lunes, 3 de enero de 2011

2011

Este nuevo año, 2011, se proyecta en el imaginario popular mejor que 2010, uno de los más aciagos de nuestra historia reciente. No hay mal que dure cien años, dice el refranero…

Lo más importante de esta percepción colectiva es que denota un cambio del pesimismo al optimismo, y ese cambio de actitud es, de por sí, un avance en el propósito de vencer los obstáculos al desarrollo económico, político y social, para lo cual es necesaria la reconciliación.

Este naciente optimismo, sin embargo, deberá encontrar en el corto plazo justificaciones reales en lo económico, lo político y lo social, después de año y medio de sufrimientos y frustraciones, que por lo demás desvelaron las graves fallas, por no decir el agotamiento de nuestro sistema.
Teniendo frente a nosotros la velocidad de los cambios que se producen en el entorno mundial, y, con más precisión, en el escenario continental, la necesidad de abordar en nuestra realidad la construcción de una nueva etapa de desarrollo adquiere perfiles de urgencia.

Podemos decir que no sería hasta este momento que se presenta la oportunidad de emprender el proceso de reconciliación nacional, en el que se conjuga la triada económica-política-social, toda vez que la reflexión abre espacios al juicio sereno y a la reducción de los extremismos.

Se vislumbra un mejoramiento de la economía por efecto del aumento sostenido de los precios de nuestros principales productos de exportación, principalmente del café, el azúcar y un supuesto repunte de la industria de la construcción.

Pero habrá que encarar el crecimiento de los precios de los combustibles y la lentitud en la recuperación del nivel de las remesas, que por sí mismas constituyen el 20% de nuestro producto interno bruto (PIB). Es imprescindible, entonces, la readecuación del sistema financiero y la creación masiva de puestos de trabajo.

Algunos de los dirigentes nacionales creen —en función de los fracasados planteamientos neo-liberales— que el desarrollo nacional, la estabilidad política y el control social se resuelven básicamente por la vía económica, pretiriendo, si no es que despreciando, la participación política y social.

La crisis política que tenemos desde la segunda mitad de 2009 es suficiente para desmentir esa creencia, puesto que a estas alturas queda muy claro que la solución debe ser integral, y, dentro de esa integralidad, lo político y lo social tiene más relevancia, en tanto factores de cementación y de estructuración del sistema.

Quiere decir esto que, entre los elementos fundamentales para hacer de 2011 un buen año, es indispensable la solución política y social, que deberá emprenderse con mente patriótica y desprovista lo más posible del sectarismo partidista y de las aberraciones ideológicas.

O sea teniendo como prioridad a Honduras —y a los hondureños— por sobre todas las cosas. Solamente así podrá  rescatarse la credibilidad de la nación en el liderazgo. Solamente así la política recobrará su lugar en la noble conducción de nuestro país. Y solamente así tendremos un pacto social digno de una sociedad verdaderamente democrática.

Fuente: tiempo.hn

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