comerciales” En fin. “Plan Express” dice una amiga, “Instantantplan”, otra. Un deja vu. Sin novedad. Poco inspirador al final y muy poco creíble. Pese a abundantes diagramas a colores. Recuadros. Títulos enarbolando los derechos humanos, la emancipación social, la participación ciudadana contra quien sabe que quiere llamar ¡“autoritarismos democráticos”! Y a los hombres del poder les encanta darles a los intelectuales atole con el dedo, hacerles creer que les están haciendo caso, que entienden sus elucubraciones conceptistas. Me ocuparé otro día de su dimensión económica.

Hay -que conste- aquí algunas mejoras a los planes “fusionados”, por ejemplo, éste incluye a la cultura (primer derecho constitucional) y dice al respecto algunas cosas lúcidas que ya se decían en el “Plan de Mel”. Pero, como este género literario no requiere propuesta de cómo hacer las cosas, si no sólo “enunciar” intenciones y anhelos, pues, es fácil ignorar las acciones que permitirán alcanzar esas metas elusivas del desarrollo y el cumplimiento con los derechos constitucionales negados desde siempre. ¿Qué es lo que hay que cambiar para conseguirlas? ¿O cómo es que se pueden alcanzar sin cambiar nada?

Es fácil proclamar que el pueblo hondureño “habrá superado la pobreza extrema para el 2038”, después de siglos de marginación y treinta años recientes en que no se avanzó ni un punto hasta 2005. Prometer que con sólo más de lo mismo, venceremos el analfabetismo a pesar de la atonía administrativa y de la incapacidad material de los niños para asistir más que a los primeros cinco años de escuela. Olvidando que, para superar la pobreza, necesitamos una escolaridad de diez años y de otro tipo, y tendríamos que ofrecerle educación media a los dos tercios graduados de básica para quienes no ha habido cupo. O sea, que hay que ampliar cobertura en serio, universalizar la educación hasta el nivel medio. Y además mejorar la calidad, porque no es sólo un problema de cantidad, hay que democratizar, enseñar autoestima, a pensar en forma crítica y práctica. Implementar la educación bilingüe. Y mejorar la gestión.

Igual sucede con el plan en materia de cultura. Sí, muy bien, la cultura es un componente indispensable del desarrollo y hay que avanzar con la descentralización, no porque sí, si no porque sólo así se puede democratizar y llevarle cultura al pueblo, a los pueblos (cuando durante tanto tiempo se pensó que unas cuantas actividades en Tegucigalpa y en Copán bastaban para fingir ser cultos). Para eso hay que tener visión, entender como están articulados el patrimonio (que aquí no se menciona) y la identidad, la creatividad y la formación. Plantear metas ambiciosas para casas de la cultura y espacios culturales, y entregárselos a las comunidades, con algún recurso para habilitarlas. No para que el 2038 todos sean artistas y ¡vivan del arte! Para que descubran y valoren su historia y tradiciones y se sirvan de ellas para explicarse mejor.

No hay aquí nada sustancial sobre el turismo que, bien decía Mel, que había que orientar a la cultura y sacar de sus marcos estratégicos aislados. Ese es el documento tipo que sin embargo el Congreso sanciona como camino a seguir para la siguiente generación. Con el aval de todo el mundo porque además ahí se agradece parejo a genuinos expertos en planes (alguno desde los tiempos del “Gran Salto Adelante”, otros nuevos) junto con las organizaciones políticas, patronales e iglesias.

Hay que planear sin duda, como en la vida privada, para definir metas y medios, aunque dejar que el plan se convierta en camisa de fuerza suele resultar letal o deshabilitante. Y, para el largo plazo, hay que imaginar los cambios, como primer paso. (Aunque también contemplar la deriva de las condiciones objetivas, la inercia de fuerzas ajenas y entender que las metas ambiciosas son productos de transformaciones reales, exigen la disposición a transformar.) Planear sería entonces otra cosa que conceptualizar, asumiría una estrategia, prevería cómo acopiar y ordenar los recursos…especificaría acciones concretas para alcanzar “metas intermedias” en un proceso de transformación. Empezando por la reforma fiscal que tendría que proveer esos recursos, por ejemplo. Porque no la contempla también, el “Plan Micheletti-Lobo” resulta incoherente.

No es un plan. Es un refrito que poco inspira o aspira a metas que sólo se pueden alcanzar por la vía de reformas necesarias que no contempla. No pensé que olvidaran tan rápidamente que había que articular asistencia, capacidades, oportunidades e inversión, pero al parecer estamos de vuelta con la E.R.P. de Maduro, desarticulada, compenetrada de platitudes neoliberales, con más pilares que estructura arquitectónica. Superficial y pretensiosa. Y --como bien dice la Sociedad Civil Organizada-- carente del consenso que invoca por decreto.

Fuente: Vos el soberano

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