domingo, 17 de enero de 2010

Haití

Editorial Nuestra Palabra, Radio Progreso, 15 de enero de 2010

Todavía no acabamos de saber todas las consecuencias trágicas que ha dejado en la población haitiana ese terremoto con una intensidad muy similar a la del sismo que nos estremeció a los hondureños el 28 de mayo del año 2009. Sin embargo, ya podemos advertir la huella y la amarga lección que sin duda son muy similares a las que nos dejan los fenómenos naturales en nuestra Honduras.

Honduras y Haití van siempre de la mano en esos asuntos de calamidades y de empobrecimiento. Siempre que se habla de Honduras como el país más pobre del continente, se dice a renglón seguido, “después de Haití”. Tanto en Honduras como en Haití la vulnerabilidad es tan honda y tan vinculada a las realidades humanas, sociales y políticas que cada fenómeno natural ordinario es ocasión para nuevos desastres socio-ambientales, y los mismos, en definitiva, no tienen que ver siempre con las manifestaciones espectaculares de la naturaleza, sino con las condiciones y capacidad de las sociedades para resistir y hacer frente a los fenómenos naturales.

El terremoto en Haití viene a confirmar que los desastres son todavía más grandes cuando se combinan casi de manera perversa fenómenos naturales con la falta de previsión de los seres humanos. Haití es un país que se encuentra física, social, económica y políticamente predispuesto a sufrir daños o pérdidas mucho mayores que en otras sociedades en el momento de materializarse un fenómeno natural como el que acaba de ocurrir.

En Haití existe una polarización económica y social tan profunda que la miseria de millones de haitianos subsiste en relación dialéctica a un reducidísimo puñado de gente adinerada. Y esto ocurre desde hace varios siglos, y se ha sustentado en la depredación de los recursos naturales, de manera que el territorio haitiano contaba hace apenas dos siglos con la riqueza forestall seguramente más rica de todo el Caribe, y ahora todo lo que en su tiempo fue bosque quedó convertido en un verdadero desierto.

Los “desastres” naturales representan una señal que deja al descubierto las inequidades que predominan en las sociedades. Pero como muy bien dice el dicho, no hay mal que por bien no venga. Así como desastres como el que acaba de ocurrir en Haití nos obligan a preguntarnos cómo transformar las condiciones sociales de nuestros países para que los fenómenos naturales nos encuentren con mayor capacidad de prevención, también nos llevan a despertar la solidaridad entre los pueblos.

Y hoy, al pueblo hondureño le toca abrir su corazón para estrechar su abrazo solidario con el herido pueblo haitiano, frente al cual hoy nos toca dejar el camino que vamos andando para convertirnos en el buen samaritano.

Fuente: Vos el soberano

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