Por Víctor Flores (*)
Las piezas de algunos mandatarios latinoamericanos para cobijar al depuesto presidente de Honduras, se mueven con precisión para torcerle el brazo a Micheletti
MEXICO DF
El presidente Hugo Chávez cantó victoria, dio al mundo la primicia y se esfumó del enredo. Un desconcertado presidente de facto, Roberto Micheletti, hizo el ridículo cuando desmintió en una conferencia de prensa la sorpresiva operación, afirmando que su ex colega del Partido Liberal había estado celebrando su cumpleaños en una suite de un hotel en Managua.
La sede de la diplomacia brasileña, en el histórico palacio de Itamaraty, símbolo político y visual de la capital, Brasilia, tomó así la riesgosa estafeta de comandar el lío multinacional con la bendición de la diplomacia estadunidense: un portavoz del Departamento de Estado se encargaba de confirmar que Zelaya no estaba en la sede la Naciones Unidas, adonde habían corrido sus desinformados seguidores, sino bajo la bandera brasileña en Tegucigalpa. Ese día terminaba también la era de la diplomacia de Tlatelolco, sede de la cancillería mexicana y hasta entonces contraparte natural de Washington en la diplomacia hemisférica hacia la cintura de América: el presidente Lula, que antes había pasado de largo en crisis sudamericanas como las de Bolivia, Ecuador, Perú o Paraguay, tomaba de lleno la batuta en Centroamérica.
La cancillería brasileña insiste en que ese país no supo de la intención de Zelaya hasta que el funcionario encargado de esa embajada fue contactado por la esposa del depuesto mandatario, cuando estaba listo para entrar a la embajada. El canciller de Lula, Celso Amorim, dijo ante el Senado que sólo se había enterado de la maniobra hasta media hora antes del ingreso de Mel a territorio legal brasileño.
Luego de un intento fallido de aterrizar en Honduras entre manifestaciones que dejaron los primeros dos muertos de la crisis, y otro tanteo igualmente infructuoso por la frontera nicaragüense, Zelaya tomó en plena capital hondureña la sede de Itamaraty, trasladando allí las escaramuzas callejeras de Tegucigalpa. Música estridente, cortes de energía eléctrica y del agua, cordones militares y gases lacrimógenos, un decreto de 45 días de estado de sitio, un ultimátum de 10 días a Brasil, Argentina, España y México para reconocer al gobierno de facto de Micheletti y la amenaza de abolir la inmunidad diplomática de la sede armaron el nuevo cuadro crítico.
AMBICIONES DE LULA Y PIEZAS DE BRASIL
En los años del gobierno de Lula Brasil ha buscado un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo cual supone una reforma del más poderoso órgano del máximo organismo global, una mesa a la cual sólo llegan los cinco vencedores del orden mundial: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China.
Los países latinoamericanos tienen un asiento rotativo no permanente en el Consejo, con voz pero sin voto ni veto. Aún así, ese puesto ha sido objeto de disputas, como cuando Venezuela y Guatemala pelearon hace un par de años en sucesivas votaciones sin alcanzar consenso. La paradoja es que en México, que alguna vez tuvo una diplomacia regional dominante, el interés por esa mesa global ha decaído, al extremo que ha ganado adeptos el disparate que sugiere no ocupar esa tribuna como ocurrió durante la guerra de Estados Unidos contra Irak.
Si la “Operación Zelaya” lleva a un desenlace feliz, ese puesto puede acercarse para Brasil; pero si las complicaciones terminan con más vidas sacrificadas, Lula, Amorim y el tejedor brasileño para América Latina, Marco Aurelio García, estarán en problemas. El canciller brasileño, cuyo despacho tiene un mapamundi proyectado desde el Sur en el que Brasil aparece como el centro del mundo, ya recibió un desaire cuando Washington le dijo que el tema hondureño no ameritaba distraer al poderoso Consejo de Seguridad de la ONU, y lo mandó a convocar a los foros latinoamericanos.
Como sea, Lula abandonó su papel de conciliador moderado y entró a disputar el liderazgo regional al que tanto aspira Chávez, en el límite del desastre, con enfrentamientos y muertes. En otros terrenos, Brasil ha mostrado sus ambiciones hegemónicas: compra armas de guerra francesas y aumenta en más de 50 por ciento su presupuesto de defensa para 2010, que ya suma siete mil 200 millones de dólares.
