viernes, 25 de septiembre de 2009

Honduras: alta es la noche... y Clementina vigila

Por Roberto Bardini

Bambú Press, Buenos Aires

"De todas las repúblicas centroamericanas, Honduras es la más desdichada [...]. América Central produce en realidad el efecto de una caricatura, pero Honduras nos impresiona aún más porque parece una caricatura de Centroamérica misma". Lo escribió el periodista canadiense William Krehm, corresponsal de la revista Time, en su libro Democracia y tiranías en el Caribe, publicado en 1949.

Leí ese libro en 1977, poco antes de viajar a Tegucigalpa, donde pasé muy buenos momentos en los tres años que viví allí y, al final de la estadía, las peores semanas. Fue antes de tomar apresuradamente un avión que me llevó de regreso a México, huyendo del Batallón 316, un grupo paramilitar creado por "asesores" militares argentinos a imagen y semejanza de la Triple A.

En iguales circunstancias también salieron otros dos compatriotas, Carlos María Vilas y Eduardo Halliburton. Los tres trabajábamos en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Y por esas vueltas de la vida, hoy los tres terminamos en la Universidad Nacional de Lanús, esa especie de Disneylandia nacional y popular surgida de la frenética imaginación de Ana Jaramillo.

En aquella etapa centroamericana, hubo un día inolvidable. A las 12:29 del 25 de julio de 1978 salió de la editorial de la Universidad hondureña mi primer libro y 16 minutos después nació mi primera hija, Valeria. Para completar la jornada, a las cuatro de la tarde de ese mismo día planté una docena de arbolitos en el jardín de mi casa. Yo tenía 29 años y estaba convencido de que podía llevarme a la vida por delante. Pasó exactamente al revés, pero esa es otra historia.

Tuve en Honduras buenos amigos, la mayoría poetas, noctámbulos y bebedores de whisky: Clementina Suárez, Roberto Sosa, Rigoberto Paredes y Eduardo Bahr. Y el historiador Ramón Oquelí, el economista Marco Virgilio Carías, el abogado Gerardo Salinas, el mayor (retirado) Ricardo Zúñiga y el dirigente estudiantil German Espinal, que hoy es embajador en Venezuela del gobierno de Manuel Zelaya.

A todos ellos me los presentó Víctor Meza, quien era mi jefe en la oficina de Relaciones Públicas de la Universidad y en la editorial universitaria, y me permitía hacer escapadas a Belice, Nicaragua, Guatemala o El Salvador, porque yo también trabajaba como corresponsal del diario mexicano El Día y la revista de circulación latinoamericana Cuadernos del tercer mundo.

Y casi todos ellos en algún momento me citaron al escritor nacional Rafael Heliodoro Valle: "La historia de Honduras puede escribirse en una lágrima". O mencionaron el dicho local: "En Honduras, el plomo flota, el corcho se hunde y los aviones chocan con los autobuses". A lo que el poeta Sosa agregaba que, además, "las camisas se fríen y los huevos se planchan". Fue él quien me apodó "Ronberto Bacardini".

Muchos de estos amigos tuvieron finales trágicos. Salinas, un amigable abogado laboralista y defensor de presos políticos, fue asesinado en julio de 1980 por el Batallón 316; tenía 33 años. El mayor Zúñiga fue asesinado en agosto de 1985, a los 37 años; poco antes de morir había denunciado que el 316 era una formación clandestina del ejército. La talentosa, enamoradiza y transgresora Clementina Suárez -de quien se decía que era la primera mujer hondureña que había publicado libros- fue asesinada en 1991 por delincuentes comunes; tenía 89 años.

En 1978, Víctor Meza también me presentó a Edmundo Orellana, un abogado simpatizante del Partido Liberal. Treinta años más tarde, Meza se convirtió en Secretario de Gobernación y Justicia (ministro del Interior) del gobierno de Manuel Zelaya, y Orellana fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores, primero, y de Defensa después. Fue este Orellana quien se dio vuelta como un guante y desencadenó la crisis que culminó con el derrocamiento de Zelaya, mientras Meza -que se mantiene leal al presidente legítimo- fue obligado a abandonar su cargo.

Unos días atrás, la Resistencia fiel a Zelaya me hizo llegar una noticia publicada en Habla Honduras, una publicación digital que se define como "un proyecto de periodismo ciudadano" y que concluye todos sus artículos con un firme "¡No pasarán!":

"El jueves pasado [13 de agosto] y siguiendo con su programación anual, el Museo del Hombre hondureño organizó una actividad cultural en homenaje al aniversario de la muerte de Clementina Suárez, poeta reconocida y respetada. Al evento fue invitado originalmente el anterior ministro de Cultura, Pastor Fasquelle, pero se hizo presente la señora Mirna Castro en su rol de ministra de facto. Todo hubiera ocurrido sin incidentes: las palabras de bienvenida por parte del director del museo, el cóctel de vinos y quesos, los aplausos y las risas cultas de la elite hondureña… Pero como la Resistencia está en todas partes, en cada esquina y en cada evento, los músicos contratados para amenizar, al momento de presentar las clásicas piezas que tanto gustan a los burgueses del país, explicaron que no iban a tocar en reclamo al golpe de Estado y la presencia de la señora Castro. De nada sirvieron sus reclamos, insultos y llantos contenidos. La señora ministra tuvo que irse del museo ante la mirada sorprendida de los presentes que, luego de su salida, continuaron disfrutando de la velada".

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