Zelaya estuvo el 12 de agosto en Brasilia reunido con Lula, quien luego recibió el nueve de septiembre a su amigo de izquierda moderada, Mauricio Funes, casualmente casado con Vanda Pignato, la representante en Centroamérica del brasileño Partido de los Trabajadores. Funes, quien recién gobierna El Salvador, al sur de la porosa frontera hondureña, tiene mucho que agradecer a Lula; no sólo un jugoso compromiso de 800 millones de dólares en préstamos brasileños, sino la vital asesoría personal del encargado de la imagen de Lula, João Santana, quien dirigió su triunfal campaña presidencial.
Funes, quien promete una política exterior de Estado y no de partido, ha descargado en un grupo de comandantes de la ex guerrilla del FMLN la responsabilidad de haber recibido a Zelaya de las 19.30 a las 22.00 horas del domingo en su brinco desde El Salvador a Tegucigalpa. Afirma, como Lula, que no supo de las intenciones de Zelaya, quien se despidió por teléfono prometiendo una cita en Nueva York en la sede de la ONU, donde ambos asistirían a la Asamblea anual. Mientras tanto, Amorim instalaba su cuarto de guerra en la sede de la ONU en Nueva York.
Los aficionados a las teorías conspirativas y los adversarios de Lula y de Funes han salido del letargo y advierten del alto costo de la presunta intriga hemisférica. El ex presidente de Brasil, José Sarney, actual líder del Congreso, criticó a los seguidores de Zelaya por “hacer un uso político de la embajada en Tegucigalpa. Transformarla en sede de un comité político es un abuso, no es bueno ni para Zelaya ni para Brasil”.
Cuando la intrépida operación había perdido espectacularidad y la amenaza de un nuevo impasse crecía, el ex canciller Luiz Felipe Lampreia salió a señalar la pifia de “intervenir en forma militante en la confrontación entre las facciones políticas de Tegucigalpa, que suscita temores en vecinos más próximos y estratégicos que Honduras” en un acto precipitado o error de cálculo de Itamaraty.
OBAMA GUARDA DISTANCIA
La empatía entre Barack Obama y Lula es notable, y para Washington no hay mejor aliado que Brasil de cara al bloque regional que comanda Hugo Chávez: Obama, en clara dedicatoria a los miembros del Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), ha reprochado la “hipocresía” de quienes antes criticaban el intervencionismo de Estados Unidos y ahora piden que alce de nuevo el garrote. Pero la diplomacia de Hillary Clinton no ha sido pasiva: hace unas semanas jefes militares del Ejército hondureño manifestaron su aceptación al Plan Arias y versiones en Washington indican que ese texto se redactó en la oficina de Ted Kennedy, poco antes de morir éste. En esa historia hay un nombre para tener en mente: Gregg Craig. Es el actual Consejero Legal de Obama, pieza de los Kennedy y los demócratas durante las guerras civiles centroamericanas de los años ochenta y la posterior pacificación de los noventas.
Pero una vez pasada la sorpresa del regreso de Zelaya a Honduras, Estados Unidos comenzó a desmarcarse cuando las protestas callejeras y los saqueos masivos a los supermercados amenazaban con un desenlace violento. Fue el representante alterno de Estados Unidos ante la Organización de Estados Americanos (OEA), Lewis Amselem, quien dio un giro de la posición estadounidense frente a la crisis: “El retorno del presidente Zelaya a Honduras es irresponsable e insensato y no sirve ni a los intereses de su pueblo ni a aquellos que buscan el reestablecimiento pacífico del orden democrático en Honduras. Él debería dejar de actuar como si estuviera en una vieja película de Woody Allen”, lanzó el diplomático durante una reunión extraordinaria del Consejo Permanente de la OEA.
Aparte de esa advertencia a quienes intentaban incendiar la pradera, el delegado de Obama retomó el tono unánime de condena al golpe de Estado. El rechazo a una delegación de la OEA expulsada de Honduras “constituye un insulto a la comunidad internacional y a esta organización”, dijo Amselem.
Philip Crowley, vocero del Departamento de Estado, buscó retomar el hilo del apoyo que dio a la operación retorno: “Zelaya está ahí. Esa es nuestra posición. Está ahí, y en ese sentido hay una oportunidad para el diálogo. Esperamos que todas las partes aprovechen esa oportunidad”. Así lo había dicho Hillary Clinton cuando expresó que el retorno de Zelaya pudiera ser “una ocasión para una salida pacífica”.
Todo pareció enredarse aún más cuando efectivos armados clausuraron Radio Globo de Tegucigalpa y Canal 36 de TV, los dos últimos medios opositores que funcionaban en el país. Estados Unidos manifestó su “fuerte preocupación” por el recorte de las libertades civiles en Honduras, llamó al régimen de facto a derogar “de inmediato” el estado de sitio, señaló que “ya es hora” de que el régimen de Micheletti dialogue con Zelaya y se sumó a los esfuerzos de la OEA, que enviará una misión de cancilleres la próxima semana.
MARCHA ATRÁS
No obstante, las cosas cambian tan de prisa que, sorpresivamente, el presidente de facto comenzó a dar señales de vacilación: el miércoles suavizó su amenaza contra la embajada de Brasil y dijo que no tomará ninguna “medida adicional” una vez vencido el ultimátum de 10 días a partir del sábado tres de octubre. El encanecido político liberal anunció que el estado de sitio no duraría los 45 días que establece el decreto, y comenzó a decir que había sido “un error” sacar a Zelaya en pijama a punta de fusil hacia Costa Rica. Pero Micheletti mantiene que Zelaya fue destituido por el Congreso y envió señales a la OEA y la ONU: “No vamos a hacer en este país nada que pueda romper los tratados internacionales que tenemos”, dijo a un periodista de la agencia británica Reuters mientras un soldado con uniforme de combate y fúsil de asalto AR-15 observaba la escena.
Micheletti mantiene el argumento de que el ejército que sacó a Zelaya del país actuó para defender la Constitución, que sería violada por el mandatario derrocado al organizar un referéndum que permitiría la reelección presidencial. “Pueden quedarse ahí todo el tiempo que quieran. Lo único que necesitamos es que Brasil no le permita hacer una campaña política en su propia sede”, cedió. También, por primera vez, Micheletti abrió un canal de comunicación con Zelaya mediante un amigo común que visitó la semana pasada al derrocado presidente en la embajada de Brasil y luego volvió a charlar con el mandatario.
El jefe de las fuerzas armadas, Romeo Vázquez, confiaba en una “pronta solución pacifica”. Las fisuras en el bloque de Micheletti parecían ampliarse: el presidente de facto aseguró que si las instituciones determinan que se debe ir para restituir a Zelaya, inmediatamente dejará el cargo, pero descartó una propuesta de empresarios que le ofrecen una curul vitalicia a cambio de que Zelaya reasuma sólo para delegar el mando en el Congreso. El mandatario comenzó a sentirse solo y añadió que algunos políticos se estaban distanciando de él para “llevar agua a su molino” ante las elecciones convocadas para el 29 de noviembre, cuya legitimidad rechaza todo la comunidad internacional. “En el momento en que la población, en el momento en el que el Tribunal Supremo, en el momento en que la Fiscalía, en el momento en que el Congreso diga que yo no debo seguir, yo inmediatamente saco las fotografías que tengo ahí y me voy para mi casa”, prometió Micheletti al corresponsal de la agencia española EFE antes de expresar un lamento: “A mí se me puso presidente y ahora me responsabilizan por todo”.
En el otro bando también hay reacomodos: un delegado de la cooperación extranjera que pasó unos días en Tegucigalpa comentó bajo condición de anonimato que hay una asombrosa redefinición interna. Por ejemplo, el Partido Nacional y su candidato, opositor a Zelaya, está por la restitución del derrocado. Y, ¿cuál sería la jugada de Zelaya de darse su fugaz retorno? No hay intención de reorganizar a su dividido Partido Liberal, al que pertenece también Micheletti. El hombre del sombrero, que admira por igual a Chávez que al ranchero ex presidente conservador Vicente Fox, ya sueña con su propio partido para volver al poder... dentro de cuatro años.
(*) Publicada en Milenio Semanal y autorizada en ContraPunto
Fuente: www.contrapunto.com.sv
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